Recientemente, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha publicado la Declaración Dignidad Infinita. Nos encontramos ante una declaración escrita sesuda y concienzudamente, el resultado de cinco años de trabajo. El Santo Padre pidió, explícitamente, que se prestara atención a las graves violaciones de la dignidad humana en el mundo de hoy. La dignidad de la persona es inalienable e infinita, y se posee por el hecho de existir, no es otorgada. Una idea que no siempre se ha visto tan clara en el pasado y que sigue sin verse nítidamente hoy día: racismo, mutilaciones, torturas, control mental, cambio de sexo, suicidio asistido, nuevas formas de esclavitud, maltratos, aborto, eutanasia, tortura, pobreza y miseria, la guerra sin ética... son ofensas a la dignidad de la persona.
Esta dignidad es infinita y así lo afirmó Juan pablo II en un encuentro con personas que sufrían discapacidad, para mostrar cómo la dignidad de todos los seres humanos va más allá de la apariencia externa o de las características de la vida concreta de las personas.
El Faro de Melilla entrevista al teólogo y profesor don José María Pardo, autor de muchos libros con títulos tan sugestivos como El no nacido como paciente, Bioética práctica al alcance de todos o Hay un embrión en mi nevera...
-¿Cuál es la importancia de Dignitas infinita, si entraña alguna novedad y, en ese caso, cual sería? Más que aportar novedades antropológicas a lo ya dicho hasta ahora por el magisterio de la Iglesia, la novedad tal vez podría ser la oportunidad de su publicación dado que estamos viendo cómo se promueven leyes que atentan gravemente la dignidad de la persona y, lo que es un sinsentido, se ve la ofensa como derecho.
-Este documento nace principalmente de una conmemoración: la celebración del 75º aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que se cumplió el 10 de diciembre de 2023. Junto a esto, pretende aportar alguna respuesta a la profunda crisis antropológica y moral que vive el mundo contemporáneo, que produce no pocos desafíos sobre la dignidad humana.
-La Iglesia exhorta ardientemente a que el respeto de la dignidad de la persona se sitúe en el centro del compromiso por el bien común y de todo ordenamiento jurídico. La dignidad de la persona humana que emana de esta Declaración apela a la fe, pero una fe que no se desvincula del compromiso. No disocia la fe del valor de la persona humana. ¿En qué o dónde se fundamenta la dignidad de la persona para el Magisterio de la Iglesia?
-El documento fundamenta la dignidad humana en lo que el ser humano es: imagen y semejanza de Dios; y en lo que está llamado a ser: participar de la vida divina para siempre. El ser humano es digno por estos dos motivos. De ahí, que toda criatura humana participe de la misma dignidad: Dios ha pensado en ella, la quiere y la llama a participar de su felicidad para siempre.
Por este motivo, se entiende que, si Dios desaparece del horizonte de una sociedad, la persona pierde su dignidad y se convierte en un objeto. Es lo que está sucediendo en gran parte de nuestras sociedades secularizadas.
-Una fe sin obras es una fe muerta, ¿Cómo hacerla operativa en la vida social?
-La persona vive en sociedad. Por tanto, el respeto por la persona tiene necesariamente implicaciones sociales.
-¿Cuáles son las amenazas a las que la dignidad humana se ve expuesta?
-El Papa Francisco expresó su deseo de que en este documento se prestara mayor atención a las graves violaciones de la dignidad humana que se producen en nuestro tiempo, en la senda de la encíclica Fratelli tutti. En este sentido, en la cuarta parte de la Declaración se señalan algunas de las más graves violaciones sobre la dignidad humana: pobreza, guerra, trabajo inhumano de los emigrantes, la trata de personas, los abusos sexuales, la violencia contra las mujeres, el aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia y el suicidio asistido, el descarte de las personas con discapacidad, la violencia digital, etc.
-¿Cómo lograr que se respete esta dignidad en sociedades con culturas diferentes?
-Pienso que las sociedades más avanzadas tienen la responsabilidad de ayudar a las más necesitadas, y las más necesitadas de dejarse ayudar. Para ello, evitando el «colonialismo ideológico» del que habla el Papa Francisco, se deberían cultivar algunos ámbitos.
En primer lugar, es necesario aprender sobre las diferentes culturas presentes en la sociedad, sus valores, tradiciones y creencias. Esto nos permite comprender mejor a los demás y evitar prejuicios o estereotipos injustos. Solo desde un conocimiento del otro se le puede ayudar eficazmente.
En segundo lugar, se debería subrayar el diálogo y la comunicación. Fomentar el diálogo abierto y respetuoso entre personas de diferentes culturas es esencial para construir puentes de entendimiento.
Y, en tercer lugar, construir puentes. Fomentar la colaboración y el trabajo conjunto entre personas de diferentes culturas ayuda a superar barreras y a construir una sociedad más inclusiva y respetuosa.
-Hace poco se ha aprobado la ley de la eutanasia en nuestro país. ¿Hasta qué punto alargar la vida artificialmente tiene sentido?
-En la atención de las personas al final de la vida, hay dos comportamientos que se han de evitar. En primer lugar, la eutanasia; es decir, la eliminación voluntaria de la vida de una persona en situación de vulnerabilidad. Y, en segundo lugar, alargar la vida de una persona tanto cuanto la medicina y la técnica lo permitan; lo que se denomina obstinación médica.
Pienso que para fomentar una medicina y una sociedad más humanas se deberían potenciar los cuidados paliativos, cuyo objetivo es humanizar los momentos últimos de la vida de una persona.
-¿Qué ocurre cuando vemos la inmigración como una invasión, deshumanizando al inmigrante para no sentir compasión? Es un tema complejo, especialmente en Melilla. Hemos visto imágenes que no tendríamos que haber visto nunca como cadáveres amontonados...salían de sus países de origen y querían penetrar en Melilla. Hay mucha mafia pero los engañados son personas.
-La Iglesia católica no ve la inmigración como una invasión. La postura de la Iglesia respecto a la inmigración se basa en los principios de solidaridad, justicia y respeto por la dignidad humana.
La Iglesia reconoce que las personas tienen derecho a buscar condiciones de vida mejores y más seguras para sí mismas y sus familias. Por esto, anima a las comunidades y a los individuos a acoger y apoyar a los migrantes, a trabajar por su integración y a luchar contra la discriminación y la xenofobia.
Junto a esto, la Iglesia reconoce que los gobiernos tienen la responsabilidad de proteger las fronteras y mantener el orden público. Sin embargo, esta responsabilidad debe ejercerse de manera justa y respetando los derechos humanos de los migrantes. La Iglesia aboga por políticas migratorias que sean humanitarias, justas y que busquen el bien común, teniendo en cuenta las necesidades y los derechos de todas las personas involucradas.
-Una cultura que denosta la maternidad y la paternidad, que los ve como una pérdida de libertad individual y no como riqueza, cada vez, sin embargo, más mascotas tratadas como a hijos.
-La decisión de tener hijos o mascotas es personal y varía de una persona a otra. Hay varias razones por las cuales algunas personas eligen tener mascotas en lugar de tener hijos: la necesidad de compañía, los recursos económicos y las imposibilidades sobre la capacidad de criar y educar a un hijo.
La Iglesia católica enseña que una de las razones de ser del matrimonio, junto con la ayuda mutua, es tener y educar a los hijos. Sin embargo, la Iglesia también reconoce que cada persona tiene circunstancias y situaciones únicas, y respeta la libertad y la responsabilidad de las personas en la toma de decisiones relacionadas con la maternidad y la paternidad.
Junto a esto, en una cultura materialista e individualista como la occidental, la natalidad es cada vez más exigente.
Acabo con una última reflexión: matrimonios débiles dan lugar a familias y sociedades débiles; y en positivo, matrimonios fuertes dan lugar a familias y sociedades fuertes.