EL último asalto a la valla se ha saldado con 40 inmigrantes más a este lado de la frontera. Todos están ya en el CETI. El resto, unos 80, habrá regresado a los campamentos del Gurugú. Lo volverán a intentar en cuanto tengan la menor oportunidad. La noticia, en otras circunstancias, quizás hubiera pasado desapercibida a nivel nacional. Sin embargo, estos días, con Melilla de moda en los informativos de todo el país, el enésimo asalto a nuestra valla fronteriza estará en boca de todos. La noticia habrá llegado incluso al Parlamento de Navarra, donde los ‘teóricos de la concertina’ y ‘seudoexpertos en inmigración’ sumaron el pasado jueves sus votos para aprobar una moción en la que instaban al Gobierno central a retirar la concertina de la valla de Melilla porque era una medida “fuera de toda ética y moral” y un “lamentable retroceso” en los derechos humanos. Después de esta última entrada ilegal de inmigrantes, es lógico pensar que en breve los parlamentarios navarros aprobarán una nueva medida o sugerencia sobre cómo abordar este grave problema de nuestra ciudad.
El rechazo a la concertina es la posición cómoda, la más acertada éticamente, pero no es suficiente con oponerse desde miles de kilómetros a una medida y desentenderse del problema, sobre todo cuando éste, lejos de remitir, cada vez se hace mayor.
Tampoco ha habido declaraciones aún sobre el inmigrante que, según denuncia Prodein, falleció ayer en el lado marroquí de la valla en este último asalto. El suceso está sin confirmar, pero se finalmente se produjo como lo narraron a esa ONG los subsaharianos que lograron llegar ilegalmente a Melilla, es de una gran gravedad ya que, afirman los inmigrantes, la víctimas o víctimas fallecieron por disparos de agentes marroquíes.
¿Cómo se lidia esta situación desde un escaño del Parlamento navarro? ¿O desde el Colegio de Abogados de Madrid? ¿O qué haría el padre Ángel?
Rechazar la concertina es una opción, pero no es suficiente. ¿Qué hacemos con los 1.500 o 2.000 inmigrantes que “en situación de desesperación”, según explicaba la pasada semana el delegado del Gobierno, aguardan para entrar de manera irregular en Melilla? ¿La ética que obliga a oponerse a las cuchillas permite mirar hacia otro lado? ¿No cuentan para nuestra conciencia los inmigrantes que fallecen en Marruecos en controvertidas circunstancias? ¿Podrá el padre Ángel comerse el turrón siendo consciente de la trágica situación de estos subsaharianos, al margen de que haya o no concertina en la valla? Pues sí, en un acto supremo de cinismo, todos comeremos turrón estas navidades en Melilla, en Madrid, en Navarra y donde quiera que esté el fundador de Mensajeros de la Paz. Nadie dejará de celebrar estas fiestas porque la demagogia tiene poco que ver con el verdadero cargo de conciencia.