Como señalamos en las diversas informaciones que publicamos en esta misma edición, el vicesecretario de Comunicación del PP, González Pons, viajó ayer a Melilla para expresar el “apoyo incondicional, definitivo, sin ningún tipo de excusa ni pretexto, del Partido Popular a la Policía Nacional, la Guardia Civil, los funcionarios que prestan sus servicios en la frontera y a todos los ciudadanos de Melilla”. “El PP –dijo- no abandona esta ciudad y representantes de su dirección nacional volverán siempre que sea necesario, porque cuando un Gobierno no actúa o hace dejación de sus funciones es legítimo que la oposición tome iniciativas”.
Lo anterior resume la declaración de intenciones que realizó el popular por encargo de Mariano Rajoy. Un discurso muy medido que no quiso derivar en disputas con Marruecos, al que “respetuosamente” pidió “que ponga orden en su parte de la frontera” y respecto del que no quiso entrar en detalles sobre el punto en que puedan encontrarse las relaciones diplomáticas hispano-marroquíes, que, dijo, “son buenas, son fraternales y queremos que sigan siendo así”.
En lo anterior y a la vista de la situación actual, puede atisbarse un cierto contrasentido, si no fuera porque González Pons tenía una prioridad en su discurso: el de denunciar la vejación de las mujeres policías por parte de los activistas marroquíes y, al tiempo, trasladar el apoyo del Partido Popular a Melilla, en nombre casi de todo el conjunto de España y en contraposición a la falta de pronunciamientos en la que está incurriendo el Gobierno Zapatero.
Para Pons, lo principal no es ya desentrañar el porqué de la actual ofensiva sobre Melilla o si nuestra frontera, a pesar de la intervención del Rey Juan Carlos ante Mohamed VI, se está convirtiendo en símbolo de un extremo deterioro en las relaciones con el vecino reino. Lo principal era subrayar el atentado que contra la igualdad de derechos entre hombres y mujeres se está produciendo a costa de las funcionarias policiales, expuestas en carteles insultantes y vejatorios que reproducen fotografías de muchas de ellas.
La clave de su discurso fue por tanto escasamente zaheriente respecto de Marruecos y sí en cambio durísima respecto del Gobierno Zapatero que, como bien dijo Imbroda, practica la prudencia “hasta el punto de esconder la cabeza bajo el ala”. “Queremos buenas relaciones con Marruecos –insistieron ambos en una rueda de prensa conjunta- pero desde la reciprocidad, la franqueza y la lealtad –añadió la primera autoridad local- porque si nosotros somos más leales que ellos, pasa lo que pasa”.
En cierto modo, hasta el presidente de la Ciudad fue más analítico que Pons sobre lo que viene ocurriendo, aunque en su opinión todo sea fruto de la dejación del Gobierno socialista frente a las vejaciones y agresiones recurrentes a miembros de las fuerzas de seguridad, “por causa de un Gobierno que no ha hecho nada, más que dejar que estos asuntos se pudran”.
Es evidente, ante lo dicho por el PP, que existe mucho de clave política y hasta electoral en el modo y forma que ayer encauzaron sus discursos los dirigentes populares, como digo muy cautos por el contrario en las referencias al vecino país con el fin, supongo, de no echar leña al fuego en las relaciones con el reino alauita. Por eso, chirría aún más la crítica fácil del Partido Socialista, a través del diputado Antonio Hernando, que obvió entrar en el fondo de lo denunciado para acusar al PP y especialmente a González Pons justamente de aquello en lo que no incurrieron.
Preguntarse como hizo el socialista si las declaraciones del dirigente popular “mejoran las relaciones con Marruecos o para lo que sirven es para empeorarlas” está demás, visto lo que el citado Pons dijo. Más aún cuando el pronunciamiento de la ministra Aido sobre los atentados contra las mujeres policías llega tarde y mal, y más todavía cuando desde el Gobierno central la actitud silente y la práctica del avestruz ha sido la nota dominante en todo este conflicto.
Por tanto, es de agradecer que se reaccione con peticiones claras al Gobierno y que se exprese un apoyo “incondicional y definitivo” a Melilla, pero sin obviar que junto al problema de género que retumba gravemente en todo este conflicto, existen otras problemáticas de orden diplomático y policial más general, que no pueden perder prioridad en el discurso. Principalmente, pienso, porque lo que está sucediendo no es un acoso específico a Melilla ni a las fuerzas de seguridad, a pesar del giro cada vez más claro en contra de las agentes femeninas. Hay un trasfondo que nadie explica claramente, que muchos intuimos y que debe contrarrestarse de una vez para que Melilla y Ceuta -si es preciso con el apoyo de Europa-, dejen de ser finalmente las trilladas monedas de cambio en las relaciones hispano-marroquíes. El PP también debe trabajar abiertamente por esto, a pesar de la necesaria prudencia que pueda imponerse en toda política exterior.