En una época en la que las estadísticas educativas parecen regir la percepción de la calidad docente, Bárbara Judel, la directora de la Escuela de Arte Miguel Marmolejo lanza una reflexión tan necesaria como incómoda para ciertos discursos dominantes: no presentarse a la PAU no equivale a un fracaso educativo. Y tiene razón.
En el centro que dirige, un número importante de alumnos ha optado por no realizar la prueba de acceso a la universidad tras aprobar el Bachillerato. Pero lejos de tratarse de un desinterés o de una carencia académica, la decisión responde a procesos personales de madurez y orientación vocacional, como bien expone Bárbara Eamm. Hay alumnos que, tras el Bachillerato artístico, prefieren seguir formándose en ciclos de grado superior o explorar otras vías vinculadas a su vocación creativa. Algunos incluso proyectan su acceso universitario a través de esas formaciones técnicas, con una nota más sólida y acorde a sus intereses.
¿Significa esto una pérdida de calidad? En absoluto. Lo que está en juego no es la excelencia de los contenidos impartidos ni la solvencia pedagógica del profesorado —que, por cierto, ha logrado que el 100% del alumnado apruebe Bachillerato durante años consecutivos—, sino una visión más amplia y flexible del éxito educativo.
El sistema sigue midiendo el valor del aprendizaje con una única vara: la PAU. Pero esta visión resulta limitada y, en muchos casos, desajustada a las trayectorias reales del alumnado. Especialmente en enseñanzas artísticas, donde el desarrollo del talento no siempre pasa por la universidad, sino por caminos igualmente válidos y cualificados.
Además, como señala la directora, la PAU sigue siendo una prueba hostil para muchos jóvenes. A pesar del esfuerzo y la preparación, se enfrentan a ella con angustia e inseguridad, dudando de sí mismos cuando tienen, en realidad, una base sólida. En este contexto, el apoyo del profesorado y la libertad para decidir sin culpa deberían ser valores protegidos, no penalizados en cifras o rankings.
La madurez educativa también consiste en respetar la pluralidad de caminos. Y eso incluye aceptar que no todo alumno brillante tiene que ir a la universidad inmediatamente después del Bachillerato. Celebrar esa diversidad es apostar por una educación más humana, más adaptada y más real.