La postmodernidad ha producido una segunda revolución individualista, que al actualizar el individualismo moderno lo presenta con un tinte narcisista, es decir, individuos dotados de gran sensibilidad psicológica y centrados en la realización emocional de sí mismos. El Faro de Melilla entrevista a la profesora de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra, Dolores Conesa, para quien a pesar de estar hiper-conectados a través de las redes sociales, nos encontramos juntos pero solos.
-La dinámica de la sociedad por ser feliz, ¿cuál sería la causa por la que aumenta esta casi obligación moral de ser feliz?
-En nuestros días el pensamiento positivo ha ganado muchos puntos en lo que socialmente se considera bueno, es un referente omnipresente. Este pensamiento desarrolla la idea de que hay que ser positivo; que tus éxitos y tus fracasos son responsabilidad tuya exclusivamente y que cada uno tiene lo que se merece, porque si fracasa es por su culpa porque no tiene la actitud adecuada. Lo adecuado es ser una persona positiva, que sabe sacar de todo el lado bueno y superare a sí misma; una persona que sabe descubrir una oportunidad de mejora en los problemas y fracasos. En el fondo late la idea de que si alguien se queja no saldrá del hoyo por su culpa porque, en lugar de aprovechar esa oportunidad para superarse, se ha quedado detenido en la queja sin esforzarse, hasta el punto de que parece una actitud irresponsable y moralmente inadecuada.
-¿Nos estaríamos refiriendo a una percepción individual de la felicidad?
-Efectivamente, es una interpretación de la felicidad en términos individuales, como si la felicidad de cada persona dependiera enteramente de ella y de su esfuerzo. Esto le obliga a estar en permanente alerta sobre sí misma para evitar caer en la actitud negativa, crítica o derrotista, y vigilar sus sentimientos y emociones para mantener una disposición vital positiva. Esto es muy llamativo en algunos programas de educación emocional, que insisten persistentemente en que cada uno analice en las distintas situaciones: cómo te has sentido, cómo has reaccionado, qué te ha hecho recordar de tus experiencias pasadas, qué otras vivencias has relacionado con esta, etc. En definitiva, hay una gran presión para analizar, vigilar y hasta escrutar cuidadosamente cómo está mi “yo”.
-¿Esta presión tiene un coste muy alto en la persona y sociedad?
-Sí, lo tiene porque en la ecuación de la felicidad humana los otros juegan un papel importantísimo, que ha quedado relegado al no saber cómo incorporar ese papel a la búsqueda de la felicidad entendida como consecuencia del esfuerzo personal.
-Hay autores que hablan de la pandemia del narcisismo. ¿Podría ampliar esta idea?
-Es un tema recurrente en los pensadores contemporáneos, porque en cuanto te paras a pensar y observar lo que pasa en la vida cotidiana de las sociedades occidentales, te chocas de bruces con este individualismo. Nos sentimos fuertemente presionados a vivir una vida positiva, exitosa y feliz, como algo que nos lo ganamos con nuestro esfuerzo. Mi felicidad depende de mí, pero entonces la felicidad de los otros también depende de ellos, por lo tanto, este pensamiento nos lleva a mirar cada uno por sí mismo y no sentir la obligación de mirar a los demás. De ahí que algunos autores hablen de un individualismo que ha sido asimilado de manera tan profunda que es un auténtico narcisismo (recordemos el mito de Narciso castigado a mirarse a sí mismo en el reflejo del agua), y que por su extensión ha alcanzado dimensiones pandémicas. Esta es la razón de la expresión de Byung-Chul Han: nos encontramos en una pandemia de narcisismo autista.
Entre otros autores, también Lipovetsky habla de esto. Según él, en la postmodernidad se ha producido una segunda revolución individualista, que al actualizar el individualismo moderno lo presenta con un tinte narcisista, es decir, individuos dotados de gran sensibilidad psicológica y centrados en la realización emocional de sí mismos.
-Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, de los autores Edgar Cabanas y Eva Illouz, es un libro que usted trabaja con los alumnos. ¿Cuál es la idea central de este libro?
-Este libro analiza los orígenes, el desarrollo y expansión de pensamiento positivo en la mayoría de los ámbitos sociales (mundo de la educación, cultura, ocio, deporte, trabajo, empresa, etc.) así como sus implicaciones en la vida cotidiana. También muestra con bastante acierto el oscurecimiento de la noción de bien común porque el pensamiento positivo privatiza el dolor: todo lo que te pase aunque sea malo es una oportunidad de superación y mejora, es una cuestión tuya y depende de como te enfrentes a ello.
Si bien es verdad que, por la fecha en que fue publicado (2019), este libro no ha podido reflejar la rectificación que los pensadores positivos han dado al curso de sus propuestas como consecuencia de haber incorporado las críticas recibidas en la línea de lo que venimos señalando.
-¿El ‘todo está bien’ (psicología positiva) nos lleva a una ceguera ética sobre la que es necesario reflexionar?
-Sí, pero yo matizaría la pregunta. La ceguera ética propia del pensamiento positivo procede, sobre todo, de este aislamiento en el que nos encontramos producido por el individualismo creciente. A pesar de estar hiperconectados a través de las redes sociales, nos encontramos juntos pero solos, siguiendo una expresión de Sherry Turkle que se ha hecho muy popular. Ahora bien, la mirada ética profunda incluye la consideración de que formamos parte de una comunidad, lo que nos saca del ámbito de nuestros intereses y nos conduce a la cuestión del bien común, que es aquello que es bueno para todos, también para mí.
Cuando comprendo que soy miembro de una comunidad entiendo que hay modos de actuar considerados buenos por esa comunidad porque ayudan al desarrollo de la humanidad de sus miembros: modos de respetar, de escuchar, de compartir, de crear vínculos, de tratar con educación, etc. Somos más humanos, o por decirlo de otro modo, mejores humanos al actuar así. Entendernos como miembros de una comunidad facilita la mirada ética porque ayuda a superar el análisis egoísta de nuestros actos y dejamos de supeditar la ética a conseguir mis intereses (por ejemplo, esa vida que considero positiva y exitosa).
-Se habla de la industria de la felicidad. Los libros sobre este tema abundan, así como coaching, oradores motivacionales o libros de autoayuda. ¿Estamos ante una enfermedad?
-Enfermedad psíquica ha habido siempre y ahora también, pero yo diría primero que nos encontramos ante un fenómeno sin precedentes de mercantilización de las emociones y sentimientos. Eva Illouz, coautora de “Happycracia”, dice en otros de sus libros que las emociones se han convertido en una nueva materia prima de las sociedades industrializadas. La presión por ser feliz ha colocado en el mercado innumerables productos que están resultando muy rentables a esa “industria de la felicidad”.
La enfermedad viene después porque no logramos ser felices por ese camino a pesar de la presión. Cuando comprobamos eso, la sensación de derrota, impotencia y culpa por no ser felices puede acarrear desequilibrio psíquico y enfermedad. Entonces la industria de la felicidad vuelve a la carga con más productos para resolver un conflicto que, en buena medida, ella ha contribuido a crear.
-La sociedad busca la felicidad, pero, al mismo tiempo psicología y psiquiatría son también las carreras del futuro... pues las consultas estarán llenas.
-Creo que el análisis que venimos haciendo a lo largo de la entrevista deja entrever por qué acudimos cada vez más al psiquiatra y al psicólogo. Estamos en la “sociedad del cansancio”, según Byung-Chul. Estamos sometidos a la consigna de que hay que ser eficaces, crear impacto, dejar huella, ser únicos,... Estamos bombardeados con el estribillo de que “puedes conseguir todo lo que te propongas” y que la capacidad de mejorar nunca se acaba. Hay que rendir más y más y mejorar siempre y que ahí está nuestra felicidad. Nos venden que ese es el camino para sentirnos bien con nosotros mismo y tener una vida satisfactoria y plena. El choque con la realidad que no es un desfile de triunfo en triunfo, ni mucho menos, produce una frustración grande que muchas personas no saben como sobrellevar y necesitan recurrir a la ayudad de un profesional de la salud mental.
-¿Qué es ser feliz...y porqué cuando más buscas la felicidad menos la encuentras...?
-¡Esta es la pregunta del millón! No te puedo dar una respuesta cerrada y completa, porque no la tengo, pero sí que disponemos de pistas para orientarnos en su búsqueda con algo más de acierto que lo que plantea el pensamiento positivo.
Lo primero es que la felicidad alude a la persona total y la persona no es solo individuo, es un ser social por excelencia. Somos seres abiertos a otros seres que son tan sociales como nosotros; abiertos a otras personas con las que tenemos que convivir. No puedo ser feliz si no incluyo esta dimensión social en mi búsqueda de la felicidad porque estaría buscando una felicidad mutilada desde el principio.
La dimensión social del ser humano nos introduce en el ámbito de la donación y de la gratuidad. Para entendernos, por el hecho de existir cada uno somos un regalo para los demás. Este carácter de don o regalo de la persona avala la idea de la dignidad humana: la persona no se puede comprar o vender, porque no tiene precio, es un regalo, un don que no se puede comprar, gratuito como todo regalo.
Pues bien, la felicidad humana se puede paladear sin buscarla en directo -como dice el pensamiento positivo-. Más bien, al ejercer mi libertad puedo intentar que mi propia biografía cumpla, en cierto modo, eso que ya soy. Se trata de llevar a cabo en la vida cotidiana ese don que, por nacimiento, soy para los otros. Solo así, de manera indirecta puedo gustar la felicidad aquí en la tierra, llevando a plenitud mi humanidad. Eso significa que la felicidad incorpora vulnerabilidad, limitación, finitud, dolor, enfermedad y muerte, porque forman parte de la vida humana. Pretender alcanzar una felicidad sin ellas es un espejismo frustrante. Del mismo modo, pretender alcanzar una felicidad sin acoger el don del otro es una actitud tan autosuficiente como absurda. Ya ves que no tengo la fórmula mágica de la felicidad, pero en la historia de la humanidad, en el saber filosófico sobre la persona, encontramos cierta orientación que se ha mostrado muy acertada