EL poema que da título al libro dice: “La mente despierta, el espíritu medita”./Al amor al que más ama,/a aquel que le dio la vida,/le ha causado daño, con su duda./Lágrimas del alma arrepentida,/que de su corazón calman,/el tormento de la duda”. Siguen otros versos repletos de sentimiento, de ritmo, de vivacidad sonora.
Estamos, efectivamente, ante un poemario intimista, versátil. En él su autor, J:R. Pablos nos muestra el dolor del corazón herido y también la recóndita memoria del pasado y las aspiraciones de paz del presente (“…la mente medita”).
En el prólogo Francisco Ansón anota certeramente “Estamos ante un poeta”. Y Pablos, aunque tardíamente, lo es. Sobre todo por esa capacidad de ahondar en la belleza, de transmitir el fervor con la palabra exactitud, de musicalidad los actos de la intimidad y el dolorido instante de las vivencias tristes.
Comienza el libro con un poema dedicado a su esposa, María Teresa. En el leemos, por ejemplo, “Cuánta es la entrega, que a la amada/dar se logra…”. Lo demás es un claro recorrido por el afecto y también por el “Sufrimiento”, como rezan los versos de la página 39: “Hacemos daño, más,/a los que más amamos”. De ahí nace un sentimiento de compasión, de acercamiento, de ternura, de deseo innato de acercarse a ese ser especial que nos preocupa y al que, a veces, dejamos abandonado en el laberinto de las pasiones.
La escritora Lola Deán en “Vida y tiempo” viene a decirnos “Hoy…/ me duelen…,/hasta las líneas/del Verso”. Y es que la ternura puede tornarse en dolor, en herida, en angustia y, con ello, convertirse en lágrimas, incluso en lejanía. De ello nos avisa el poema denominado “Llanto”. (“Quiso llorar y no pudo./Por amor no era su llanto,/al haberlo traicionado,/al no haber correspondido./Era llanto de temor puro,/a ser de él alejado,/a no ser por él reconocido”. Ese miedo a la separación, a la lejanía, al rompimiento crea en el poeta, en el ser humano, una dosis de sencillo dolor, de amargura completa. Y de ello hablan la mayoría de estos poemas, aunque otras veces hay como un néctar alegre que vivifica el corazón del amante. Ahí están esos versos “Más dulce que la miel es recordarte,/el brillo de tus ojos al mirarme,/el tacto de tu piel sobre mi carne…”.
De todas formas el escritor Juan Cobos Wilkins escribe “Te alimentas de versos”- Y muchas veces es cierto, los desengaños, las alegrías, los momentos de pasión se convierten en versos, en diletantes oraciones de una entrega necesariamente lírica. Así sucede en este libro, en el poema titulado “Alma” donde leemos “Tierra de soledad y de silencio,/es el alma en su centro,/de paz, de suavidad en los anhelos./¿Es de Dios? ¿O es Dios?/No lo sé, lo presiento./A su imagen y semejanza,/nos creó en el tiempo./Es el centro del alma,/tierra y paz, y silencio”. Al margen, incluso de creencias o supersticiones, el poema se hermana en su apartado pensamiento, en esa tierra de soledad, en ese espacio de íntimas presencias y, allí, en una especie de benéfico abandona se hace las preguntas que suelen hacerse la mayoría de los seres humanos, hasta quienes profesan ideologías materialistas o se creen lejos de la espiritualidad más amplia. El alma se convierte en preocupación y se interroga por su presunta materialidad, por la pertenencia a su ser superior.
Sin embargo el autor sigue con los pies en la tierra cuando exclama “Camino que tienes delante,/camino que está detrás,/encrucijada que encuentras,/¿qué dirección tomar?”. Tal vez ahí subyace el deseo de hallar esa paz, de evitar el consorcio con las lágrimas, los instantes de tristeza y angustia que suelen cerca a los seres racionales. Pero no es solo la preocupación por los momentos de amargura o de apartamiento de los demás, también Pablos halla/busca la ternura en los espacios terrenales, en los paisajes y cercanías de lo cotidiano, como en “Rosa”. (“Lozana, fragante y hermosa,/es la rosa”). Es como regresar a la adolescencia, a los años de continuos descubrimientos e innovadoras certezas. Félix Grande dejó escrito “…soy un sueño que se está soñando” y Rafael Cadenas confesaba “Soy memoria, memoria que se reconoce. ¿Qué más?./Nada. Sólo eso”. Es la manera de penetrar en el mundo orgánico de la poesía para hacer propios sus descubrimientos, su innegable capacidad de recuperar esa memoria y, con ello, limitar el tiempo de las lágrimas. El último poema, “Llanto”, ya es una afirmación de la intensidad de la existencia. Reseñamos la segunda parte del mismo: “Al amor pidió las lágrimas,/y el amor le respondió:/has de llorar más y mucho/por el amor de tu amado,/que le agrada más el llanto/que por amor se derrama,/y las lágrimas son un canto,/cuando lo son por amor puro”.
Lágrimas, siempre el oscuro temor que significa tristeza, y todo ello, como recordaba Ansón potenciado por unos “versos sujetos a ritmo y cadencia” que, en el caso de JR Pablos, “producen el sentimiento estético”. Ese es, también, uno de los más innegables valores de este nuevo libro que, suponemos, será un punto y seguido en la obra de tan emprendedor hombre de letras.