Superado los dos años desde que se iniciase la invasión rusa a Ucrania (24/II/2022), el envite de Moscú que para muchos era algo inimaginable, ha forzado a los miembros de la Unión Europea ((UE) a reforzar su andamiaje estratégico. Así, sectores como la Defensa que los Veintisiete habían puesto en manos de Estados Unidos desde el ocaso de la Guerra Fría (12-III-1947/3-XII-1989), han vuelto a recuperar su peso.
En esta dinámica indecisa, puntos territoriales como la República de Finlandia, además de los países Bálticos y los límites fronterizos con Bielorrusia, cobran especial relevancia. No obstante, existe otra órbita donde los intereses estratégicos del Kremlin y Bruselas chocan a más no poder. Sin duda, me refiero al área en torno al Polo Norte que desenmascara al Ártico, una región valiosa por sus materias primas y que se ha convertido en ruta que otorga al Gobierno de Vladímir Vladímirovich Putin (1952-71 años) sortear las sanciones e inflar sus arcas con dinero asiático.
Y es que, a pesar de su clima salvaje, el Ártico cobija suculentas reservas de recursos naturales, sobre todo, en materia de hidrocarburos. De hecho, para el Centro de Estudios de Seguridad Circumpolar, una ONG con sede en Washington, esta demarcación geomorfológica aglutina una de las más grandes reservas de petróleo y gas sin explotar. Para ser más preciso en lo fundamentado, simplemente el Ártico ruso abarca más de 35,7 billones de metros cúbicos de gas natural y 2.300 millones de toneladas métricas de petróleo, la amplia mayoría reunidas en las Penínsulas de Guida y Yamal. Esto se asemejaría a 16.000 millones de barriles de crudo únicamente en el área antes indicada, sobrepasando las reservas de Brasil o Argelia.
Conforme el cambio climático prosigue alarmantemente haciendo que el Ártico sea menos fragoso en cuanto a su accesibilidad, el interés por los recursos energéticos de la zona ha crecido significativamente. En tanto, la UE denota su apetencia por ejercer un protagonismo más acusado en la región, refiriendo su compromiso como un menester geopolítico en medio de una colosal competitividad por los recursos y el surgimiento de rutas marítimas imprevisibles.
"Rusia tiene la convicción de que la historia junto a la geografía le confieren el derecho legítimo a influenciar en el Ártico y de forma exclusiva en la Ruta Marítima del Noroeste"
En este aspecto, desde el ente norteamericano realzan que el Ártico es esencial para la “visión rusa de un orden global multipolar”. Igualmente, numerosos analistas rotulan que estos intereses se enfilan con la estrategia de la República Popular China, que divisa a Moscú como su “socio estratégico preferido en el Ártico” y, a su vez, según estimaciones del Gobierno americano, ha agrandado sus inversiones en la zona hasta unos 95.000 millones. Ejemplo de ello es el compromiso implementado por la empresa china Polygroup para invertir en la provincia de Murmansk, con el propósito de desplegar terminales portuarias e instalaciones para minería de carbón.
Ni que decir tiene que el calentamiento juega sus oscilaciones súbitas, ya que desde un tiempo para acá ha provisto que las naves rusas circulen como pez en el agua por rutas que eran inabordables por el hielo, mientras que ahora son empleadas para posibilitar las remesas desde el oeste de su territorio hasta China o la República de la India.
En contraste con el itinerario tradicional que implica surcar por el Mar Negro, el Mediterráneo y posteriormente, por el Océano Índico, hoy en día los buques salen desde el Mar de Barents y navegan aguas territoriales rusas por el norte hasta el Pacífico sur. Y como no podía ser de otra manera, Pekín viene dialogando desde años atrás de una futurible ‘Ruta Polar de la Seda’.
En este entorno, Moscú ha encauzado con buenos ojos inversiones de este país para ampliar su infraestructura en la región ártica y reforzar las exportaciones, sobre todo, tras las sanciones occidentales.
Y como era de sospechar, a Occidente no le hace ni pisca de gracia que la Federación de Rusia monopolice este trayecto para evadir sus sanciones, ya que aproximadamente el 90% de las exportaciones de petróleo se dirigen al gigante asiático o la India, y gran parte de éstas por el derrotero ártico.
Adelantándome a lo que a continuación analizaré, el retraimiento de Rusia y los efectos de las sanciones económicas dadas, crean medios subyacentes para otras alternativas y acuerdos en la trama del tornadizo equilibrio de poder y los progresivos afanes de China en el Ártico. Estos hechos son causa de inquietud para la Unión, que celosamente ha intervenido en materias acreditadas para la región.
Sin embargo, el desasosiego se ensancha más allá del tema económico. Particularmente, los aliados occidentales presumen que Moscú esté militarizando tropas o arsenales a estos ejes, lo que conjeturaría una amenaza crítica para estados como el Reino de Noruega, Finlandia o el Reino de Suecia. Con lo cual, el incremento de la competencia y la movilización en la zona del Ártico, fundamentalmente por parte de Rusia y China, es peliaguda.
Como antes he aludido, la desaparición del hielo plasma otros senderos marítimos que proporcionan el desplazamiento de importantes embarcaciones y reducen las duraciones de travesía. De este modo, diversas voces afines a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) expresan su inclinación por seguir presto y dispuesto para lo más repentino.
Concretamente, un punto de fricción es el archipiélago de Svalvard. Este conjunto de islas que se hallan en el Océano Ártico al norte del Viejo Continente, pertenecen a Noruega. Realmente, desde hace décadas sus recursos marinos y mineros han sido aprovechados por rusos y escandinavos. Si bien, en los últimos trechos Moscú ha interpuesto diversas denuncias diplomáticas contra los noruegos para afianzar sus intereses de singladura por este territorio.
En otras palabras: la disposición regional de Svalbard es sustancialmente oportuna, al ostentar un alcance estratégico manifiesto, ya que su establecimiento podría resultar transcendental para inspeccionar el acceso de la flota del norte de Rusia en la Península de Kola, que como es sabido aloja submarinos nucleares. Al mismo tiempo, sus aguas envuelven cuantiosas poblaciones de peces y espaciosos depósitos de minerales metálicos.
Dicho esto, a grandes rasgos la escalada de la guerra de Ucrania no se puede concebir sin el palpitar rítmico del Ártico. Un océano y una región cada vez menos congelados y henchidos de tiranteces divisorias en las que Rusia no pierde ni un ápice de atención. Foco de erosión diplomática que en el siglo XX apenas era irrelevante en el intransitable océano y helados espacios, pero que actualmente son el centro de la codicia de Putin, al fraguar un Ártico repleto de recursos minerales y naturales para su ‘Gran Rusia’. Recursos cuyo telón de fondo dibuja el conflicto bélico de Ucrania y que pone en jaque esta región como el tablero geopolítico de una Tercera Guerra Mundial.
Allende a aquellas palabras pronunciadas en el año 1987 por el entonces líder soviético, Mijaíl Serguéyevich Gorbachov (1931-2022), literalmente expuso: “La Unión Soviética está a favor de reducir el nivel de confrontación militar en la región. Hagamos que el norte del globo, el Ártico, sea una zona de paz. El Polo Norte ha de ser un polo de paz”. Por lo tanto, Putin ha hecho estallar por los aires el enfoque iluso de quien fue el último presidente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Y tras la irrupción de Ucrania, el Ártico amenaza con alzarse en una superficie en pie de guerra.
Y equidistante a lo anterior, por vez primera el Consejo Ártico, el foro internacional que suscita la reciprocidad en la región, hubo de interrumpir su contribución en base a su condena de la intervención de Rusia en Ucrania. En el comunicado oficial de aquel momento, consta una clara observación a cómo la acometida rusa es “un grave impedimento a la cooperación internacional”.
Conjuntamente, otras tres entidades diplomáticas del Ártico tomaron cartas en el asunto, como el Consejo de los Estados Marítimos del Báltico, el Consejo Euro-Ártico del Mar de Barents y el Consejo Nórdico de Ministros.
Recuérdese al respecto que el Consejo Ártico, instaurado en 1996, está constituido por ocho miembros de pleno derecho, cuales son Estados Unidos, Rusia, Canadá, Dinamarca, Islandia, Finlandia, Suecia y Noruega. Estos actores son los que poseen la soberanía de los departamentos marítimos y terrestres. Asimismo, concurren los seis representantes de las comunidades indígenas del Ártico.
Pero por encima de todo, se constatan varios debates como el que ocupa la Isla de Hans, situada en el centro del Canal Kennedy del Estrecho de Nares, reivindicada por Canadá y Dinamarca, pero hasta ahora impera el entendimiento. También está demarcado el margen marítimo aunque Estados Unidos y Canadá pretenden el Mar de Beaufort. Con todo, el Archipiélago de Svalbard, bajo el paraguas noruego y donde se materializan diversas tareas comerciales, era un claro ejemplo de esa cooperación.
Aunque el Consejo Ártico impulsa, valga la redundancia, la cooperación en materia medioambiental, más el desarrollo sostenible y la investigación científica, descartando de su encargo la ayuda militar, la inspección de armas y desarme y la praxis pesquera, resulta paradójico que haya dejado en suspenso su trabajo. Hasta no hace mucho era un paraje de paz que había subsistido a las zozobras internacionales. Es más, con ocasión de la anexión de Crimea (20-II-2014/21-III-2014) ni siquiera modificó su agenda.
Tras el ingreso de Finlandia (4/IV/2023) y Suecia (7/III/2024) en la OTAN, todos los miembros de este foro son de la Alianza Atlántica, excepto Rusia. Y Moscú, que valora el Ártico como su ‘Norte’ venidero, la zona donde crecer económicamente y en la que reina su hegemonía en un 50%, percibe que con el tiempo quedará cercada. Al igual que si Ucrania accediera a la OTAN, les resultaría una amenaza inadmisible, por el hecho de que en el Ártico todos los Estados soberanos sean aliados en su contra.
Luego, el Ártico enfrenta su mayor crisis en las últimas décadas, porque existe el riesgo de que la tensión vaya coronando la cima. Al final sobrevendrá en el Consejo Ártico esa dicotomía presagiada de la cuenta 7+1, cuando Rusia lleva la voz cantante en cuanto a la capacidad militar en la región. Y la Alianza Atlántica intensificará su estampa en el Ártico con maniobras militares, como de hecho ha ocurrido, para enseñar los dientes a Rusia.
Por el contrario, Rusia que delineó su primera política ártica en 1931 con Iósif Stalin (1878-1953) a la cabeza, no cesa en marcar en rojo su territorio. Ha reacondicionado diversas bases aéreas, como estaciones de radar, centros de coordinación de emergencia y puestos fronterizos.
Lo cierto es que ha reforzado el número de patrullas con bombarderos y submarinos en la Península de Kola, donde se ha afanado en modernizar la pista de aterrizaje. De igual forma, ha construido otras bases, como la de Novosibirsk, al norte de Siberia oriental o en la Isla de Wrangel, entre el Mar de Chukchi y el Mar de Siberia Oriental.
Desde que Putin se encuentra en el poder, el Ártico, estancia de recursos naturales y cuna de periplos comerciales superpuestos, es prioridad en la política del Kremlin. Rusia ha apostado por la ‘Ruta Marítima del Norte’ y extrae dos tercios de sus reservas de petróleo y gas de esta ‘Zona Económica Exclusiva del Norte’.
Llegados a este punto, Rusia tiene la convicción de que la historia junto a la geografía le confieren el derecho legítimo a influenciar en el Ártico y de forma exclusiva en la ‘Ruta Marítima del Noroeste’. Por eso el Kremlin ha ampliado su foco de atracción estratégica de manera similar al interés exhibido en los años noventa por su flanco oeste europeo, tras la caída del Muro de Berlín (9/XI/1989). Rusia duda que el desvanecimiento del muro de hielo del plano del Océano Glacial Ártico repercute a su zona de dominación habitual. Cualquier agravamiento de la presencia de la OTAN en los estados del Ártico lo contempla inquietante para sus intereses.
Desde 2014, Rusia ha militarizado paulatinamente la región, porque entiende que se resquebraja un frente que anteriormente no sostenía. O lo que es igual: ha comenzado a sopesar que arrastra una complicación de seguridad en el Ártico, ya que el apoyo bilateral se ha transformado en una cuestión puramente del pasado. Por ello ha consolidado sus medios en la ‘Ruta del Noroeste’, lo que a su vez preocupa al resto de potencias de la zona.
Según señalan algunos investigadores, en las diversas maniobras cristalizadas, ha sido capaz de congregar a un número ingente de participantes como 50.000 soldados, 40 buques y 15 submarinos. Incluso ha implantado un mando militar para el engarce oportuno de las fuerzas rusas en el Ártico. Y por si no se rematase aquí el asunto, en 2015, el presidente del Consejo de Expertos del Ártico y la Antártida, matizó al pie de la letra que había “una gran posibilidad de que el Ártico ruso sea la primera línea de defensa en caso de un conflicto militar global, porque esa es la dirección más probable de un ataque con misiles balísticos nucleares del adversario”.
Como en esta extensión prácticamente teñida de blanco es dificultoso desplegar tropas sobre el terreno, más bien lo que se maneja es un prototipo de guerra a distancia con intercambio de misiles hipersónicos o balísticos. Esa disyuntiva de amenaza nuclear es algo que constantemente la doctrina rusa ha seguido.
Y en caso de que la OTAN intentase hacerse con algún espacio territorial ruso, empleará este modelo de armas: Rusia posee capacidades nucleares en la Península de Kola, además de buques y submarinos nucleares. También puede lanzar misiles salvando el Polo Norte. Ciertamente no ocurre como en el frente oriental, donde se apelaría a vías convencionales. Evidentemente, esto entra en la argumentación de la confrontación: la presencia militar ha sido hasta ahora reducida, pero ha ido aumentando. No ha de soslayarse de este escenario, el protagonismo de China, al exponerse como un Estado semi-ártico, pero no esconde su pretensión de ser una potencia polar.
Su pericia sobre la región se revela en el Libro Blanco sobre Política Ártica de 2018. Pekín palpa y hurga la soberanía de los Estados árticos, pero se escuda en que no sea su apuesta única. El tránsito marítimo está en razón de la Seguridad Nacional para China. De ahí, su rédito en la selección de la ‘Ruta del Noroeste’, que sería la ‘Ruta Marítima del Norte’. Su empecinamiento se articula en dar luz verde a la ‘Ruta Polar de la Seda’, parte de la ‘Iniciativa de la Franja y la Ruta’, una empresa geopolítica promovida por China para garantizar la conectividad física y digital de Eurasia y el planeta.
El plan chino puede advertirse fuertemente dañado debido a que estriba, en gran medida, de las dinámicas del Consejo del Ártico y de los estados con litoral ártico que han simplificado sus interacciones. Primero, como derivación de la anexión de Crimea en 2014 y, segundo, con la invasión rusa a Ucrania.
A China le impacientan las muchas tensiones entre los miembros de la Alianza Atlántica y Rusia, pues inciden en vaivenes internacionales y aviva lo que Beijing califica como ‘mentalidad de Guerra Fría’, actuando para mal en la gobernanza de la zona. Para el país asiático la quiebra entre los integrantes del Consejo Ártico resultaría fatídico, porque no puede desestimar a Rusia, el actor con mayor costa ártica, pero tampoco al resto de estados con quienes tiene programas científicos y comerciales. Además, trabaja codo a codo con Rusia para lograr sus designios económicos, tanto en lo que corresponde a los itinerarios marinos como el aprovechamiento de recursos.
Podría decirse que la cooperación entre China y Rusia es cómplice, hasta consolidar una entente sólida. De momento, a la primera le atañe encontrarse activa y extraer los mayores beneficios posibles, mientras Rusia suspira por nutrir el control territorial, pero el precio que ha de pagar es enorme. De manera, que el apoyo se verá aumentado entre Moscú y Pekín. Y con respecto a la explotación de recursos, China se vale de que Rusia remolca el lastre de sanciones para aproximarse a la tecnología occidental e invertir en transporte y explotación de hidrocarburos en el Ártico ruso.
"Desde que Putin se encuentra en el poder, el Ártico, estancia de recursos naturales y cuna de periplos comerciales superpuestos, es prioridad en la política del Kremlin"
A resultas de todo ello, hoy por hoy, el Ártico es el capricho de Putin, porque su punto de inflexión forma parte del ensueño de Rusia, que es entre ideología y religión, meramente antioccidental ultra nacionalista orientada hacia el ‘Norte’. Curiosamente, el mandatario ruso repite por activa y por pasiva, que Rusia encabezará la aldea global gracias al ‘Gran Norte’, apuntando al potencial de Siberia, al ser sabedor de los muchos recursos como el petróleo, el gas, el oro y los diversos minerales.
El Ártico hospeda el 13% de las reservas de petróleo mundial, más el 30% del gas, el 27% de diamantes y otros minerales muy apreciados. Riquezas de la propia naturaleza que el cambio climático le pone a merced, dados los inconvenientes que hasta no hace mucho existían para explotarlos. O séase, el Ártico constituye más del 90% de la obtención de gas natural de Rusia y el 17% de su petróleo.
Los grandes intereses de Rusia por el límite del sol de medianoche y del oso polar, demuestran el refinamiento con la que el régimen de Putin persigue a capa y espada a los ecologistas, principalmente, a los que denuncian la conservación medioambiental de su ‘Gran Norte’. Para Rusia el Ártico es igual a los exponentes de recursos de gas y petróleo y las pesquerías, pero, sobre todo, a la primicia de otras rutas de tráfico marítimo de la comercialización entre China y Europa. En la medida en que prospera la decadencia del Ártico al quedar desnudo de nieve, domina la voracidad de la militarización.
Finalmente, para Rusia el Ártico atesora su calibre capital a la hora de evitar desplazarse de una situación contraproducente en caso de conflicto. La disposición geofísica de Rusia y su proximidad a este contorno, recrean que el plantel de una férrea y diamantina presencia militar sea crucial para la resistencia de este actor. Su fuste estratégico parte de elementos exclusivos como el área GIUK (Greenland-Iceland-United Kingdom). Esta esfera satisfecha por el Estrecho de Dinamarca y el Mar de Noruega, encarna la salida principal a las aguas transatlánticas para las armadas de la Flota Norte instaladas en la Península de Kola y es una primera línea de defensa frente a la OTAN.
En nuestros días, la Península de Kola se pone en una balanza y resulta ser de vital alcance para la Seguridad Nacional rusa, al igual que alberga dos tercios de las Fuerzas Nucleares Marinas.
Y qué decir del empleo de submarinos con capacidad nuclear que persisten en su desempeño desde la Guerra Fría. Más de la mitad de estos submarinos se hallan alineados junto a la Flota Norte en Severomorsk. Dichos submarinos están dispuestos para lanzar ataques minuciosos a objetivos occidentales sin tener que exponerse lo más mínimo para eludir las defensas de la OTAN en el área GIUK. Y al ser esta zona una demarcación de carácter territorial, continúa preservándose para las Fuerzas Navales rusas, por lo que la significación del Ártico a la hora de encarar una posible réplica u operación militar es indispensable para Rusia.
Tampoco interesa dejar en el tintero el procedimiento que ha esgrimido el Kremlin en los últimos tiempos para alegar su política exterior mordaz y belicosa. Tal y cómo manifestó textualmente Putin, “es obvio que la expansión de la OTAN no tiene nada que ver con la modernización de la Alianza o con asegurar Europa. Al contrario, representa una seria provocación que reduce los niveles de confianza mutua”.
El esparcimiento de la Alianza Atlántica en suelos de anterior predominio soviético, podrían promover un considerable militarismo en el Ártico, con la finalidad de compensar la disminución de poder en otras franjas fundamentalísimas. La traza del ejército ruso con potencial nuclear de submarinos, navíos y patrullas de bombarderos Túpolev TU-95, destapan a todas luces que el Ártico es la punta del iceberg como respuesta a la expansión de Occidente.
En consecuencia, el ascenso militar de la OTAN en el Ártico de indudable calado geoestratégico y punto neurálgico donde chocan los intereses económicos de Rusia y Occidente, hacen conmutar los equilibrios de poder en el norte de Europa y mina la seguridad regional.