Arrastró vida, trajo penuria e incertidumbre, sacó lo mejor de la condición humana traducida en solidaridad, pero también extirpó, algo más aún, el sosiego político. Es el lodo del oriente de España que sumió en dolor y pérdida a tanta gente pero que también, en su derrota, recobró la supuración de algunas yagas que maltrechan la política y su ejercicio.
Lodo que recuerda esa tendencia, cuando no furor, del aprovechamiento de la institucionalidad para supervivencia y provecho propios, cuando no, también, de los recursos que se derivan de ella. Lodo que en su arrastre rememora de la incompetencia, a veces guarnecida de mala fe, de quienes ni han conocido ni conocen que asumir un cargo es estar a la altura de los momentos difíciles, que eso es lo que se le debe a la ciudadanía, no solo el porte de la púrpura en los fáciles. A las buenas vale casi cualquiera; a las malas la exigencia es irrenunciable
El aliento ciego de comilitones partidarios de ciertos y tristes protagonistas de la calamidad, de ideología estanca y excluyente, ha llegado a ser un insulto a la dignidad de quienes perdieron la vida y de los que quedaron despojados de una normalidad de manera tan espasmódica como impía. Ha llegado a ser, por episodios, más importante el “prieta las filas” que la complicidad y su atención para con las víctimas. La realidad de determinada clase política está justo tras una capa muy fina de piel inservible, como lo que debajo subyace.
Pero el lodo, persistente y criminal, reiteró con énfasis para asentarlo, aquello de la verdad decretada, no la duda razonable que hace reflexionar y actuar tantas veces en sentido positivo hacia la determinación, sino la que interesa por el bien del cargo, por el bien del partido, sin ambages ni fisuras, edictos que la tela de araña de la desinformación y la radicalidad sabe con destreza difundir.
Al hilo de duro y triste recuento de fallecidos y desaparecidos, amén del de unos daños de muy procelosa reparación, personales y públicos, refulgía otra “estrella” con el show de Aldama: la del “conseguidor, intermediario, financiador o comisionista” o todo junto. Suele vivir parásito, y es perfectamente reconocible de, prácticamente, todos los partidos que se reparten el poder y en todas las demarcaciones y que de vez en cuando, como protección, hieden tal cual una mofeta y enturbian, aún más, el ambiente. Son personas de mala ralea y nula condición moral, pero consentidos y prácticos. Dicen probar sus acciones maleantes, pero lo que verdaderamente interesa el destello inicial, el deslumbramiento, tras el cual se aseveran “verdades incuestionables” y de desgaste con fruición al enemigo político.
Mucho ha sobrado desde que el agua y el lodo comenzaron a destripar inmisericordamente a la provincia de Valencia, como las de las palabras gruesas y la falta de empatía, donde menos cabían, por parte de algún que otro cargo público. No ha faltado el volver a saber cual es la medida de la talla de nuestros servidores públicos, uniformados o no: muy alta y muy consciente de la imperiosa necesidad de volcar todo su esfuerzo en quienes más lo necesitan.
A puertas del Adviento, periodo de esperanza y también de arrepentimiento, no es necesario mostrar devoción en esa liturgia para entender que la primera no puede sucumbir y no sucumbirá, no se puede permitir. El segundo, el arrepentimiento, rara avis de nuestro tiempo, aunque viniese como propósito de enmienda nada más, ya sería suficiente. Los juicios son de cada conciencia.