En medio del recogimiento y solemnidad que caracteriza a la Semana Santa, aún pervive el testimonio vivo de quienes, más allá de lo religioso, dedican su vida a custodiar nuestras tradiciones más arraigadas. En Melilla, una de esas voces pertenece a Maribel Pintos, conocida por su profundo conocimiento del protocolo cofrade, pero también por algo que la hace aún más especial: su compromiso personal y emocional con el arte de portar la mantilla española.
Más que una prenda, para ella es una herencia viva, una forma de expresar respeto, fe y belleza contenida. Pero también, como ella misma lo dice, una responsabilidad intergeneracional. “La mantilla recorre el pasado, el presente y el futuro”, afirma. “El pasado es la tradición que te deja tu madre o tu abuela. El presente, cuando tú lo vives. Y el futuro, la enseñanza que tenemos que dar a nuestras nietas para que esa tradición siga”.
El legado familiar como escuela de vida
El amor de Maribel por la mantilla no nace de un manual ni de un curso especializado. Nace en casa, entre mujeres que vivían con respeto y elegancia cada rito de la Semana Santa. Al hablar de sus orígenes, lo hace con emoción contenida-. “A mí todo esto me viene de mi madre y de mis tías”, explica. “Recuerdo perfectamente cómo en Semana Santa los matrimonios recorrían las estaciones y las iglesias donde estaban los monumentos. Mi madre y mis tías vestían la mantilla desde por la mañana, y los hombres iban de riguroso negro. Iban juntos, con solemnidad. Lo tengo grabado en la memoria como si fuera hoy”.
Ese recuerdo de infancia ha marcado profundamente su vida. Cada mantilla que coloca, cada peina que acomoda sobre una cabeza joven o madura, lleva consigo una parte de esa herencia íntima. “Mi madre me enseñó a poner la mantilla, y yo se lo he enseñado a mis hijas. Espero poder hacerlo también con mis nietas. Es una forma de seguir conectadas las unas con las otras”.
Un trabajo silencioso pero esencial durante la Semana Santa
Su labor en Melilla durante la Semana Santa es incansable. Aunque cada año son muchas las mujeres que le piden ayuda para colocarse la mantilla y la peina, Maribel reconoce que no siempre puede llegar a todas. “El Jueves Santo tengo que estar a las ocho y media en el Sagrado Corazón, y es mi hija quien me ayuda a ponerme la mantilla a mí”, relata entre risas. “Siempre me dice: ‘mamá, por favor, con tranquilidad, que siempre te la tengo que poner de bulla’”.
Pese a las prisas, Maribel intenta llegar a todas las mujeres que acuden a ella. Sabe que muchas no sabrían cómo colocarse correctamente la mantilla, y no quiere que ninguna mujer se quede sin vivir esa experiencia por falta de ayuda. Pero también sabe que una solución puntual no es suficiente. Por eso, lleva años insistiendo en una idea que para ella es clave: la necesidad de formar y enseñar.
“Yo siempre digo al principio de Cuaresma que estoy dispuesta a hacer talleres para enseñar a poner la mantilla. No quiero que ninguna mujer melillense se quede sin vestirse de mantilla porque no tenga quién se la ponga. Lo que pasa es que hasta Cuaresma viajo mucho a Sevilla, porque allí hay muchísimo que aprender. Pero en cuanto se asiente un poco el calendario, esos talleres tienen que salir adelante”, dice con firmeza.
Reivindicación y protocolo: el respeto por la tradición
Además de su faceta como formadora y colaboradora, Maribel es también una voz crítica, respetuosa pero firme, frente a lo que considera un uso inadecuado de la mantilla. Su visión no se limita a lo estético: lo que le preocupa de verdad es el significado. Hace poco publicó en redes un comentario tras ver un desfile de mantillas donde una mujer llevaba un escote pronunciado.
“Siempre desde el cariño, pero hay que decirlo: una mantilla nunca debe ir escotada excesivamente. La mantilla va de luto. ¿Acaso alguien va de luto enseñando el pecho?”, señala con convicción. “Puede ser un escote de pico, cuadrado o en herradura, pero siempre con mucho respeto. No se trata solo de estética, sino de significado. Es una muestra de recogimiento, de respeto por la Pasión de Cristo”.
Su defensa de la sobriedad no está reñida con la elegancia. Para Maribel, la mantilla debe ser sofisticada, pero también recatada. “La mantilla debe ir elegante, porque es la prenda más bonita que tenemos las mujeres españolas. Hay que vestirla con dignidad. No es para exhibirse ni desfilar. Es para guardar luto. Para caminar en silencio”.
El arte de vestir la mantilla: precisión y simbolismo
Maribel conoce cada detalle del atuendo de mantilla como si fuera una partitura sagrada. Habla de la peina, de los tipos de mantillas según la estatura de la mujer, de las formas —rectangulares, redondeadas—, de cómo debe colocarse con armonía y equilibrio. “La mantilla debe ir acorde a la estatura de la mujer, al igual que la peina. Y el vestido, por favor, siempre por debajo de la rodilla. Nunca por encima. Estéticamente duele, pero además, es una falta de respeto”, insiste.
También señala que debería existir un reglamento específico dentro de las agrupaciones cofrades. “Igual que se le da el sitio al portador o al penitente, la mantilla también merece un protocolo. Se deberían dar papeletas y normas, y quien no las cumpla, no sale. Así de claro. La mantilla no es para lucirse. Es para vivir una tradición en clave de respeto”.
Sobre el resto del atuendo, Maribel hace un recorrido minucioso por cada complemento. “Las medias, el Jueves Santo pueden ser más finas, pero el Viernes Santo deben ser tupidas. El zapato debe ser de salón, y el tacón va con la edad. Yo he ido bajando de tacón y seguiré bajando, porque mi promesa es seguir vistiéndome de mantilla hasta que el cuerpo aguante”.
No olvida los alfileres que sujetan la mantilla, el alfiler trasero que la recoge, el rosario —“que nunca debe faltar”— ni los pendientes, que para ella pueden ser de perlas con oro blanco o plata, e incluso de plata vieja, siempre que armonicen con el resto del conjunto.
El futuro de la mantilla está en la educación y el ejemplo
Maribel sabe que las tradiciones no se sostienen solas. Hay que cuidarlas, transmitirlas, vivirlas con coherencia. Y eso pasa por formar, por enseñar con paciencia y por dar ejemplo con cada gesto. Su deseo más profundo es que las nuevas generaciones puedan entender que vestirse de mantilla no es una moda pasajera ni un acto decorativo, sino una forma de expresar fe y de mantener viva la identidad cultural de un pueblo.
“Seguiré vistiéndome de mantilla hasta que el cuerpo aguante”, repite con firmeza. Y añade: “Seguiré enseñando, formando, ayudando. Porque la mantilla no es solo un adorno. Es memoria viva. Es fe. Es respeto. Y es, sobre todo, un legado que debemos cuidar para que nunca se pierda”.
Con asombro, por el lugar donde he podido encontrar el presente artículo, publicado sobre “La Mantilla” española, pero a la vez, con alegría y reconocimiento, a quién nos puede ilustrar, sobre esta prenda y el porte a mantener con este atuendo, me llena de admiración, el eco de la voz con que nos trasmite, tan acentuada tradición, deseando que por muchos años, nos siga trasladando esa pasión, a la vez que las Autoridades gobernantes, le faciliten el camino de expansión a tan eminente dedicación.