En atención a los últimos hallazgos y evidencias contrastadas, la población mundial ha crecido lenta y constantemente. Sin embargo, en las postrimerías del siglo XVIII con la incidencia de la Revolución Industrial (1760-1840), marcó el preámbulo de un aumento extraordinario en su dimensión. Toda vez, que numerosos avances técnicos y químicos, como la medicina o los fertilizantes, han empequeñecido drásticamente la tasa de mortalidad.
Simultáneamente, amplias esferas de la población cuentan con un mejor racionamiento de alimentos, lo que asimismo se afianza el futuro de las nuevas generaciones y, por lo tanto, nos lleva a una ampliación de la tasa de natalidad. Con lo cual, el crecimiento de la población ha pasado del 0,3% al 0,8%. Únicamente en los siguientes tres siglos, la urbe creció de 0,5 a más de 3.000 millones de individuos.
Inicialmente, hay que partir de la base que el crecimiento de la población mundial es el producto de la tasa de natalidad y la tasa de mortalidad. Así, la población mundial se agiganta incesantemente: en 2021, alcanzó un conjunto poblacional de 7.837.000.000 habitantes con una tasa de crecimiento del 0,9%. Y con una tasa de crecimiento de en torno al 0,7% en la última década, EE.UU. se halla en la mitad de la comparación mundial. El último ligero ascenso se produjo en los años 90.
En cambio, los Estados de Qatar y Omán han estado a la cabeza en los últimos tiempos, y en ellos se han logrado en algunos casos tasas de crecimiento por encima al 10% anual, aunque en estos años las tasas de crecimiento han vuelto a bajar.
Si bien, como es sabido la población no se incrementa igual en todos los estados. Fijémonos sucintamente en el contraste acentuado al contemplar las pirámides de edad incorporadas por países con distintas fortalezas económicas. A ras mundial, la pirámide de edad toma forma de una colmena o campana con algunos valores atípicos más pequeños. Obviamente, ello se debe a una subida ponderada en las generaciones más jóvenes con una tasa de natalidad de 17,3% y una mortalidad elevada y tardía.
Acaso, lo que hoy por hoy, es ineludible, pasa por redefinir las concepciones de familia y nación para amoldarnos a vivir en esta nueva realidad. O tal vez, la objeción radique en una asignación más equilibrada de los recursos y lo que estos antecedentes nos revelan es que el modelo de desarrollo económico y social ya no es sostenible
Una comparativa directa de las pirámides de edad revela que los estados pobres y los ricos discrepan extraordinariamente en cuanto al desarrollo de su población. En las zonas prósperas, los sujetos alcanzan la vejez con mucha más asiduidad, lo que se debe a un sistema social articulado, atención de la salud superior a la media y la estabilidad financiera. Pero, no sólo se desenvuelven los guarismos del colectivo mayor, sino que la edad media varía ampliamente de la de los países menos avanzados.
Conjuntamente, el apremio por rendir el alto costo de la vida y la falta de necesidad evolutiva, hace que las tasas de natalidad se reduzcan. Ahora la amplia mayoría de la población tiene entre 30 y 50 años, mientras que los menores de 20 años están manifiestamente sobrepresentados. En demarcaciones como España, esta constelación empujará a que entre 10-20 años menos las personas tengan que sufragar el sistema de pensiones financiado con sus impuestos.
Por el contrario, en los estados pobres la pirámide de edad adquiere forma de túmulo. Es decir, un poliedro agrandado en la que se refuerzan excesivamente los grupos de edad más jóvenes. Claro, que como consecuencia de la mortalidad prematura, los sujetos de más edad continúan siendo minoritarios. Además, suele confirmarse una carencia de sistemas sociales y de seguridad financiera para la población, que de esta manera sólo puede adquirirse desde el entorno familiar. Justamente, las familias numerosas conjeturan una mayor seguridad económica para el mañana, lo que comporta un aumento de la natalidad.
En los estados más necesitados, los grupos familiares ejercen un protagonismo mucho más significativo que los países ricos. Los hijos suelen permanecer vinculados especialmente de por vida y facilitan no sólo seguridad, sino también atenciones en la ancianidad.
Con estas connotaciones preliminares, el histórico estallido demográfico que ha experimentado el mundo en los últimos tres siglos está tocando su punto y final. Ésta, es al menos, la principal impresión que emite el Informe sobre las ‘Perspectivas de la Población Mundial’ elaborado por la Organización de las Naciones Unidas, ONU. Los 7.700 millones de seres humanos que en este momento residen en el planeta se ampliarán en 2050 hasta los 9.900 millones para, posteriormente, tocar techo en los años conclusivos del presente siglo con 11.000 millones de personas.
A partir de ese intervalo, la intensificación poblacional será prácticamente inexistente, finiquitándose un ciclo demográfico inédito en la Historia de la Humanidad. No en vano y durante milenios, la aldea global era un páramo desde la perspectiva demográfica, ya que la cantidad de habitantes apenas evolucionó a un ritmo de 0,4% interanual entre el año 10000 a.C. y 1700, debido a la prominente mortandad infantil y la minúscula esperanza de vida.
Desde el siglo XVIII, coincidiendo con la aparición y el esparcimiento escalonado del capitalismo, esta estimación comenzó a proliferar de manera sustancial, hasta alcanzar su máximo en 1968, cuando la población creció un 2,1% interanual. A partir de entonces, este ascenso se ha ido moderando hasta situarse levemente por encima del 1% vigente: el año anterior nacieron un total de 140 millones de personas, mientras que fallecieron 58 millones, emanando un saldo positivo de 82 millones.
El argumento es que a este compás persistirá su predisposición decreciente en las próximas décadas, de modo que de cara a las nuevas proyecciones de la ONU, la población mundial difícilmente aumentará un 0,1% en el año 2100.
Por ende, el mundo tocará su máximo tamaño al cierre de este siglo. Y es que, la población se ha multiplicado por más de doce desde el año 1700 y por ocho desde el año 1800. Únicamente en el siglo XX ha crecido por cuatro, mientras que en el siglo actual no llegará a duplicarse, con lo que se completará una ampliación demográfica que carece de antecedentes.
En el estreno del siglo XXII la amplitud de seres humanos se aquietará, e incluso podría empezar a menguar. De hecho, no es un acontecimiento novedoso a nivel local, ya que veintisiete estados han observado un descenso poblacional del 1% o más desde el año 2010; mientras que en 2050 serán cincuenta y cinco países, con la peculiaridad que en veintiséis de ellos la población decaerá al menos un 10%.
Tómese como ejemplo China, donde la ONU resalta una contracción de 31,4 millones de habitantes que representa el -2,2% hasta mediados de siglo. Por otra parte, nueve países dilucidarán más de la mitad del incremento demográfico que se consignará hasta 2050. Estos son Pakistán, India, Nigeria, Tanzania, República Democrática del Congo, Etiopía, Indonesia, Egipto y EE.UU.
Ni que decir tiene, que la India sobrepasará a China como la nación más habitada en torno a 2027, mientras que la urbe del África Subsahariana se doblará. Por el contrario, las demarcaciones que notarían un menor acrecentamiento poblacional durante este curso son el Viejo Continente y América del Norte con el 2%, junto a Asia Oriental y Suroriental con el 3%, respectivamente.
La lógica de este paréntesis demográfico estriba en la menor tasa de fecundidad, ya que si en 1990 los nacimientos por mujer se acomodaban en 3,2, en 2019 esta tasa descendió a 2,5 y continuará comprimiéndose hasta 2,2 en 2050. A este respecto, cabe caer en la cuenta de que presumiendo la ausencia de la migración, se requiere un grado de fecundidad de 2,1 de nacimientos por mujer para garantizar el relevo generacional y salvar a largo plazo los declives poblacionales.
El desplome de la natalidad y el alargamiento en la esperanza de vida igualmente se muestran en un progresivo envejecimiento de la población. Así, para 2050, el 16% tendrá más de 65 años, frente al 9% real. Esta cambio resultará fundamentalmente destacado en Europa y América del Norte, donde el 25% de los individuos tendrá 65 años o más. Del mismo modo, en 2018, por vez primera, las personas de 65 años o más, precedieron en cifras a los menores de cinco años. Motivo por el que la ONU tantea que la población con 80 años o más llegará a triplicarse, pasando de los 143 millones de hoy a los 426 millones a mitad de siglo.
Y como resultado se desplomarán los dígitos de sujetos en edad de trabajar, en contraste con los mayores de 65 años. En el Estado del Japón, esta tasa es la más baja con el 1,8, mientras que otros veintinueve estados, especialmente de Europa y el Caribe, presentan tasas menores a 3.
Dicho estudio presiente que en 2050 cuarenta y ocho países reconocerán niveles inferiores a 2, lo que terminará produciendo graves tiranteces en sus finanzas públicas como ramificación del fuerte aumento del gasto coligado a la atención médica, como a las pensiones y la protección social de los más longevos.
A resultas de todo ello, veamos sucintamente diez datos que evidencian el hundimiento demográfico de España en 2018, justo un año antes de la crisis epidemiológica del coronavirus. Así, los dígitos de nacimiento agolpan una verticalidad por encima del 40% en la última década, como verifica la Encuesta sobre ‘Movimiento Natural de la Población’, correspondiente al año antes mencionado y que minuciosamente extrae el Instituto Nacional de Estadística, INE.
“Los seres humanos nacen, crecen, envejecen y mueren, pero sobre todo, se multiplican, si bien, durante la última centuria el incremento exponencial de la población nos emplaza a una encrucijada que debemos solventar de la forma más razonable, tanto para el ser humano como para el medio ambiente”
La conjunción de la baja natalidad y el envejecimiento paulatino poblacional, causó que la evolución vegetativa que es la diferencia entre nacimientos de madres residentes en España y muertes, mostrase un resultado negativo de 56.262 individuos, cuantía que ha ido prosperando de manera específica desde 2015.
En la misma línea, la ‘Fundación Renacimiento Demográfico’ que, tal como reza su página web, “busca sumar las fuerzas de personas, instituciones, organizaciones, empresas y gobiernos preocupados por las graves consecuencias que la baja natalidad y el envejecimiento pueden tener para nuestra sociedad”, pormenoriza el repecho poblacional con diez datos puntuales.
Primero, durante 2018 se asentaron 369.302 nacimientos, lo que representó una caída significativa del 6,1% con relación al año previo (23.879 nacimientos menos). La reducción de bebés de madres naturales en España escala al 7% interanual, unos 270.000 en total.
Segundo, la proporción de nacimientos absolutos correspondió al 42% inferior al de 1976. Prestando atención a los bebés de madres nacidas en España, la bajada es del 60% con respecto a este tiempo; tercero, la ratio de natalidad se aminora a 1,25 hijos por mujer residente y 1,19 por mujer nacida en España.
Cuarto, haciendo nuevamente hincapié en el año 2018, España anotó 56.751 defunciones más que nacimientos, y 130.000 más en el caso de españoles autóctonos; quinto, en sólo ocho provincias se confirmaron más nacimientos que fallecimientos; sexto, la provincia de Orense acumuló 3,2 muertes por nacimiento.
Séptimo, el Archipiélago Canario se convirtió en la región más improductiva de España, posiblemente de Europa, a la cabeza incluso del Principado de Asturias; octavo, en ninguna Comunidad Autónoma se alcanzó siquiera los 1,4 hijos por mujer.
Noveno, el salto a menos en la cantidad del número de hijos se caracterizó abruptamente en Galicia, seguida de La Rioja, Cataluña, Extremadura, Cantabria, Islas Canarias y País Vasco; y, décimo, hubo un 43% menos de niños que los indispensables para el relevo generacional. En paralelo, es preciso ceñirse a otras variables que demuestran la realidad de España en cuanto a la incidencia de los nacimientos.
Al valorar los datos divulgados por el INE, España prosigue disminuyendo en su peso poblacional debido a la disminución en el número de nacimientos, que ha decrecido considerablemente un 6,1% en 2018 y que acumula en la última década un recorte del 40,7%.
Por otro lado, la Encuesta sobre ‘Movimiento Natural de la Población’ refleja que durante 2018 nacieron en España 369.302 niños (23.879 menos que en 2017), y fallecieron 426.053 personas (un 0,4% más que el año anterior), lo que indica que España empobrece su estadística con 56.262 ciudadanos menos.
Asimismo, la tasa bruta de natalidad decrece y en 2018 se dispuso en 7,9 nacimientos por cada mil habitantes, cinco décimas menos que el año anterior, debido al bajón de los hijos por mujer y la contracción de mujeres en edad de ser madres.
De esta manera, el grupo de mujeres de 25 a 40 años que aglutina el 85% de nacimientos, se comprimió en un 2,5% en 2018 y eran 4,85 millones, persistiendo la tendencia a la baja que comenzó en 2009. Indiscutiblemente, este rango está constituido por generaciones menos nutridas nacidas en la crisis de natalidad de los ochenta y la primera mitad de los noventa.
Mismamente, estas sumas prueban que el número medio de hijos por mujer en 2018 se fijó en 1,25, el valor mínimo desde 2002 y 6 centésimas menos que el año anterior, disminuyendo tanto entre las madres españolas (6 centésimas hasta 1,19 hijos) como entre las extranjeras (8 centésimas hasta 1,63 hijos). Sin inmiscuir de estas referencias, que la edad media a la que se es madre corresponde a los 32 años, frente a los 32,1 de 2017. Además, tanto las españolas como extranjeras prorrogan aún más la espera para tener su primer hijo: 32,7 años las primeras y 29,9 en el caso de las segundas.
Claro, que como indicativo en la demora de la maternidad el incremento de las madres mayores de 40 años, se ha ampliado en un 63,1% en diez años, y en 2018, poco más o menos, que uno de cada diez nacimientos era de madres de este grupo.
Para finalizar este breve análisis sobre el número de nacimientos que en esta última década se hunde un 40% en España, es necesario examinar las defunciones que durante 2018 comprendieron 423.053, un 0,4% más que en el año anterior, por lo que la tasa de mortalidad abarcó el 9,1 de las defunciones por cada mil habitantes, igual que la de 2017. En cuanto a la tasa de mortalidad infantil, ésta fue de 2,59 muertes por cada mil nacidos vivos, un número menor a los 2,72 fallecimientos revisados en 2017.
Finalmente, la esperanza de vida al nacer residió en los 83,2 años, una décima por encima a la de 2018: la de los hombres obtuvo los 80,5 años y la de las mujeres 85,9 años. De acuerdo a las circunstancias excepcionales de mortalidad del momento, una persona que adquiriera los 65 años en 2018 aguardaría vivir de media, 19,2 años más si es hombre y 23,1 si es mujer.
No obstante, la tasa de crecimiento ha disminuido entre 2020 y 2021, llegando a registrar la referencia más baja desde 1950. Es decir, durante lo más duro de la pandemia la cadencia de crecimiento es el mínimo de los últimos setenta años.
Indudablemente, la enfermedad epidemial ha tenido su impacto sobre el aumento de habitantes: la esperanza de vida se simplificó a 71 años en 2021, frente a los 72,8 en 2019. Naciones Unidas sugiere que en los estados de ingresos elevados, las subsiguientes oleadas endémicas podrían atenuar a corto plazo la cantidad de embarazos y nacimientos. Una predisposición que no se subraya en los países menos desarrollados.
En consecuencia, los seres humanos nacen, crecen, envejecen y mueren, pero sobre todo, se multiplican, si bien, durante la última centuria el incremento exponencial de la población nos emplaza a una encrucijada que debemos solventar de la forma más razonable, tanto para el ser humano como para el medio ambiente. Hay quienes vaticinan los auspicios más pésimos, pero también, los que rompen con esa desconfianza y prevén un presente más alentador.
A decir verdad, el frontispicio de la raza humana nos enseña que el desenvolvimiento de la población no siempre ha mantenido el ritmo expeditivo que la describe.
Para ser más preciso en lo fundamentado, se constatan dos situaciones históricas que puntearon el devenir. Primero, la Revolución Neolítica en la que como no podía ser de otra manera, el ser humano explora el dominio de la naturaleza y nace la agricultura y ganadería. Estos impulsos a modo de avances transmiten la sedentarización de la población y una autonomía en la mano de obra para otras tareas afines con la artesanía, hasta producirse un incremento que rondaría los 300 millones de habitantes.
Y segundo, la Revolución Industrial, en la que se origina una detonación demográfica jamás vista hasta ese instante. En el siglo XIX la urbe se duplica y en el XX, incluso se triplica hasta afianzarse en los 6.000 millones. Las mejoras médicas, científicas y económicas patrocinan este caudal exponencial.
En 2011 se alcanza los 7.000 millones de individuos y en nuestros días, el planeta se dirige hacia los 8.000 millones, pese a la repercusión de la pandemia desde noviembre de 2019 con 6.427.233 fallecimientos, según el mapa interactivo en tiempo real procesado por el Centro Johns Hopkins de Ciencia e Ingeniería a fecha 11/VIII/2022. Como en todas las concreciones, existe cierto margen de error en cuanto a estos datos, estando previsto que la población mundial llegue a los 8.500 millones en 2030, 9.700 millones en 2050 y 11.200 millones en 2100.
El producto se basa en la variante media de la proyección de fecundidad, que advierte una caída de la fecundidad donde todavía prevalecen las familias numerosas, y una ligera ampliación en los que la media de fecundidad está por debajo de dos hijos por mujer. A la par, se pronostica que más de la mitad del crecimiento demográfico hasta 2050 tenga lugar en el continente africano, contando con la tasa de crecimiento más elevada de sus principales comarcas. Sopesando que África Subsahariana doble su conjunto poblacional para el año antes citado.
Luego, se sospecha un acrecentamiento vertiginoso de la población, incluso si en los próximos años decrecen los niveles de fecundidad.
A pesar de la fluctuación que transita en torno a las próximas tendencias de fecundidad en el continente africano, existe un número importante de jóvenes que llegarán a la edad adulta en pocos años y tendrán descendencia, por lo que este territorio ejercerá una labor imprescindible en cuanto a las dimensiones y distribución de la población mundial en los períodos venideros.
En marcada diferenciación con los apuntes anteriores, se anticipa que la población de estados o sectores concretos se empequeñezca para 2050, con presumibles contracciones de hasta un 10%; al igual que se ocasione un declive de más del 15% en países como Bulgaria, Bosnia y Herzegovina, Lituania, Croacia, Letonia, Hungría, Japón, República de Moldavia, Serbia, Rumanía y Ucrania. Reincidiendo en que la tasa de fecundidad queda muy por debajo de la necesaria para asegurar a largo plazo la sucesión de la población.
A tenor de lo expuesto en estas líneas, mientras la población de niños se acorta cuantiosamente y los mayores alargan su estancia, el resquicio entre los trabajadores y jubilados no deja de agrandarse. Este es sin duda, el mayor de los desafíos demográficos para las economías: el paradigma de convivencia y sostenibilidad del Estado de bienestar. Porque, en un mundo sin niños difícilmente puede vislumbrarse un futuro para la civilización.
Acaso, lo que hoy por hoy, es ineludible, pasa por redefinir las concepciones de familia y nación para amoldarnos a vivir en esta nueva realidad. O tal vez, la objeción radique en una asignación más equilibrada de los recursos y lo que estos antecedentes nos revelan es que el modelo de desarrollo económico y social ya no es sostenible.