No por soltar una palabra o una secuencia de ellas en alto, con mayor volumen e incluso a gritos bajo una incipiente o manifiesta indignación (sincera o fingida), tiene más valor, capacidad de incidencia o convencimiento.
La irritación convulsa es mala compañera de viaje de la palabra útil, la despeña. La difumina o desnaturaliza cuando se le confiere -solo- el uso de arma arrojadiza como parte del discurso unidireccional y destinado a promover las emociones en favor de quién o quienes lo esgrimen.
Ocurre cuando lo que debiera ser un encuentro entre las ideas en competencia acaba convirtiéndose en un intercambio de golpes, de acusaciones, cuando no de insultos pasando de lo racional de las palabras a lo contrario, un flamígero petardeo. Eso, tantas veces, hace caer en trampas, en terreno minado. La palabra es una útil herramienta para destruir, pero igualmente para sortear los peligros y construir algo social en el que la disputa, la confrontación, las aspiraciones de poder o su mantenimiento caben; algo a lo que la gente no le da la espalda y por lo que se facilita la apetencia a participar, no únicamente como receptores pasivos del ruido o de los golpes, sino ante el reclamo que activa el interés por lo asuntos públicos.
La barbarie no está únicamente en el uso indiscriminado e injustificado de la fuerza (sea verbal o física), también en una consecuencia letal: la rotura de los puentes necesarios para el entendimiento, por muy frágiles que sean, siempre de ardua tarea, sea cual sea en lo que consista.
La incertidumbre que se vive en estos tiempos allana el camino para la barbarie o viceversa. Los sentimientos o la pasión en la disputa no debieran ser quienes la gestionen y lleven a término. La humanidad, en cualquier aspecto de la confrontación de la vida, lleva a la pasión o el sentimiento a su racional control frente al radicalismo. Para ello, escuchar, querer y saber hacerlo, es el verbo que mejor se conjuga y hace conjugar, teje redes. Escuchar la palabra que disiente de la propia, no sólo la que confluye con nuestra opinión o elección.
La palabra, al utilizarse, se ofrece en su lado más turbio cuando intenta imponer una verdad y realmente es una suposición o como máximo intuición. Construye juicios de valor y que en tantas ocasiones difieren del valor real, de la propia realidad. Con preocupante frecuencia el corazón o la intención viajan a mayor velocidad que la razón.