Cada año, cuando la Semana Santa se acerca, los cofrades de toda España comienzan a prepararse para uno de los momentos más esperados del calendario litúrgico. En Melilla, una ciudad donde la devoción y la tradición se entrelazan con fuerza, Patricia Jiménez ha encontrado en la figura de la mantilla una forma especial de vivir la fe. Aunque lleva solo un par de años participando como tal, lo que transmite es el testimonio puro de una experiencia profundamente emocional.
"Llevo poco participando como mantilla en la Semana Santa, pero lo que sientes es mucha emoción y mucha responsabilidad", asegura Jiménez en una entrevista con El Faro de Melilla.
"En cualquier papel que tomes dentro de una cofradía, sientes la responsabilidad de saber que te debes a esa hermandad". Para ella, el acto de vestirse de mantilla no es solo una representación visual del luto, sino un reflejo de lo que se lleva dentro: respeto, entrega y fe.
La emoción de ser parte de algo mayor
Cuando habla de su papel dentro de la cofradía, Patricia Jiménez no puede evitar emocionarse. "Es muy emocionante. Formas parte de la tradición, todo te envuelve. Las miradas no te das ni cuenta porque el papel es tan emotivo que simplemente es dejarte llevar por el momento. Es eso: muy emocionante".
Sin embargo, para Patricia Jiménez, la Semana Santa no se limita a los siete días de procesiones. "Lo más bonito es la hermandad que existe durante todo el año. Hombres, mujeres y niños que trabajan por un fin común: que sus titulares puedan estar en la calle con la dignidad y presencia que merecen".
Es en ese trabajo diario, silencioso y comprometido, donde Patricia encuentra el verdadero valor de la Semana Santa: "Vivir la hermandad es saber que tienes a alguien ahí para ti, que tú estás para ellos. Se trabaja codo con codo y eso es algo que no se encuentra en muchos sitios".
La fuerza de las mujeres cofrades
Uno de los aspectos que más ha sorprendido a Patricia Jimenez desde que comenzó a vestirse de mantilla es el papel de las mujeres dentro de la cofradía. "Estoy aprendiendo cada día. Además, pensamos que lo sabemos todo y te das cuenta de que no sabes de nada. Llegas con tu vestido y, de repente, esas mujeres hacen magia con esa mantilla, con esas peinas... y les da igual que te conozcan o no".
Describe con admiración cómo la acogen, cómo la ayudan a prepararse y cómo la tratan con un cariño casi familiar. "Te cogen con ese cariño de hermandad, te hacen sentir muy querida. Son mujeres maravillosas, tanto las de mantillas como las camareras de la Virgen. Cada día aprendo algo nuevo, no solo de lo técnico, sino del cariño y el respeto con el que tratan a la Virgen y a ti también".
Recuerdos que marcan una vida
Al recordar sus momentos más inolvidables, Patricia Jiménez vuelve a la niñez.
"La procesión más inolvidable es cualquiera de las que viví con mis abuelos. No tengo mejor recuerdo que verme un Domingo de Ramos, de su mano, estrenando ropa para ver salir a la Pollinica".
Evoca con nostalgia cómo iba con ellos al barrio, cómo sentía el orgullo de sus abuelos al ver salir al Cristo en su borriquilla y más tarde a la Virgen.
"Sentir sus manos en las mías, ver la pasión con la que me enseñaban eso, es algo que se queda para siempre".
Hoy, vive esa misma emoción desde otro lugar: como madre. "Cualquiera de los recuerdos que vivo ahora con mis hijos es grande. Verlos implicados, tomándoselo en serio, ayudando aunque sea un ratito con las flores o la limpieza, es también emocionante".
El luto exterior, reflejo del interior
Una de las reflexiones más profundas que Patricia Jimenez nos deja tiene que ver con el sentido del luto en Semana Santa. "El luto que llevamos como mantillas es solo una parte. El verdadero luto va por dentro. Si eres capaz de sentir lo que significan estos días, se te instala dentro".
Jiménez lo explica desde su fe: "Entregamos a un gran hombre, a Jesús, que vino a darlo todo por nosotros. Sufrió martirios, murió de la forma más cruel y solo vino a traer paz, justicia y el amor de Dios. Entonces, el luto exterior es solo una forma de mostrar lo que sientes por dentro".
El arte de prepararse y organizarse
La preparación para vestir la mantilla no es sencilla, y menos cuando hay niños de por medio. "El año pasado, que fue el primero, recuerdo ir con más nervios", cuenta. "Este año, entre que buscas los manguitos, las capas de los niños, casi no te da tiempo a buscar tus cosas".
Pero Patricia Jiménez tiene un sistema que le funciona: "Lo básico es fácil, el tema está cuando llegas a la iglesia. Y ahí es donde esas mujeres maravillosas hacen magia". Ellas son las que la ayudan, la animan, la abrazan y se alegran sinceramente de que las acompañe.
Para prepararse sin estrés, Patricia Jiménez ha desarrollado su método personal: "Soy muy de cajas: la de la peina, la de la mantilla, la de los broches, así lo llevo todo más controlado. Tiras de la caja y ya estás tranquila, sin nervios", afirma.
Una familia cofrade: la hermandad como refugio
En su testimonio se hace evidente que, para Patricia, la cofradía no es solo un grupo de personas que se reúne una vez al año. Es una familia. “Yo he encontrado una hermandad, una familia. Así me gusta verlas. A todos, pero en particular a las mujeres, con las que más tiempo comparto, las siento como hermanas”.
Con esta visión profunda y afectiva, Patricia Jiménez representa a tantas mujeres que cada año visten la mantilla con orgullo, respeto y emoción. Su voz, cálida y firme, es el eco de una tradición viva que se transmite de generación en generación, y que en su caso, se ancla al alma.
Que estampa, más espléndida, evocando el arco de la grandiosidad tradicional de nuestras mujeres, digna de los mejores museos del mundo ¡Dios y su Madre Celestial, os bendiga y os colme de felicidad! Para que sigáis en aras de un futuro imperecedero de tan hermosa tradición de “LA MANTILLA EN LA MUJER ESPAÑOLA”.