Gracias a la labor desarrollada por un grupo de quince jóvenes durante los meses de julio y agosto, la Asociación de Autismo de Melilla ha podido organizar actividades con unos 23 niños en San Lorenzo.
La Asociación de Autismo de Melilla clausuró ayer las actividades de verano tras dos meses intensivos de juegos y rutinas en la playa. Los niños de esta entidad han superado fobias, han aprendido a jugar a nuevas actividades y sobre todo, se lo han pasado en grande gracias a la labor de quince personas voluntarias que han demostrado su infinito amor por estos pequeños con cada uno de los abrazos y las palabras que les han dado. No ha sido fácil estar tres horas los martes y los jueves de cada semana dedicados en exclusiva a estos niños, pero sin duda, merece la pena por el aprendizaje que se llevan estos jóvenes voluntarios.
La satisfacción de ver una sonrisa, de que sigan la rutina, de que se adapten a otras actividades que hace el grupo o que todos juntos puedan merendar sentados son pequeños gestos y acciones que para estos niños son grandes logros por los que los monitores han trabajado a diario.
Elena Leiva, psicóloga de la Asociación de Autismo, es la coordinadora de estas actividades desde el pasado año. Leiva comentó que en 2011 consiguieron una ayuda de la Ciudad y gracias a la colaboración de más personas, pudieron llevar a cabo el primer programa de actividades para los niños de esta entidad. Con este proyecto pretendían dos objetivos. El primero era que los niños tuvieran un tiempo y espacio de ocio a la semana fuera de la casa y en el que se relacionara con otras personas distintas a la familia. A través de las actividades, estos chicos aprenden y se divierten y no hay duda de que logran pequeños pasos, que para muchos padres son casi increibles.
El segundo de los objetivos es que las familias tengan un tiempo de respiro. Los niños con autismo exigen mucha atención por parte de los padres y estar pendientes de ellos todo el día acaba agotándoles. Algo que pudieron comprobar los voluntarios durante este verano.
Son muchos los padres que se han sorprendido cuando los voluntarios les contaban que su hijos se había bañado con el resto, que había merendado sentado en el suelo sin moverse o que participaba en las actividades de principio a fin. Por ejemplo, los monitores se encontraron con el caso de un niño que incluso pasear en coche por el paseo marítimo y ver el mar le provocaba mucho miedo. Con paciencia y juegos, han conseguido que se llegue a bañar como el resto en el agua.
El trabajo con estos pequeños ha sido muy intenso, tal y como apuntó Leiva. Sin embargo, remarcó la gratificación que produce estar con ellos e invertir el tiempo con estos niños.
Las rutinas
Para desarrollar esta actividad en la playa ha sido necesario contar con quince voluntarios. No son muchos, ya que han tenido en estas actividades más de 20 niños y en muchos casos es necesario tener a dos personas con uno de ellos.
También han contado con la colaboración de la Ciudad y Eulen y con ellos han estado tres monitores en el mes de julio y en agosto con otros dos de esta misma empresa, además de un socorrista, siendo San Lorenzo el lugar donde han estado este gran grupo.
Una de las intenciones de estas actividades es enseñar a estos pequeños de entre tres años y medio a quince una serie de rutinas y que las sigan de principio a fin para que tengan un tiempo estructurado. Comenzaban sus actividades con un paseo, y claro está, que al principio fueron muchas las reticencias que ponían algunos de estos niños. Sin embargo, conforme fueron pasando los días, los monitores observaban cómo se sumaban a las actividades sin muchas quejas.
Por ese motivo para ellos este tipo de proyectos les permiten seguir aprendiendo y seguir adquiriendo pequeños conocimientos que los hacen menos dependientes.
Sin embargo, este programa no podría salir adelante sin esas grandes personas que son los voluntarios. Han dejado de lado su tiempo libre y sus tardes de playa tranquilos o con los amigos por estar con estos niños tan especiales. Sin su colaboración hubiera sido imposible emprender estas actividades y por ello, desde la Asociación de Autismo se ha agradecido con letras en mayúsculas su amor, tesón y paciencia con estos pequeños.
Muchas veces la asociación tiene que buscar a sus colaboradores entre sus conocidos, pero antes de que el voluntario se inscriba en las actividades debe pasar una entrevista, ya que hay que tener una sensibilidad muy especial para trabajar con estos pequeños.
Para los padres, dejar a sus hijos con este grupo de voluntarios es un acto de fe. Sus niños no les van a poder contar qué tal se lo han pasado y deben confiar en que estos jóvenes harán un buen trabajo. Y eso es exactamente lo que ha pasado este verano, ya que el aprendizaje de estos pequeños no ha cesado ni en tiempo de ocio.
Las actividades en verano le ha permitido continuar, de alguna forma, con las que ya desarrollaban en el Centro de Educación Especial Reina Sofía por las tardes. Ha sido una manera de no romper toda su rutina y de que no pierdan el contacto con algunos de estos voluntarios, ya que muchos de ellos también colaboran en los talleres que se realizan durante el curso escolar.
Para el próximo curso, la intención de la Asociación de Autismo es conseguir las ayudas necesarias para poner en marcha un programa de intervención individualizada.
A partir de los seis años, los niños con autismo no cuentan con las ayudas de los profesionales del Imserso y son sus padres los que deben buscar a un especialista privado para continuar con el tratamiento de sus hijos. Por ello, desde esta entidad se ha propuesto este nuevo proyecto que les permitiría ayudar a estos niños a continuar aprendiendo y avanzando para que en un futuro puedan tener la mayor autonomía posible que les permita su grado de autismo.
El autismo, nada que ver con lo que viene en los libros
Jessica Molina es voluntaria de la Asociación de Autismo desde el invierno pasado. Conoció a esta entidad a través de una amiga y como hubo una baja de otra voluntaria, se animó a colaborar con ellos. Reconoció que al principio tenía miedo de las reacciones de los niños, ya que en su carrera habían estudiado esta patología y siempre se les ha mostrado como niños irascibles. Sin embargo, con sólo media hora con ellos en el taller comprendió que los libros de texto se deben revisar, ya que todos los pequeños que participan en estas actividades son muy afectuosos y dan abrazos y besos. Molina comentó que deben estar pendientes de ellos todos los minutos de la actividad, por lo que es un trabajo muy intenso. No obstante, insistió en que el aprendizaje para los voluntarios no se puede explicar y que muchos de sus compañeros de estudios (Audición y Lenguaje) podrían adquirir más conocimientos en estos talleres que en las clases.
Así, animó a todos los jóvenes que deseen echar una mano a acercarse a esta entidad que siempre precisa de gente generosa y solidaria.