El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, estará hoy en Marruecos para entrevistarse con su homólogo marroquí y tratar temas de carácter bilateral que se ceñirán, con toda probabilidad, a las inversiones españolas en el país magrebí. Se dice que hablarán de profundizar en las buenas relaciones que supuestamente existen entre ambos reinos y que se pondrá sobre la mesa la hoja de ruta que, según el jefe de la diplomacia española, se está cumpliendo escrupulosamente desde 2022.
Fue entonces, en el mes de abril, cuando presuntamente se normalizaron las relaciones, muy deterioradas desde que España acogiera al jefe del Polisario, Brahim Gali, para que pudiera curarse de un fuerte episodio de covid en Logroño. Como recordarán, aquello desencadenó, entre otras consecuencias, la retirada de la embajadora en Madrid y la invasión de Ceuta por casi diez mil migrantes marroquíes, en su gran mayoría menores no acompañados.
Y decimos que las relaciones se normalizaron “presuntamente” porque es evidente que Marruecos sigue sin cumplir sus compromisos, continúa avasallando la soberanía de Ceuta y Melilla, no reabre la aduana comercial, niega el régimen de viajeros y todo eso no es precisamente síntoma de una buena sintonía entre los dos países, a no ser que el Gobierno de Sánchez quiera seguir sacando a las dos ciudades autónomas de la ecuación, cosa que, por cierto, tampoco le quita el sueño al presidente.
Ahora mismo no hay ni un solo indicio que apunte a que Albares vaya a poner sobre la mesa los sucesivos y repetidos incumplimientos de los acuerdos por parte de las autoridades alauitas. En principio, muchos son los melillenses que no esperan absolutamente nada de ese encuentro bilateral, que tienen claro que la ciudad no va a salir en nada beneficiada de la visita y que todo seguirá igual porque Marruecos nunca va a renunciar a sus ansias anexionistas ni a la cortina de humo que le prestan Ceuta y Melilla cada vez que se quiere desviar la atención de su política interna.
Por su parte, España jamás le va a plantar cara al vecino del sur, nunca pondrá negro sobre blanco que la soberanía de ambas ciudades autónomas no se toca, hará lo imposible para no exigir el cumplimiento de los compromisos y andará sobre cáscaras de huevo para no molestar y dejar estar. Eso sí, luego el Gobierno dirá públicamente que Ceuta y Melilla son de lo más importante en su acción ejecutiva, que la españolidad de ambos territorios no está en discusión y que tampoco hace falta hacer más porque las cosas son así y punto.
Mientras, las dos ciudades tratan de mantenerse a flote sacando la cabeza como pueden, buscando la forma de reinventarse y encontrar la fórmula que garantice su desarrollo económico a través de un modelo que deje de mirar hacia Marruecos porque de allí ya no llega nada más que un interés irredento de asfixia de ceutíes y melillenses, una presión denodada para perjudicar el comercio y un soniquete permanente de su afán anexionista.