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Histrionismo con Estocolmo al fondo

Hace pocos días me decía una señora amiga que muchas personas residentes en nuestra ciudad “padecen el síndrome de Estocolmo y llegará el día que toda la población sufrirá esa enfermedad”

por Juan J. Aranda
08/12/2022 06:52 CET
Histrionismo con Estocolmo al fondo

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Según la RAE el ‘histrión’ es una persona que divierte al público con disfraces, o al sujeto que se expresa con la exageración que caracteriza a los actores. Dice que el uso más habitual de este adjetivo, está dado en el mundo del espectáculo; considerando que los actores histriónicos son los que logran entretener a la audiencia con sus palabras, su gestualidad y sus movimientos corporales. Y como saben el histrionismo también lo podemos ver fuera del cine, del teatro o de la televisión, como en alguna que otra manifestación, con licencia o sin ella. Sobre estos personajes histriónicos, los hay que son ocurrentes por su naturaleza, ya que su timidez brilla por su ausencia, y si han leído algo de historia, terminan destacándose en los eventos sociales y políticos. Pero para que se les tome en serio, deben manejarse con mucha responsabilidad.

Generalmente esta gente suelen ser egocéntricos y un poco exagerados al expresar sus emociones. Buscan siempre ser el niño en un bautizo, el novio o la novia en una boda, o el muerto en un entierro; y si la gente no les hace ni puto caso, se cojen un mosqueo de cojón de mico.

Créanme que cuando vi a una señora, ahora representante política, muy seriecita ella, megáfono en mano, junto a un joven con un voluminoso cajón a cuestas, anunciando algo sobre una reunión. Al principio creí que era lo que hace algunos años, en muchas ciudades de la Península, se podía ver a dos señores con un acordeón, una trompeta y un altavoz dentro de un cajón tocando, muy mal, el pasodoble ‘Islas Canarias’; y los vecinos, desde los balcones arrojándoles algunas monedas. Pero no como ‘El Matías’, personaje popular malagueño, de los duros años 40 y 50, que tras su sempiterno discurso seguido de un zapatazo en la acera, y su enajenado estado psíquico, con humor y gracia, decía bajo un balcón: “¡Araceli! (y a lo mejor la señora se llamaba Paca o Ramona): échame un alfiler, pero me lo pinchas en un bollo para que no se pierda”. Pero no crean que se me ha olvidado la cabra, con sus cuatro patas en lo alto de un macetero antiguo, como el que tenía mi abuela en el comedor, con su blanco tapete de crochet. Creo que los amantes de los animales tienen algo que ver en que ya no se vean por ahí las cabras divirtiendo al personal. También en la actualidad existe el clásico tapicero ambulante, que suele ir en su furgoneta, megáfono en mano, ofreciendo sus servicios a los vecinos que lo necesiten.

Por otra parte, como hace pocos días me decía una señora amiga, que muchas personas residentes en nuestra ciudad, “padecen el síndrome de Estocolmo, llegará el día que toda la población sufrirá esa enfermedad”. La verdad es que yo no me lo creo, porque si analizamos lo ocurrido en Estocolmo el 23 de agosto de 1973, cuando tuvo lugar el atraco con rehenes, protagonizado por el malhechor, Jan Erik Olsson, en el banco Kreditbanken de Norrmalmstorg. Al llegar dos policías de forma casi inmediata, el atracador hirió a uno de ellos y mandó al segundo sentarse, y creo que le obligó a que cantase. Olsson había tomado cuatro rehenes y exigió tres millones de coronas suecas, un vehículo y dos armas. El gobierno se vio obligado a colaborar y le concedió llevar allí a Clarck Olofsson, amigo del delincuente. Así comenzaron las negociaciones entre atracador y policía. Ante la sorpresa de todos, una de las rehenes, Kristin Ehnmark, no solo mostraba su miedo a una actuación policial que acabara en tragedia sino que llegó a resistirse a la idea de un posible rescate. Según decía, se sentía segura.

Por eso yo discrepo en que en mi ciudad exista entre algunos ciudadanos ese síndrome de la capital sueca, porque más bien se trata de un mito. Pero como de todo hay en esta viña del Señor, existen personas recién llegadas, que dicen sentirse agradecidas, mostrándose simpáticas y agradables con los histriónicos, desarrollándose una dependencia emocional hacia ellos.

Yo en vez de citar a Estellés, pienso como el autodidacta ‘Chipola’: “He nacido en el mejor país del mundo. La lengua, el vino, (con el jamón), las comidas, los paisajes, las gentes... Los de mi pueblo son los mejores. Me gusta mi nación y soy nacionalista. Pero lo curioso es que si llego a nacer en otro sitio, todo esto sería una mierda”.

Pues eso.

Tags: Colaboración

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