Bueno, son ejemplares, son admirables y hasta tienen tiempo de tomarse un cafetito. Se llevan a las mil maravillas porque son amigas cómplices. Son las mujeres de los siglos XX y XXI, quiere decirse, trabajadoras, emprendedoras, son cómplices de los tiempos modernos. La mujer, Deo gratia, cambia para bien porque, al margen de la cuestión doméstica, se levanta cada día con la ilusión de sembrar alegría y actividad económica, cuestiones que tal y como están los tiempos, tienen mérito; hay que echarle valor a la vida tal y como está la cosa.
Ellas, Cristina y Yamila, se han creido aquello de ‘al mal tiempo buena cara’, la misma buena cara que ponen para posar, parecen rescatadas de los lienzos del cordobés, Julio Romero de Torres. Genio y figura hasta...la... que tarde mucho en llegar. Yamila regenta una tienda de calzado infantil y juvenil. Se ríe hasta de su sombra y tiene esa clase a la hora de tratar a la clientela que te conduce a la admiración sin reparos, compres o dejes de comprar. Va sacando un proyecto empresarial unipersonal poco a poco, con perserverancia. Hace bueno el dicho de sir Wiston Churchill: ‘Muchos creen que el empresario es un lobo hambriento al que hay que abatir; otros que se trata de una vaca a la que se puede ordeñar sin interrupción; poca gente lo considera como es: Un caballo que tira del carro’. Bueno, ella es yegua.
Cristina lleva toda la vida currando. Es dependienta de una tienda de modas, la de Manolo Carmona, y es el alma de la tienda porque sabe vender con dulzura. Trata de conocer a la clienta con sus ojos de azor, la conoce y pone en marcha una maquinaria de persuasión infalible. Le vende lo que le da la gana. Y es preciosa, y sabe que es preciosa y, como lo sabe, lo vende, igual que un vestido de lunares. Gracias a su esmero sinigual saca adelante su vida y la de su madre, Joaquina, y lo hace con poderío y gracia. No le falta de nada pero, claro, a base de romperse el espinazo. Y, curioso, ella es feliz trabajando. Creo que sería capaz de trabajar sin cobrar para seguir siendo feliz. Le faltaría el mundo y el aire que respira sin no trabajase.
De este tipo de mujeres hay muchas en Melilla. Son señoras estupendas y no sólo por sus envidiables aspectos físicos sino por su corazones aguerridos, batalladores, sensatos y hasta bonitos. Para labrarse un porvenir decoroso hay que invertir en muchos campos. Hay que invertir en rigor, en horas, en talento y en felicidad. Estas señoras estupendas del comercio melillense lo tienen muy claro.