Un ave del sur
La malvasía cabeciblanca o común (Oxyura leucocephala) es un pato silvestre con unas características que la hacen única, como el color azul del pico de los machos cuando están en celo o la gran anchura del pico en su base en ambos sexos. Está especialmente adaptada a nuestro clima, pues su área de distribución se circunscribe a Andalucía y el norte de África, aunque puede desplazarse a otras zonas lejanas en invierno o en verano. El origen de su nombre es aún un misterio, pero puede deberse a un tipo de uva de origen griego, la “uva malvasía”. Quizás la tendencia de esta especie a habitar las lagunas interiores de Andalucía, muchas de ellas rodeadas de cultivos de vid, tengan relación con esta denominación tan curiosa. Otros nombres, como “esculá” (desculada, por el gran tamaño de sus huevos), también recuerdan este vínculo con el sur.
Esta vinculación a los humedales sureños ha estado a punto de provocar su extinción, pues la malvasía ha estado hace solo unos años a punto de desaparecer de nuestro país. Los motivos del vertiginoso declive de su población son comunes a los que han provocado el enrarecimiento de muchas otras especies de nuestro entorno: la destrucción de su hábitat, la caza furtiva y el cruzamiento con especies exóticas.
Las dos orillas del mar de Alborán
En un entorno tan cálido y, por tanto, propenso a la aridez como el del sur de España y el norte de África, los humedales son un recurso escaso y muy frágil; debido a la escasez de aportes nuevos que renueven la calidad de sus aguas, estos humedales son muy sensibles a la contaminación. Con mucha frecuencia, nuestros humedales se reducen a lagunas litorales salobres, donde la salinidad varía según la estación del año y las ocasionales riadas de otoño y primavera. Este es el caso de la albufera de Adra o la rambla Morales en Almería y, ya en nuestra orilla, de la marisma de Smirn, cerca de Ceuta o del estuario del Muluya, cerca de Melilla. En estos humedales se puede observar el deterioro que han sufrido las lagunas litorales de ambos lados del estrecho en esta última década, que ha llevado a una situación límite a especies tan simbólicas de nuestras tierras como la malvasía, entre otras muchas. En el caso de los dos humedales de Almería mencionados, la agricultura intensiva, tanto por los vertidos incontrolados de abonos químicos como por la extracción de agua del mismo freático que alimenta a las lagunas, han sido la causa principal del deterioro ambiental de éstas. En el caso de los dos humedales marroquíes mencionados, ha sido el boom de la construcción en la costa, una vez más, el que ha puesto y pone aún en peligro su viabilidad ecológica, y con ella, la de todas las especies que albergan. En el caso del estuario del Muluya, la construcción de un sinnúmero de urbanizaciones cerca de sus orillas ocupó una extensa área de marisma que era utilizada por muchas aves para anidar. Aún hoy se siguen extrayendo miles de litros de agua, vitales para el estuario, para regar el campo de golf de Saidia, y así mantener un símbolo del turismo elitista que, definitivamente, les ha dado la espalda, pues la mayoría de las urbanizaciones están medio en ruinas después de que no se haya vendido ni el 15 por ciento de los apartamentos.
Las causas del deterioro de estos humedales son intercambiables a uno y otro lado del estrecho, pues son muchas las lagunas litorales andaluzas desaparecidas por la construcción desenfrenada de la costa, y otros muchos los humedales litorales marroquíes altamente deteriorados debido a las malas prácticas agrarias.
Furtivismo y aves exóticas
En cuanto a la caza furtiva, hay que recordar que cuando ya eran muy escasas las malvasías se seguían cazando legalmente en muchos sitios, por una desidia muy frecuente en nuestras autoridades a la hora de frenar los excesos del colectivo cinegético. La caza furtiva fue la puntilla que puso a la especie al borde de la desaparición cuando ya se había prohibido su caza. Sin embargo, la última amenaza de la especie, el cruce con la exótica malvasía canela (Oxyura jamaicensis), introducida desde Norteamérica, se ha podido eludir gracias a la ayuda de tiradores profesionales.
Efectivamente, con el beneplácito de la administración, estos tiradores fueron eliminando una a una y a tiro limpio todas las malvasías exóticas que se habían adueñado de las lagunas donde criaba la cabeciblanca. Es muy triste que se tuviera que llegar a esta solución, pues estas malvasías exóticas no eran responsables de su introducción en un hábitat extraño, sino nuestra incomprensible e irresponsable costumbre de rodearnos de mascotas y animales decorativos de cualquier parte del mundo menos de la nuestra.
La malvasía es un ejemplo de la fragilidad de nuestro ecosistema, y a su vez, el aumento de su población estos últimos años es un rayo de esperanza que nos anima a seguir trabajando por la naturaleza que nos rodea.