Un cortado para él, un zumo de naranja para mí. Así empezó la charla con Víctor Cerisola, presidente —todavía por unos meses— de la Asociación de Scouts de Melilla. Nos sentamos a hablar de chavales, valores, listas de espera, playas sucias, campamentos que se montan con ilusión y, sobre todo, de cómo se puede cambiar el mundo... aunque solo sea un poquito.
En realidad, la entrevista se iba a titular con la noticia típica que enlaza actividades del fin de semana: ¡ la colaboración de la Asociación en la recogida de alimentos, organizada este fin de semana por el Banco de Alimentos, y la limpieza de playas. Pero todo se tornó cuando informó, así, entre dientes, que su rol en la gestión de la asociación tenía fecha de caducidad.
Primero lo primero: Melilla. En este rincón aparentemente discreto, entre campamentos, mochilas y pañoletas, se construye, semana a semana, una ciudad más justa, más solidaria y más comprometida con el entorno. Lo hace de la mano de un grupo de personas que no buscan focos ni titulares, pero que encarnan como pocos el valor del compromiso.
Al frente, durante los últimos 14 años, ha estado Víctor, presidente de la Asociación Escaudemelilla, que ahora se despide del cargo con la satisfacción del deber cumplido.
“Yo asumí esto con una hoja de ruta clara. Quería diferenciar la asociación del grupo, dar visibilidad al escultismo en Melilla, conseguir un reconocimiento institucional por nuestros cien años de historia y dejarlo todo mejor de como me lo encontré. Y creo que lo hemos logrado”, dice con una mezcla de orgullo, serenidad y nostalgia. Víctor no es sólo presidente; ha sido niño, educador, referente, y ahora pasa el testigo a una nueva generación, convencido de que el futuro está en sus manos.
Porque si hay algo que define al scoutismo en Melilla es el relevo generacional y la formación integral. En la actualidad, scout Melilla está conformada por una única asociación legalmente constituida y un solo grupo educativo, el 584, coordinado por Almudena Jiménez. “La asociación se encarga de la parte legal, institucional, de las subvenciones… el grupo es quien trabaja con los niños, quien desarrolla el programa educativo. Pero en la práctica somos los mismos en ambos lados. No hay fronteras, porque la misión es común”.
Hoy son 120 los miembros del Grupo 584: un centenar de niños y unos 20 adultos voluntarios —los llamados scouters— que se ocupan de guiarles en un camino de crecimiento, aprendizaje y servicio. Todo bajo una estructura sólida que divide a los menores en cinco secciones, según franjas de edad, desde los más pequeños (6 a 8 años) hasta los jóvenes de 17 a 21, organizados como el "Clan Robert". Cada sección tiene su propia coordinadora, “casualmente, todas mujeres. No ha sido algo impuesto, pero nos enorgullece, porque trabajamos mucho por la igualdad y la coeducación”.
Más allá de las etiquetas y la estructura, Scout Melilla es una escuela de ciudadanía. Desde muy temprana edad, los niños y niñas aprenden a ser autónomos, críticos, empáticos y comprometidos.
“Trabajamos habilidades para la vida. Queremos que el día de mañana sean ciudadanos útiles a la sociedad y al medioambiente”, explica Víctor. Y lo consiguen de una forma tan natural como poderosa: “los mayores ayudan a los pequeños, los pequeños admiran a los mayores, y así se crea una cadena de apoyo mutuo”.
Víctor se va. Pero no se va del todo. Se queda en el grupo, por supuesto. “Porque esto no se deja así como así” insiste al enumerar los dos grandes retos que aún le quedan por alcanzar.
“Me marqué unos objetivos y están casi todos cumplidos. He conseguido crecer como grupo, hacerme notar a nivel nacional, mejorar la relación con instituciones, y hasta conseguir una placa conmemorativa de los 100 años del escultismo en Melilla. Solo me queda una cosa pendiente: que una calle de la ciudad lleve el nombre del fundador de los scouts melillenses.
“Ese es el último objetivo antes de colgar la pañoleta de presidente”.