Opinión

La represión de Kazajistán se envalentona a una revuelta antigubernamental

Mientras en Kazajistán, oficialmente República de Kazajstán, la cuantificación de fallecidos y heridos de consideración en los enfrentamientos entre manifestantes y las Fuerzas de Seguridad continúan sin contrastarse, las tropas enviadas por la Federación de Rusia al país centroasiático para contener las protestas se encuentran en un momento realmente dificultoso. Así lo ha comunicado el secretariado de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, por sus siglas en ruso, ODKB, o bloque de carácter militar constituido por Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Rusia. De esta manera, unidades avanzadas han empezado a cumplir su misión, salvaguardando edificios y otras infraestructuras estatales y militares, como proteger a las autoridades con la encomienda de estabilizar un escenario indeterminado. Curiosamente, la ODKB, denomina a los integrantes trasladados a Kazajistán, ‘fuerzas de paz’, y el Presidente kazajo Kasim-Yomart Tokáyev (1953-68 años), tilda a los críticos de ‘banda terrorista’, pretendiendo extinguir las movilizaciones con la instauración del Estado de Emergencia y aislando numerosos medios de comunicación, sitios de redes sociales y aplicaciones de chat, incluyendo Facebook, WhatsApp, Telegram y, por vez primera, la aplicación china WeChat, en los que abundan todo tipo de sospechas sobre la crisis política desencadenada: desde el terrorismo y ultranacionalismo túrquico hasta un levantamiento de color, o golpe de Estado e incluso, una operación orquestada, que irremediablemente siembra de incógnitas el teatro geopolítico de Asia Central. Con estos precedentes preliminares, lo que en principio se inició en la ciudad del Oeste de Kazajistán, Janaozen, para reprochar la subida en el precio del gas licuado de petróleo, ha acabado confluyendo en las mayores censuras, desaprobaciones y condenas de la efímera historia de este estado, abriéndose una disputa por el poder e incuestionablemente implicando a Rusia. En un primer instante se trataba de una simple marcha en uno de los enclaves conocidos de antemano por sus alzamientos. No obstante, otros lugares de Kazajistán se aunaron a las críticas e inmediatamente los principales centros neurálgicos advertían como las gentes conquistaban las arterias de avenidas y plazas. Pero, a los ojos del mundo, eran clarividentes los signos enquistados de la corrupción, el autoritarismo, las violaciones de los derechos humanos y la brutalidad policial, para demandar entre los propósitos, el recorte en la cuantía de los combustibles, el cese del Presidente y del Gobierno, la retirada de la inmunidad penal y la renuncia de Nursultán Äbişulı Nazarbáyev (1940-81 años) de la Presidencia del Consejo de Seguridad, además, de sufragios directos para los jefes locales y, por último, el regreso a la Constitución de la República Socialista Soviética de Kazajia de 28/I/1993. En otras palabras: este tsunami de recriminaciones desestabiliza una demarcación de por sí volátil, en la que Estados Unidos y Rusia contrapuntean por su dominio. Del mismo modo, evidencia la enorme decepción por la enrarecida dirección absorbente de Kazajistán y la corrupción endémica, que ha inducido a la concentración de la riqueza en pequeños grupos políticos y económicos. Primeramente, habría que empezar diciendo que Kazajistán sostiene el timón en busca de una dirección que vigorice la identidad kazaja. Siendo el más grande y rico de los istanes, no ha estado en disposición de romper con los vínculos que lo asocian a su vecino del Norte, Rusia. En su predisposición que se asimila a la pleamar, da un paso al frente y otro hacia atrás, poniendo rumbo a un futuro político irresoluto. Al Sur de Rusia y al Oeste de la República Popular China, y a caballo entre Asia y el Viejo Continente, se localiza Kazajistán, vasto en dimensión y abrazando planicies, mesetas, bosques, montículos, desembocaduras, cordilleras nevadas y desiertas. A pesar de contar con una superficie colosal es una de las naciones menos habitadas de la Tierra, adicionalmente cuenta con una microscópica densidad poblacional, apenas mayor a 7 habitantes por kilómetro cuadrado. Sus avatares diarios no son sencillos de sobrellevar en un contorno modesto y azotado por los vientos. Pero, aun consignando los trances y en contraste con las Repúblicas del Sur, tras el desplome de la Unión Soviética (1991), Kazajistán, se ha posicionado como líder con el mayor PIB per cápita entre Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán. Mayoritariamente su pujanza viene dada por la multiplicidad de recursos naturales, gracias a la presencia de noventa y nueve elementos de la tabla periódica; y, asimismo, extrayendo petróleo y gas, sobresale por ser el mayor productor de uranio. Con todo, aunque su Carta Magna especifica los principios de ‘Autonomía’ e ‘Independencia’, como se ha citado anteriormente, Kazajistán persiste profundamente atado a Rusia. Aparentemente, los desarticula los límites terrestres más extensos e ininterrumpidos que abarcan 6.846 kilómetros. Lo que encarna a su suerte, una hipotética cercanía en los lazos de amistad entre Astaná y Moscú. Mismamente, el idioma ruso es junto con el kazajo, la lengua oficial de Kazajistán y el 23% de su urbe es de etnia rusa. Al atinarse entre los imperios de Oriente y Occidente, Así Central se convirtió en puente de paso para las civilizaciones principales desde las épocas más antiguas. En los terrenales desérticos de Kazajistán, las tribus nómadas introdujeron un primer nexo comercial entre las potencias contiguas. Lo que daría origen a su denominación: ‘kazaj’ significa ‘libre’ o ‘errante’. Muy pronto, los poblados túrquicos instituyeron asentamientos con gestión política: los kanatos o kaganatos, regidos por un kan. En su entorno se enderezaron las metrópolis, lo que proyectó el punto y final a las costumbres y tradiciones nómadas y errantes. La comercialización permaneció operando activamente a base de caravanas, y en sus derroteros comenzaron a aflorar espacios de descanso donde los exportadores encontraban cobijo y pan. De esta forma, se pusieron en camino cuantiosos itinerarios comerciales cruzando los desiertos kazajos, incluida la destacada ‘Ruta de la Seda’. A la par que los géneros y productos, las expediciones portaban a sus destinos las últimas referencias de la cultura y los progresos de la ciencia, erigiéndose en los pregoneros del progreso. También, el dietario de Kazajistán no alardea de dilatadas etapas de independencia y confirman un ayer soviético intolerante: enalteciéndose la dignidad del pueblo kazajo y su tenacidad al fascismo en la Segunda Guerra Mundial como preclaros protectores de la Unión Soviética. Toda vez, que no existía censura que camuflase las hambrunas avivadas por la colectivización y las miras quincenales impuestas desde Moscú.

"Las protestas incrustadas en Kazajistán contrastan el preámbulo de una nueva etapa, tanto en la política interior como en el terreno de la esfera postsoviética en un territorio poco afianzado, incluso estando al corriente que esta estabilización se obtiene de un Gobierno represor que coarta la disidencia"

Es sabido que el pueblo kazajo no lo tuvo fácil con la sujeción soviética. En el curso estalinista, los desiertos y estepas de la República se transformaron en auténticos presidios al aire libre para los no demandados por el régimen. La tentativa de establecer una nacionalidad inherente al comunismo y no por la posesión a uno u otro origen, pasó factura a las poblaciones que rechazaban desasirse de sus ataduras. Indiscutiblemente, la disposición perturbó a grupos étnicos como chechenos, ingusetios, turcos, coreanos, tártaros de Crimea y alemanes del Volga. Refiriéndose por miles los desterrados por motivos de su pertenencia étnica. Tómese como ejemplo, las siete jornadas nebulosas de febrero de 1944, donde más de 478.000 ingusetios y chechenos fueron dirigidos a Kazajistán; no todos los que subsistieron el periplo de semanas en un tren de mercancías mediante la violencia y las artimañas fraudulentas, lograron aclimatarse a las paupérrimas condiciones de vida y a los trabajos forzados que les esperaban. Uno de los efectos dominó de los desplazamientos impuestos de los pueblos recayó en la hechura demográfica. Así, la República se tornó en el único territorio soviético en el que los moradores autóctonos, la kazaja, era el más minúsculo de las otras etnias. En atención al registro censal de 1959, los kazajos significaban el 27%, de cara al 48% de los rusos. Posteriormente, con la desintegración de la Unión Soviética y hacia las postrimerías del siglo XX, el patrón se modificó. Las élites soviéticas emplearon Kazajistán como base para las experimentaciones nucleares. Posiblemente, por sus vastas zonas deshabitadas resultó ser un contexto de copiosas explosiones controladas. Si acaso, más difíciles de conservar en secreto acontecieron los desenlaces soportados por la población, porque más de 100.000 individuos prosiguen perjudicados por la radiación. Haciendo una breve referencia a su ‘Independencia’, al igual que otras Repúblicas, Kazajistán, sostuvo coyunturas de pronunciamiento contra la administración soviética. Las mayores asperezas proindependencia se produjeron en 1989, en combinación con la sacudida popular de Praga, Varsovia y Budapest, hasta ser malogradas por el régimen. Una de las peculiaridades que definen a los manifestantes kazajos a los de los estados de Europa del Este, es que sus reprobaciones se promueven en torno a cuestiones ecológicas. Primero, centralizando sus ideales en la contaminación y las bases atómicas, soslayaban el entredicho de asociarse con fines políticos. Y, segundo, el marco medioambiental de Kazajistán, sobrecargado por los ensayos nucleares y las proyecciones espaciales soviéticas, eran de por sí una causa de aflicción en una nación donde en nuestros días la contaminación ambiental o polución, así como la sobreexplotación del mar de Aral, un lago endorreico o mar interior emplazado en Asia Central, entre Kazajistán al Norte y Uzbekistán al Sur, constituye uno de los principales factores de riesgo. Introduciéndome de lleno en los acontecimientos más inmediatos que me llevan a esta disertación, el detonante que activó la chispa estaba encadenado con el importe del gas, pero, inminentemente ese argumento dejó paso a los requerimientos propios de rúbrica política. Las razones hay que indagarlas en la realidad del país tras tres décadas de un mismo régimen. Recuérdese al respecto, que el kazajo medio gana unos 500,00 € al mes, debiendo de hacer frente a un aumento generalizado y sostenido de los bienes y servicios que este año tocará el techo del 9%. Pese a ser un estado supuestamente condimentado por los hidrocarburos, hace poco ha sufrido cortes de electricidad. Y al acecho de la depravación, las élites políticas y empresariales acaparan riquezas, que por momentos extraen sin complejos mirando su ombligo. Ni que decir tiene, que todo ello está orquestado bajo el trasfondo de un temple totalitario con un sistema inmovilista. Nazarbáyev, Presidente durante veintiocho años hasta 2019, fecha en que le entregó el testigo a Tokáyev, un tecnócrata llamado a ejercer el puesto de figura transitoria. No obstante, Nazarbáyev no se retiró y se perpetúa maniobrando con los tentáculos del poder. La cifra de protestas y la intervención en las mismas de miles de kazajos cogió por sorpresa a las autoridades. Las apariciones incontroladas eran desorganizadas. No estaban dirigidas ni encabezadas por una representación opositora, sino que en cada localidad se establecían a su libre albedrío. Ciertamente, Kazajistán no dispone entre sus adeptos de Alekséi Anatólievich Navalni (1974-45 años) o de Svetlana Gueórguievna Tijanóvskaya (1982-39 años), ya que la política del régimen kazajo desaprueba opositores de renombre. De hecho, el Gobierno se reveló como lo hace cualquier régimen autoritario, apelando a la represión y otras fórmulas forzosas para desplegar su voluntad. La campaña prediseñada de acoso y derribo no surtieron los frutos deseados, porque las acusaciones iban más allá, no buscando límites en el coste del gas o modificaciones en los ministerios, sino cambios estructurales. Sin ir más lejos, en Almaty, la metrópolis más grande de Kazajistán, capital del país hasta 1997 y centro comercial y cultural, el horizonte empezó a variar el 5/I/2022. Rápidamente los participantes ocuparon edificios emblemáticos y, al anochecer, grupos de forajidos, algunos provistos de armas, atracaron comercios y se hicieron con el control. Y entre tanto, la policía no actuó en sus funciones de poner orden. Luego, cabría preguntarse, ¿de dónde salieron dichos sujetos? Ese es sin duda uno de los entresijos que quedan por esclarecer.

"En Kazajistán se evidencia desde el terrorismo y ultranacionalismo túrquico hasta un levantamiento de color, o golpe de Estado e incluso, una operación orquestada, que irremediablemente siembra de incógnitas el teatro geopolítico de Asia Central"

En un escenario parecido al vivido en Kirguistán en 2020, la antigua vía comercial entre China y el Mediterráneo, hombres impulsivos y organizados de origen incierto, parecieron hacerse con las riendas de unos altercados que surgieron de la mano de la sociedad civil. Esa misma madrugada, el Presidente Tokáyev depuso a Karim Kajymqanuly Masímov (1965-56 años) al frente del Comité de Seguridad Nacional, por sus siglas en ruso, KNB, y a Samat Abish, quien ejercía de Jefe adjunto del citado Comité y número dos de Masímov en el Servicio de Inteligencia y sobrino de Nazarbáyev. Conjuntamente, tomó el relevo de Nazarbáyev como Presidente del Consejo de Seguridad de Kazajistán, único cargo que le quedaba al líder de la nación. A resultas de todo ello, todo hace apuntar que, contemplando la preponderancia de las protestas, el tándem Nazarbáyev-Tokáyev se resquebrajó. Primero, Nazarbáyev o las personas allegadas a su círculo, incluyendo familiares y Masímov, optaron por desenvolverse contra Tokáyev. Y segundo, el Presidente respondió desacomodando a Masímov con su destitución, quien sería arrestado el día 8 de enero por el KNB inculpado de alta traición. De suponer, que la camarilla de Nazarbáyev es la promotora de los tumultos de Almaty, aunque aún se concatenan un sinfín de enigmas para ratificar los diversos supuestos que transitan. Lo que sí da la sensación de ser más que evidente es el choque cruento entre las élites de la nación, que son quiénes supeditan y oprimen el destino de Kazajistán. En los trechos que convergen, el Presidente kazajo hubo de valerse del amparo de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, por sus siglas, OTSC, algo así como una versión rusa de la OTAN. No era la primera vez que un estado miembro echaba mano del organismo de vocación político-militar encabezado por Rusia que invoca su cláusula de petición. Una medida que tendría cuantiosas consecuencias para la geopolítica de la región. Ya, en 2010, lo verificó Kirguistán, oficialmente República Kirguisa, sumida en una oleada de terror interétnico; y en el año 2021, lo justificó la República de Armenia durante su laberinto con la República de Azerbaiyán. En el primer episodio, la OTSC alegó que se trataba de una trama interna, y en el segundo, estaríamos refiriéndonos a un rompecabezas fronterizo. Pero en esta ocasión, sí que ha determinado intervenir. La recalada en suelo de Kazajistán de poco más o menos, unos 4.000 componentes pertenecientes a Rusia, Bielorrusia, Armenia, Tayikistán y Kirguistán, parece depurar la balanza en favor de Tokáyev. Tal vez, no tanto por la proporción del contingente interviniente, sino por el simbolismo que ello denota. Todo ello, pese a los engranajes efusivos de Vladímir Vladímirovich Putin (1952-69 años) con Nazarbáyev y Masímov, porque el mandatario kazajo le abrió las puertas a su homólogo ruso y éste no vaciló en tenderle la mano. Como es obvio, al deslegitimizarse a Tokáyev a los ojos de los kazajos por la mediación rusa, ésta aparejará varias derivaciones, en especial, las partes nacionalistas para quienes el Presidente ha degradado la soberanía kazaja y en los que insertará profundas variaciones en la política exterior. En las tres décadas desde su ‘Independencia’ (16/XII/1991), Kazajistán ha desplegado lo que se reconoce como una ‘política exterior pragmática y multivectorial’, amenizando sus conexiones con las distintas potencias, que, sin desatender por completo a Rusia, ambiciona revitalizar sus vínculos con Occidente. En resumidas cuentas, el derecho a la libertad de reunión pacífica y de expresión se mantienen gravemente limitadas en Kazajistán. Los individuos que alegan tener una conducta crítica con respecto a las autoridades han de hacer frente a procesamientos de motivación política.
Además, está muy esparcida la inercia de la tortura y la deshumanización. Por si no se afinase la tesis sobre las violaciones e inobservancias de los derechos humanos, los defensores y guardianes de estos derechos padecen persecución y pleitos civiles por difamación y desacato. Subyugando a la estigmatización y los atropellos a lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexuales. Al unísono, las personas con discapacidad se ven desprovistas de sus derechos. Hoy por hoy, la decadencia de la situación económica por los antecedentes de la crisis epidemiológica del SARS-CoV-2, han apremiado a una desvalorización del acceso a la educación y una acentuación del trabajo infantil. Y por si fuese poco a lo expuesto, el tormento y los tratos inhumanos o degradantes siguen al alza en las instituciones penitenciarias. Salvo contadas excepciones, las autoridades no llevan a cabo indagaciones ni informaciones pertinentes, imparciales y efectivas. En consecuencia, las protestas incrustadas en el nuevo año que acaba de arrancar en Kazajistán contrastan el preámbulo de una nueva etapa, tanto en la política interior como en el terreno de la esfera postsoviética, porque hasta ese momento este estado era contemplado como un puntal de estabilidad política y económica en un territorio poco afianzado, incluso estando al corriente que esta estabilización se obtiene de un Gobierno represor que coarta la disidencia. En paralelo, los llamamientos a la movilización son bastantes reveladores, porque a simple vista, Kazajistán está alineada con Rusia y Putin escudriña un prototipo de símil en palabras de sus sistemas económicos y políticos como parte de la órbita de influencia. Sobraría mencionar, que estas convulsiones y sacudidas al compás de la ciudadanía hacen notoria la fragilidad de los guías en los que el Kremlin ha confiado para enarbolar un imaginario orden. Al igual, que se reitera otra oportunidad para Rusia, si aspira a recuperar el papel hegemónico en el antiguo dominio soviético. Para el Kremlin, estas vicisitudes auspician otro probable desafío al poder autocrático en un país colindante. El desconcierto amenaza con minar la supremacía de Moscú en la demarcación, en un intervalo preciso en que Rusia procura encaramar su primacía económica y geopolítica en estados como Ucrania y la República de Bielorrusia. Entretanto, los pueblos de la desaparecida Unión Soviética aguardan de cerca los sucesos, pudiendo contribuir a alentar a las fuerzas opositoras en otros puntos geográficos, en una intentona de golpe de Estado de extremistas y terroristas conjugado desde el extranjero y alimentado desde el núcleo duro del país, por la incapacidad y degradación de entes kazajos.

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