El que sufre tiene retentiva y recuerda a esas gentes de bien, que trabajan al servicio de la causa por la concordia, hasta dejarse su propia vida en esta misión. Desde luego, el mayor homenaje que podemos rendirles es volcarnos en proseguir con su labor de entrega y generosidad, en un mundo cada día más feroz y deshumanizado. Hoy más que nunca, necesitamos modificar estilos, comenzando por plasmar rectitud e incidir en el amor como servicio, no como poder que aspira a la dominación. Absurda mentalidad que alienta nuestra ambición, para subir los peldaños del éxito y alcanzar puestos importantes. Este afán y desvelo por la búsqueda del prestigio personal, verdaderamente, nos está dejando sin corazón.
Aún así, cierro los ojos para ver más hondo y observo que a esta lógica mundana, hemos de contraponer la humildad de bajar del pedestal para servirnos entre sí, lo que nos impulsa a no buscar nuestro interés, sino a ponernos con espíritu donante en los demás y hacia todo aquello que nos circunda. Sin duda, el auténtico arte de la memoria es la habilidad del amparo, del cuidado y de la cercanía, como esa familia de las Naciones Unidas, que promueven sin cesar los vínculos de la comprensión mutua y de la colaboración entre los pueblos. Sin duda, esta Organización, supervisando los diversos gobiernos que, cumplen con su responsabilidad de proteger a sus ciudadanos, proporciona un servicio elemental en nombre de la comunidad internacional.
Por ello, movilizar la acción, exigir justicia y fortalecer resoluciones que protejan el valor y la valentía de estos ciudadanos de bien, siempre dispuestos a prestar asistencia humanitaria, política o para el desarrollo, no puede quedar en meras palabras o en promesas vacías. Teniendo esto presente, es particularmente necesario encontrar nuevos impulsos de entendimiento, que satisfagan el potencial humano, hermanándolo y dignificándolo. Qué lo sepamos, no somos meros objetos de comercio o deseo, tenemos la responsabilidad de proporcionar ayuda entre sí, asistencia a las naciones empobrecidas y alivio a las atmósferas ensombrecidas por las contiendas permanentes. Los caídos por estas luchas han de traer a la memoria, la loa del cambio, será su mejor conmemoración.
En efecto, debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos; y, en este sentido, tenemos que reconocer que el personal de Naciones Unidas hace una labor encomiable, destinada a romper el ciclo de violencia y a garantizar la rendición de cuentas por las violaciones a los derechos humanos. Pero, para conseguirlo y estar con los más vulnerables, suelen correr un inmenso riego, enfrentándose a amenazas de todo tipo. Sólo el pasado año, 101 miembros del personal fueron arrestados o detenidos. En total, 52 integrantes siguen privados de libertad, según un informe reciente; que indica, además, que la dotación de contratación local corre especial peligro.
Desgraciadamente, cada día es más abundante la riada de mortales huérfanos, desarraigados de sus hogares, fruto de la oscura crueldad humana, que continuamente camina por todos los rincones del planeta. A mi juicio, tenemos que desmantelar cuanto antes las lógicas perversas que atribuyen a la posesión de armas la seguridad personal y social. Tales lógicas son absurdas; puesto que, únicamente sirven para incrementar las ganancias de la industria bélica, fomentando de esta manera y fermentando de este modo, un clima de desconfianza entre análogos como jamás. Bajo este ambiente de consternación e impotencia, son precisamente esas afluencias de Naciones Unidas, las que tienen que actuar con mayor perseverancia, sabiendo que la quietud llega de sus manos nobles.