El preso cogió una silla de plástico, la reventó y con los trozos que quedaron de las patas intentó agredir al funcionario que habitualmente vigila su módulo. Al trabajador de Instituciones Penitenciarias le dio tiempo de resguardarse tras una puerta y así salvó el tipo.
El interno de la cárcel de Melilla ha sido sancionado por ello, pero según el funcionario que estuvo a punto de ser agredido, al ser toxicómano e intentar autolesionarse, nunca cumple la sanción.
No es un preso cualquiera. Es uno de los más conflictivos y manipulados de ese módulo de la prisión de Melilla. Es el que el poder en la sombra dentro de los módulos de la prisión utiliza para intimidar al resto de internos y el funcionario al que intentó agredir está convencido de que no le atacó por iniciativa propia sino cumpliendo órdenes.
Así es la vida en la cárcel y esos son los riesgos a los que se enfrentan los trabajadores de prisiones, convencidos de que "las cosas ya no se valoran como antes" y ahora se es más permisivo con los presos que atacan a los funcionarios.
Niega la mayor el director de la cárcel de Melilla, Francisco Rebollo, que en declaraciones a El Faro, defendió la labor de los funcionarios, pero también que el rigor con que se sanciona a los internos es el reglamentario, pero "atendiendo a la salud física y mental" del preso.
Y en este caso no hablamos de un interno cualquiera, sino de un toxicómano, muy "problemático".
El caso es que la paciencia de los funcionarios está rayando el límite porque en los últimos tiempos se ha incrementado la conflictividad en una prisión que no está precisamente llena hasta la bandera.
Según los datos del Poder Judicial, la cárcel de Melilla cerró el año 2021 con 193 presos (186 hombres y 3 mujeres). Es, con diferencia, la que menos internos tenía en ese momento en todo el país.
Y además había registrado un descenso del número de reclusos comparado con el año 2020, que cerró con 262 internos (248 hombres y 14 mujeres).
El año pasado, el director de la cárcel comentó en declaraciones a El Faro que la prisión de Melilla tenía el nivel de población penitenciaria más baja de su historia y un índice de conflictividad mínimo. A día de hoy tienen 205 internos (200 hombres y 5 mujeres). Si tomamos como referencia el número de incidentes que trascienden a la prensa, podría pensarse que ahí dentro lo que hay es metralla.
El caso es que los sindicatos de Prisiones continuamente denuncian ataques a trabajadores, algunos muy salvajes como el del recluso que intentó electrocutar a un funcionario en Melilla.
Ocurrió el 5 de marzo de 2022, cuando varios trabajadores de la cárcel de la ciudad intentaron intervenir en el módulo psiquiátrico donde un interno estaba destrozando su celda. Los funcionarios no contaban con que el recluso iba a inundar la estancia y a manipular la instalación eléctrica para provocar un cortocircuito en el momento en que estos entraran. De haberse salido con la suya, aquello habría sido una masacre.
No contento con eso, el preso destrozó el somier de su cama y se atrincheró detrás de él, armado con metales y bisagras, con los que luego agredió a dos funcionarios que tuvieron que ser atendidos de sus lesiones.
En junio de 2021, otro preso intentó estrangular a un funcionario y prometió cortarle el cuello a todos cuando saliera de la cárcel. Eso en Madrid no tiene el mismo impacto que en Melilla, una ciudad de 12 kilómetros cuadrados en la que todo el mundo se conoce. Las amenazas, por tanto, al grito de "Alá es grande", pesan aquí como una losa.
Y ahí no paran las denuncias de agresiones. El mes pasado, el sindicato CSIF informó de un preso "habitual de los conflictos" que atacó a dos funcionarios provocándoles lesiones cervicales a uno de ellos. El conflicto estalló porque el recluso quería bajar al patio a una hora no reglamentaria.
Son solo tres ejemplos, pero no significa que sean los únicos. Hay malestar evidente entre los funcionarios de la cárcel de Melilla que llevan un año reclamando el cese del director de la prisión, pero no han conseguido ni que él dimita ni que desde Madrid lo destituyan.
Hay quejas por permisos no concedidos; por plagas de ratas; por malos olores; por sanciones excesivas a los funcionarios y por la tibieza a la hora de castigar a los reclusos infractores. El ambiente está caldeado y ante una situación de este tipo, lo mejor es sentarse a buscar soluciones viables y sostenibles en el tiempo que sean buenas para las dos partes. De lo contrario, tendremos conflicto en la cárcel para rato.