Lo que comenzó como una ronda de entrevistas espontáneas para conocer la opinión de estudiantes sobre el sistema educativo, derivó en una realidad más cruda y silenciada de lo que imaginaba. Jóvenes de distintos centros compartieron sus inquietudes sobre su futuro, la dureza del acceso al mercado laboral, y una educación que muchos sienten distante o ineficaz.
Pero entre respuestas prácticas y algunas bromas sobre inglés y oposiciones, emergió una voz diferente: la de Nerea. Su testimonio no solo interpeló al sistema, sino también a los propios actores que lo integran: alumnado, profesorado y administración. A través de su experiencia, Nerea critica la inacción ante el acoso escolar que sufrió durante años, relatando con claridad el vacío institucional que encontró en centros por los que ha y la diferencia radical que vivió al ser escuchada por la dirección de su actual Centro.
“Yo fui acosada en el Instituto y en el colegio. Los profesores no hacían nada, el centro tampoco. Llegué a pensar que no podía más”, afirma con serenidad. “Además, he perdido a un amigo por lo mismo. Y no quiero que nadie más pase por eso.”
El caso de Nerea abre la puerta a una reflexión urgente sobre la educación: no solo sobre los contenidos académicos o las salidas profesionales, sino sobre el entorno humano, seguro y empático que las escuelas deberían garantizar.
Cuando los jóvenes cruzan las puertas de sus centros educativos, algunos no solo cargan con libros y cuadernos, sino también con el peso de la angustia. Saben que, durante el recreo, en los pasillos o incluso en las propias aulas, pueden convertirse en el blanco de burlas, insultos o agresiones. Sus días transcurren entre la esperanza de pasar desapercibidos y el terror de ser señalados una vez más.
Su historia comenzó, como tantas otras, con "risitas en clase, vacilándote", comentarios despectivos sobre su ropa o su rendimiento académico, creando un ambiente de humillación constante.
Este acoso continuo en el tiempo, al ser preguntada por su futuro educativo, Nerea asegura que su trayectoria académica ha sido devastadora: "no me pude sacar eso por el tema del bullying. Empecé a dejar los estudios de lado y era como que no me podía centrar, que no podía, tenía un colapso mental". El acoso escolar no solo daña emocionalmente; altera proyectos de vida, limita oportunidades y perpetúa ciclos de exclusión.
Esta situación resulta especialmente paradójica cuando sabemos que existe un marco normativo claro. Los centros educativos cuentan con protocolos específicos de actuación contra el acoso escolar, documentos que detallan paso a paso cómo detectar, intervenir y resolver estos casos. Se organizan jornadas, se publican guías, se crean comisiones y se anuncian planes de acción que, paradójicamente, no logran reducir esas cifras alarmantes que sitúan a Melilla en el primer puesto del ranking del acoso escolar.
Esta víctima de acoso escolar identifica una brecha entre la teoría y la práctica por el que caen los estudiantes más vulnerables, mientras los docentes, en primera línea de esta batalla, enfrentan una realidad compleja que muchos han normalizado con manifestaciones tales como son "cosas de niños".
Voluntad real
Sin embargo, el testimonio de Nerea también nos revela algo esperanzador: cuando existe voluntad real de actuar, los protocolos funcionan. Su experiencia en el centro en el que estudia actualmente contrasta drásticamente con la vivida en otros centros: "me fui a dirección y de inmediato pusieron un freno increíble", asegura la estudiante al tiempo que expone que “de inmediato cogieron a los tres niños que eran, hablaron con ellos, le dijeron que aparte de las amonestaciones que tenían, que iban a tener un castigo, que era la expulsión. A uno de ellos lo expulsaron un mes”.
Una intervención efectiva que no solo le protegió, sino que transformó el ambiente del aula: "ya no me molestaban ni a mí ni a mi grupo y se podía dar clase y eso daba gusto". El contraste es revelador: donde hay compromiso real y actuación inmediata, el bullying se detiene.
Los datos de Melilla no son solo estadísticas; son el reflejo de un fracaso colectivo que demanda una respuesta urgente y decidida. Y el acoso escolar es una preocupación alarmante. Según el Informe PISA 2022, el 12,6% de los estudiantes melillenses se considera frecuentemente acosado, casi el doble de la media nacional del 6,5%. Ante esta situación, se han implementado iniciativas como el Plan Director para la Convivencia y Mejora de la Seguridad Escolar, que busca sensibilizar y educar a más de 9.000 alumnos en temas como el acoso escolar, los riesgos de internet y la violencia de género. Sin embargo, la efectividad de estos programas depende de su implementación real y del compromiso de toda la comunidad educativa.
Y es que final, como nos enseña la experiencia de esta joven valiente, la pregunta no es si sabemos cómo combatir el acoso escolar. La pregunta que queda es si estamos dispuestos a replicar esos ejemplos de buenas prácticas en todos los centros de Melilla, por que “cuando los adultos responsables actúan con determinación, el acoso se detiene”, concluye Nerea.
En el bullying escolar hay muchos actores culpables para que suceda, 1. Los niños acosadores, 2. Los maestros que están en la clase, en los pasillos, en el patio y en todos sitios del centro escolar y ven lo que pasa y se hacen los suecos como se suele decir, 3. El jefe de estudios y el director del centro, 4. Los inspectores del ministerio y el director general que cuando se les plantean un caso lo que hacen es ocultarlo para que nadie se entere y siempre actúan cuando la situación supera el límite y como mucho y expulsando unos días del centro a los acosadores, esto no soluciona nada, o proponiendo el cambio de colegio al acosado, cuando en todo caso se deberían cambiar a los acosadores, el acosado no es el culpable de sufrir bullying hay que tomar medidas rápidas y efectivas contra los acosadores a la menor evidencia de acoso para evitarlo. El bullying deja huella psicológica y de autoestima negativa de por vida en los acosados y sino conlleva suicidio como muchas veces a ocurrido.
Hay que decirlo claramente, en Melilla hay dos etnias causantes de este fenomeno .