A los pies del acantilado
Pocos son los lugares de Melilla donde se puede ver esta bonita planta en la actualidad, a pesar de su histórica vinculación a las huertas y campos cultivados.
La cornucopia (Fedia cornucopiae) es una planta anual que prefiere los suelos arcillosos y soporta bien los niveles altos de nitrógeno, cualidades que la hacen una candidata perfecta para convertirse en lo que llamamos planta arvense, esto es, planta que crece en torno a los campos cultivados por el hombre.
De hecho la forma más fácil de encontrarla es en las zonas agrícolas, en prados y parcelas en barbecho o abandonadas, donde siempre tenderá a crecer en grupo.
En los espacios naturales con menos influencia humana se la puede encontrar al pie de los acantilados, donde aprovecha la acumulación de sedimentos provenientes del desgaste de las rocas que forman las paredes del acantilado.
En nuestra ciudad esta planta sólo tiene una población importante en el barranco del Nano, en un lugar que cumple con las dos condiciones antes citadas, pues se trata de una zona agrícola abandonada y además está al pie de un acantilado.
El anfiteatro del Nano
No es casual que concurran estas características en una misma zona, pues al pie de acantilados y colinas suelen estar las mejores tierras y haber mayor disponibilidad de agua, y por tanto son lugares aptos para ser cultivados. Este lugar del barranco del Nano, el último tramo del arroyo antes de penetrar en Marruecos por Mariguari, es el que alberga mayores valores paisajísticos, aunque en sus tramos anteriores, menos antropizados, haya más biodiversidad.
Al comienzo de esta zona concreta se produce la confluencia del arroyo que nace a los pies del cerro de la Estrella (barranco de las Adelfas) con el arroyo Tigorfaten, justo después de cruzar éste la frontera, proveniente de la cuenca de la península de Tres Forcas.
A continuación el arroyo describe una curva cerrada a los pies de los acantilados calizos, dejando un valle profundo en forma de anfiteatro, antes de cruzar nuevamente la frontera para desembocar finalmente en el Río Oro.
Si paseamos a partir de mediados de marzo por este valle podremos observar desde bastante distancia una alfombra de color rosado tirando a fucsia que se extiende al pie de las paredes calizas del acantilado, contrastando con la blancura de estas rocas; son las cornucopias, que al crecer agrupadas, cuando florecen forman un manto de color que parece dar la bienvenida a la primavera.
Cornucopias y valerianas
A primera vista las flores agrupadas de la cornucopia ya nos dan una pista de tan curioso nombre, pues su cáliz tubulado y su corola separada en dos labios le dan a la flor cierto aspecto de cuerno. Estas flores agrupadas recuerdan mucho a las de la familia de las valerianas, como la valeriana española (Centranthus calcitrapae).
Esta similitud no es casual, pues la cornucopia y la valeriana española están cercanamente emparentadas; ambas pertenecen a la subfamilia Valerianoideae, a la que pertenece también la valeriana común (Valeriana officinalis) por todos conocida, y tan presente en la medicina tradicional. Los capítulos florales de la cornucopia también nos indica el parentesco de esta planta con las madreselvas, que están incluidas junto con las valerianas en una clasificación superior, la familia Caprifoliaceae, que engloba también a las escabiosas (Scabiosa), un género bien representado en esa zona.
Llama la atención que una planta tan bien adaptada a los ámbitos rurales sólo pueda observarse en Melilla en un lugar tan concreto. Si vemos el proceso de deterioro y ocupación que ha sufrido el cinturón rural de Melilla entenderemos que muchas de las especies antaño abundantes en la periferia tengan hoy tan restringida su distribución.
En la mayoría de los casos muchas de estas antiguas huertas son irrecuperables, pues han sido literalmente sepultadas por una losa de cemento para pasar a ser zonas de aparcamiento de maquinaria pesada.
Siendo tan escasos los espacios que se han librado, sería deseable que fueran adquiriendo para la administración y los ciudadanos el valor que se merecen, y que las especies desplazadas en su día retornaran a este entorno aún capaz de albergarlas si ponemos de nuestra parte.