La fe, algo tan necesario para mantener la esperanza y avanzar, se sustenta en el sentimiento puro (o al menos lo menos impuro posible) en lo que se intenta y se hace, aún en la dificultad, por los demás cuando se tiene algún grado de responsabilidad sobre ellos.
La política siempre se entendió como aquello, aquella herramienta democrática necesaria y por razón de libertad, para hacer de la vida de, si no llegando a la totalidad, de cuantas más personas saludable y eficiente; para determinar su vida a un lugar mejor; de la solución o su franco intento en un camino con problemas que le aquejan y, enfáticamente, por las de mayor debilidad socialmente.
Razones hay, si no para dejar de creer sí para que se incremente el descreimiento. Por fuerza de insistir hasta arrabales cansinos, si hubiese que asociar el concepto de política en momentos como este y, sobre todo, para la gran mayoría de gentes y ajena a la lucha de poder y el enconamiento de los idearios de partido, lo haría, lamentablemente pero desde la realidad, como una lucha sin cuartel de las ambiciones entre quienes ocupan ese espacio público cedido por obra y gracia electoral y derivados. Un exceso de tacticismo y un déficit en empatía.
En estos días circula la preocupación pero también la decepción, especialmente para quienes más lo necesitan, que la política, esa que ampara, se aleja de su menester principal y primordial. Pensiones o ayudas al transporte, como ejemplo y parte esencial del bienestar social, revisión y mantenimiento en su caso, han quedado por el momento orillados ante un nuevo episodio del combate de los gallos de pelea y el calor de hooligans de actitud y aptitud ciegas presos de una sola consigna: a por el otro, no a beneficio de pensionistas o usuarios de ayudas, no, a por el otro, el rival.
Si en algo tan particularmente sensible y necesario, que dice mucho del compromiso con el bienestar, no se ha podido renunciar al espíritu de guerra y llegar a un medio punto de encuentro o al menos a una coma, ¿a qué tiene que suceder para medio vislumbrar un mero sentido de responsabilidad y cercanía?. Que le pregunten a quienes reciben una pensión estrecha y tienen que cargar, cada día, con las mínimas exigencias para una existencia digna. O, los que imperados por la obligación de transporte, se les pone la misma cuesta arriba. Se arreglará, casi seguro, pero quedará un regusto de insensibilidad y lógico recelo añadido.
Eso sí, presos de pompa y boato, a la par que niegan o repelen, se multiplican ante micrófono y palabra escrita, ante plateas de, prácticamente, un mismo signo político para que con sus enunciados y verborrea no decaiga el ardor de los afines. Las franquicias partidarias, por aquello de “hacer méritos” amplificarán las diatribas. Discurso y mensaje tantas veces exigente con reclamaciones que, cuando se tuvo la oportunidad de atender al estar en la orilla de los posibles y las soluciones, se soslayaron.
Hechos que incitan a muchas y muchos a no creer, razones no les faltan. Pero siendo el único sistema conocido y menos malo para encauzar el bien común, como lo es la política democrática, no queda otra más que forzar la esperanza para no caer en la hondura del pesimismo. Ya circulan por el mundo, con apoyo popular o sin él, con trampas o sin ellas, ejemplos fanáticos y totalitarios que, en ocasiones, dan que pensar que, tras el virus que tanto conmocionó y mutó a la sociedad, dejó secuelas importantes de indigencia mental y moral.