La noche del Viernes Santo en Melilla volvió a teñirse de recogimiento con la salida procesional de Nuestra Señora de la Soledad, una de las imágenes más queridas y veneradas de la ciudad. La Cofradía del Cristo de la Paz y de Nuestra Señora de la Soledad ofreció, como cada año, una liturgia y una estación de penitencia profundamente distintas a las del resto de hermandades, donde el silencio, la oscuridad y la oración envuelven cada paso con una atmósfera de sobrecogedora espiritualidad.
Antes de que la Virgen cruzara el umbral de la iglesia del Sagrado Corazón, templo desde el que parte esta histórica cofradía, los fieles vivieron una ceremonia íntima. Como es tradición, se anunciaron en voz alta los nombres de quienes tendrían el honor de llamar a la puerta del templo. Luego, en absoluta solemnidad, se rezó el Padre Nuestro y se proclamó la letanía de María. Solo entonces, en medio de un silencio absoluto, se escuchó el sonido del llamador impulsado por los elegidos, marcando el inicio de un recorrido que congrega a cientos de devotos cada año.
La imagen de la Soledad comenzó su andadura envuelta por una ciudad que la acompaña en absoluto respeto, sin bandas de música ni aplausos, iluminada apenas por las velas entregadas a los asistentes. Varias jóvenes de la hermandad se encargaron de repartir romero y velas entre los presentes, haciendo que la llama tenue de cada vela se convirtiera en la única fuente de luz que alumbraba las calles del centro. El acto de devoción compartido transformó el entorno en un espacio íntimo, donde la emoción era compartida por todos.
Uno de los momentos más especiales tuvo lugar en el Callejón de la Soledad, un punto del recorrido que cada año se convierte en epicentro de emotividad y arte cofrade. Los jóvenes de la hermandad confeccionaron una alfombra floral llena de color, como ofrenda y bienvenida a la Madre. La emoción era palpable, mientras los cirios temblaban al paso lento y majestuoso de la imagen, que parecía acariciar el alma de quienes la esperaban.
La talla de Nuestra Señora de la Soledad es una imagen de candelero, obra del escultor José Noguera Valverde, realizada en 1951. Su trono, tallado originalmente por Paulino Plata en maderas nobles —nogal, caoba y chopo— se ajustó desde sus orígenes a las dimensiones de la puerta del Sagrado Corazón. En 2019, la Virgen estrenó un nuevo trono, réplica exacta del anterior, elaborado con mimo y detalle por el tallista Alberto Verdugo. Desde entonces, la imagen procesiona sobre esta nueva estructura que respeta la tradición y la estética original con total fidelidad.
La historia de esta cofradía, sin embargo, ha pasado por momentos de transformación. Hasta 1974, año en que se suspendieron las procesiones en la ciudad, la Virgen iniciaba su estación de penitencia a medianoche, prolongándose hasta bien entrada la madrugada del Sábado Santo. Con la recuperación de las procesiones en 1980, la hermandad decidió adaptar su horario, saliendo a las once de la noche y regresando en torno a las dos de la madrugada. Este cambio permitió mantener la esencia de la madrugada sin alejarse demasiado del horario habitual.
Otro hito importante en su historia reciente ocurrió en 2018, cuando la cofradía logró contar con su propia casa hermandad. Hasta ese momento, sus pasos se custodiaban en los locales de la plaza de toros, pero desde entonces parten desde su sede en la plaza Menéndez Pelayo, lo que refuerza su independencia organizativa y facilita los preparativos previos a cada estación de penitencia.
El acto culminante de la noche fue el tradicional acto de desagravio celebrado en la tribuna, previo al regreso al templo. Sin música, sin palabras, solo las oraciones susurradas y los rostros iluminados por el fuego tenue de los cirios marcaron el final del recorrido. La única luz que destacaba era la que caía directamente sobre el rostro de la Virgen, reflejando una infinita pena que conmovía incluso a quienes la veían por primera vez.
La procesión de la Soledad no solo es una de las más esperadas por los melillenses, sino también una de las más singulares y profundamente espirituales de toda la Semana Santa local. Su silencio conmueve, su oscuridad envuelve y su pena, compartida, queda suspendida en el aire hasta que, de nuevo, el año siguiente, vuelva a cruzar la puerta del Sagrado Corazón para inundar la ciudad con su presencia.