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Sobre la construcción de mezquitas

por Enrique Delgado
03/09/2011 21:28 CEST

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En abril de 2010, un grupo de fanáticos simuló enterrar un cerdo un una barriada de Sevilla, San Jerónimo, en los terrenos en los que se iba a construir un mezquita. Tres años antes se había hecho algo parecido en “Los Bermejales”. En ambos casos no se construyó la mezquita. En julio de este año, el diario Gara informaba de que un grupo de vecinos de la localidad vizcaína de Basurto, se manifestaba en Bilbao para conseguir que la comunidad musulmana del lugar edificara una mezquita.
La receta, enterramiento de cerdos, para supuestamente impedir la construcción de edificios religiosos musulmanes, es ofrecida incluso en páginas web y en foros en los que se hace gala de la defensa de “la marca hispánica”. Olvidan, niegan y, quizá, también desconocen, que el mundo musulmán fue una de las señas de identidad de la península ibérica hasta el siglo XV. La frontera entre el mundo cristiano y el musulmán se estableció en el río Tajo en el siglo XI y en el Guadalquivir en el siglo XIII. Casi la mitad de Andalucía, Murcia y parte del antiguo Reino de Valencia, llevan bajo la cultura “cristiano occidental” tres siglos menos de los que estuvieron bajo el dominio de la “musulmana”. Esto no es nada más que un dato, pero es un hecho que durante ocho siglos hubo un Islam hispano.
La Generalitat de Catalunya esgrime ahora el respeto a la tradición histórica para impedir la edificación de mezquitas, pero es que esa tradición fue también islámica durante varios siglos, es más, gran parte de la población morisca española quedo afincada en el Reino de Aragón y en Cataluña hasta el siglo XVII. Gran parte de la población morisca expulsada en 1610, seguía arraigada muy por encima de la línea del Ebro.
Sorprende que años de promoción de la multiculturalidad, del pluralismo, de la tolerancia, incluso en zonas que están fuera de toda duda como Cataluña, salten en pedazos en cuanto un grupo o comunidad musulmana instalada en la zona, o en la región, solicitan los permisos oportunos y pertinentes para edificar un edificio de culto religioso islámico. Este es el caso de la localidad gerundense de Salt. Los exégetas del prohibicionismo acuden de inmediato con toda una serie de razones con las que pretende dos cosas: “Justificar una decisión injustificable y alejar la sospecha de racismo o de miedo al Islam”, cuando por más que digan, se trata de ambas cosas.
Para dar una mayor solidez argumental a la decisión de prohibir la edificación de mezquitas, comparable sólo, pero a la inversa, con las órdenes de demolición de las mismas, o de transformación en templos de culto cristiano, decretadas por el Cardenal Cisneros en 1510, se alude a que la solicitud podría estar avalada por determinados grupos radicales islámicos del movimiento salafi, los salfistas. No conozco el caso de que a ningún grupo rigorista y ultra católico, que los hay, se le deniegue la construcción de una capilla o parroquia, sólo por sospechar que forman parte del sector más ultra de la Iglesia Católica.
Alí Mohamed Laarbi, en “Hacia una representación democrática del Culto islámico en España”, detalla que “salvo en unas pocas capitales, los musulmanes establecidos y afincados en España, rezan en garajes y en locales poco dignos e inadecuados para cumplir con su función de culto religioso”. La situación dista mucho de ser problemática o “cercana a la invasión o de reconquista musulmana”, como interesada y desvirtuadamente se pretende hacer ver desde algunos sectores sociales y políticos, que encuentran rápido eco en los medios de comunicación afines a estas tesis.
En todas se buscan pretendidos problemas para impedir la construcción de mezquitas. Por un lado se fiscaliza, como si se tratase de nuevos procesos inquisitoriales, las ideas religiosas de sus constructores, si son salafistas por ese motivo y si no lo son, entonces se buscan argucias técnicas. Y si estas no son suficientes para impedirlo, entonces se alude a “supuestas y ancestrales tradiciones” que salvaguarden identidades nacionales que tampoco está claro que estén en peligro.
En Melilla hay 7 iglesias católicas, 2 comunidades cristianas evangélicas, 5 sinagogas y el número de mezquitas y oratorios musulmanes, 14, es igual a la suma de todas las anteriores y no hay problema alguno por este hecho. Incluso dos de las mezquitas son de orientación “salafista” y tampoco genera o crean el más mínimo problema. Es verdad que ha aumentado el número de mujeres que utilizan el chador, el burka o el niqab (vestimentas integrales femeninas), pero tampoco se ha demostrado que se obligue a nadie a llevarlas. Todas lo usan de modo voluntario y cuando se les solicita, se prestan a la identificación personal al acceder a edificios públicos. En esto, Melilla es uno de los mayores ejemplos de tolerancia de España. Aquí suena ridícula y disparatada la prohibición de edificar alminares, votada y aprobada en referéndum en la democrática Suiza.

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