NO es la primera vez que la Delegación del Gobierno denuncia la agresividad con que los inmigrantes que saltan la valla o llegan en patera a Melilla se enfrentan a la Guardia Civil. Hasta ahora nos decían que los subsaharianos agredían a los agentes con palos y piedras y hasta había quién ponía en duda esta afirmación, teniendo en cuenta lo difícil que se hace trepar por la doble alambrada con las manos ocupadas. Pero ayer, según la versión oficial, la escalada de violencia fue a más. Quince inmigrantes a bordo de una embarcación fueron detenidos en alta mar y para sorpresa del Grupo de Actividades Subacuáticas (GEAS) que salió en su auxilio, venían armados con cuchillos e hicieron uso de ellos. De hecho, se habla de daños de miles de euros en la embarcación de Salvamento Marítimo. Para los que la Benemérita es sólo un Instituto armado, la noticia puede que pase sin pena ni gloria, pero para los familiares de los guardias civiles es difícil hacerse a la idea de que durante su jornada laboral, el padre o marido se puede llevar una puñalada. Ser imparciales cuando está en juego la vida de una persona que se levanta a trabajar es harto difícil. Por eso cabe preguntarse qué se puede hacer para remediarlo, aunque la respuesta tiende a escocer: Nada. ¿El problema se podría solucionar con más vigilancia? ¿Con más colaboración con Marruecos? ¿Con una Comisaría conjunta? ¿Con más patrullas mixtas? ¿Con el helicóptero sobrevolando cada noche la ciudad? ¿Con una dotación extra de antidisturbios? A estas alturas la presión migratoria sobre Melilla debería ser ya una cuestión de Estado. Ahora tenemos, de nuevo, un conflicto en Las Chafarinas con la llegada de siete inmigrantes a la Isla del Congreso. ¿Se devolverán a Marruecos sin que las ONGs pongan el grito en el cielo?