Las propuestas y los proyectos de Guelaya, al igual que el espíritu que los mueven, son difícilmente criticables. La mayoría de melillenses estamos convencidos de que nuestra ciudad mejoraría de manera considerable si sus ideas se llevaran a la práctica. Pero en muchas ocasiones sus planes se enfrentan a una barrera insalvable, que es la realidad que nos rodea. A veces cuesta asumirlo, pero somos una ciudad de 12,5 kilómetros cuadrados, muy alejada de la península y con un vecino ‘amigable’ que no está dispuesto establecer ningún tipo de colaboración directa con Melilla. Ante estas circunstancias, proyectos que son totalmente viables en la península, aquí resultan imposibles.
Es imprescindible que cualquier iniciativa ecologista, en primer lugar, cuente con el impulso entusiasta de sus promotores, pero el deseo de poner en marcha un proyecto no es suficiente. También es importante preocuparse de salvar tanto las dificultades iniciales como los problemas imprevistos. Y, sobre todo, tener voluntad de buscar alternativas viables cuando la idea inicial se demuestra irrealizable.
En relación a la propuesta de Guelaya de implantar un sistema de biometanización de basura, el consejero de Medio Ambiente, José Ángel Pérez Calabuig, deja sobre la mesa dos cuestiones que los ecologistas deberían resolver para que la defensa de su proyecto no perdiera fuerza. En primer lugar, la inversión “no es rentable” porque el coste de la biometanización es similar al actual de la incineradora. Y segundo, ¿qué hacemos con el metano y el compost que se genere? El transporte a la península no parece viable por su alto coste. Y los acuerdos entre España y Marruecos que impliquen un reconocimiento explícito o implícito de la españolidad de Melilla cuentan por sistema con la negativa de las autoridades del país vecino.
No se trata de que Guelaya resuelva cuestiones de política internacional o de carácter económico que no le corresponden, pero algunos de su proyectos tienen un corto recorrido sin tener en cuenta todas esas circunstancias.