El Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10/XII/1948) suscitaba el marco deseable de una aldea global en el que la Humanidad permaneciera eximida del temor y la miseria. Por aquel entonces, para conseguir este objetivo era preciso disponer de una ciudadanía intachablemente aleccionada e ilustrada en derechos. Este deber pedagógico se confiaba tanto a los Estados signatarios como a las organizaciones no gubernamentales y los organismos internacionales especialistas, así como a la Secretaría General de Naciones Unidas.
Hoy por hoy, las evidencias descomedidas del belicismo que se desenvuelven en la inmensa mayoría de países europeos miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y de la Unión Europea (UE), afloran después de la reprochable invasión de Rusia en Ucrania (24/II/2022). Un acometimiento en toda regla que no excusa de responsabilidades a Estados Unidos y sus actores socios, por otorgar apoyo al golpe de Estado en el designado ‘Euromaidan’ (21-XI-2013/22-II-2014), a modo de manifestaciones y revueltas múltiples de inclinación europeísta, independentista y nacionalista en Ucrania. Lo cierto es, que este conflicto bélico se trató en la Cumbre de la OTAN de Madrid (29-30/VI/2022), dónde se implementó un nuevo ‘concepto estratégico’ para esta organización, perfilándose otro entorno geopolítico. Y como es sabido, en el mismo se rotulaba a la Federación de Rusia como una grave amenaza y a la República Popular China como un país que perturba la seguridad mundial. Motivos que exigían como designio inminente un rearme y en consecuencia, consagrar el máximo esfuerzo en desplegar un mayor potencial militar.
Subsiguientemente, estas materias se volvieron a reseñar en la Conferencia de Seguridad de Múnich (17-19/II/2023) y replicadas meses más tarde en otra Conferencia (16-18/II/2024) celebrada en el mismo lugar. Hecho en el que cada año se reúnen los principales dirigentes del Norte global, además de los directivos de las principales industrias militares, donde interactúan en el retrato de las posibles amenazas que sobrevuelan y cómo éstas deben ser contrarrestadas.
Obviamente, el producto de estas reuniones para los representantes del bloque occidental, es que el planeta se encuentra gravemente atemorizado y el mejor modo de hacerle frente es armarse para prevenir y disuadir a quienes ambicionan desconcertar su seguridad.
Este supuesto escenario que no se considera ideal, agrieta una calma incontrastable con que se vivía desde la finalización de la Guerra Fría (1947-1991), y donde los estados europeos simpatizaban sin las afectaciones belicistas del pasado e incluso intercambiaban con Rusia sus economías. Un indicativo de la armonía entre Este y Oeste fue contemplar cómo Estados Unidos y Rusia instituían la Asociación para la Paz, con la determinación de plasmar un armazón político de confianza mutua. Y lo más paradójico, se barajaba la posibilidad de que Rusia ingresara en la OTAN, argumento revelado por Mijaíl Gorbachov (1931-2022), Bill Clinton (1946-77 años), Borís Yeltsin (1931-2007) y a la postre, Vladímir Putin (1952-71 años).
“He aquí un atolladero alarmante en el que ninguno declara desear la guerra, pero en el que todos, sin inmiscuir a nadie, se apresta para ella, proveyéndose hasta las crestas y en cuyas realidades nadie consigue hacerse con el mando de los hechos”
Pero las incongruencias que forman parte de la Historia, actualmente contemplamos cómo aquellos conatos por forjar un molde geopolítico de distención y convivencia, como se diría metafóricamente, ‘ha saltado por los aires de la mano del belicismo’, arrastrándonos a un galope desesperado hacia la confrontación, incluyéndose la nuclear. Curiosamente, un adagio en varios idiomas dice literalmente que ‘una imagen vale más que mil palabras’, en este caso, las palabras puntuales de ciertos individuos corroboran lo que en nuestros días se cierne.
O mejor dicho, la realidad de un cambio de procedimiento por parte de los estadistas se halla inmersa en las palabras o entonaciones calcadas de algunos dirigentes, representantes o comisionados del tablero mundial, recogidos en algunos medios de comunicación e instituciones que sucintamente referiré.
Comenzando por Putin, éste contesta al presidente de la República Francesa, Emmanuel Macrón (1977-46 años), insinuándole de que si algún estado de la Alianza Atlántica actuara en Ucrania contradiciendo a Rusia, esto despejaría el terreno a una guerra nuclear (La Vanguardia, 3/III/2024). A su vez, Macrón declaró no desistir a enviar tropas para luchar al lado de Ucrania de cara a Rusia (BBC News, 27/II/2024) e hizo hincapié en ello (La Vanguardia, 14/III/2024). Y en otro instante insistió en que Putin podría atacar alguna nación occidental (ABC, 28/II/2024).
Por su parte, Joe Biden (1942-81 años) dice que “Putin y Rusia están sembrando el terror en Europa” (Infobae, 8/III/2024); Christian Lindner (1979-45 años), presidente del Partido Democrático Liberal y que asumió el cargo de ministro alemán de Finanzas en 2021, insta que Francia y Reino Unido dispongan sus armas nucleares al servicio de la defensa europea con la premisa de que Donald Trump (1946-78 años) venza en las próximas elecciones presidenciales y deseche su apoyo a Europa (Euronews, 14/II/2024).
En cambio, Ursula von der Leyen (1958-65 años), presidenta de la Comisión Europea, manifestó en el Parlamento Europeo “la amenaza de guerra puede ser no inminente, pero no es imposible” (Cámara Europea, 5/III/2024). Conjuntamente, el gobierno de Bélgica planteó un método para llamar a filas a reservistas y así estar presto para la guerra (El País, 3/III/2024); Boris Pistorius (1960-64 años), político alemán del Partido Socialdemócrata que ha ejercido como ministro Federal de Defensa, indicó que entre cinco y ocho años Rusia podría atacar a un país europeo de la OTAN (El País, 3/III/2024): Troels Lund (1976-48 años), ministro de Defensa de Dinamarca, resaltó que la agresión podría originarse antes de cinco años (El País, 3/III/2024).
Por otro lado, Ulf Kristersson (1963-60 años), primer ministro del gobierno ultraconservador de Suecia, expuso: “los componentes civiles de la defensa total han quedado en el olvido”, agregando que “si no estás dispuesto a defender a Suecia, no seas ciudadano sueco” (El País, 10/III/2024); Thierry Breton (1955-69 años), Comisario europeo de Mercado Interior, advirtió que Europa debe activar cuanto antes una “economía de guerra” (El País, 3/III/2024).
Otras voces destacadas, como Josep Borrell (1947-77 años), Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, dijo que “la guerra de agresión brutal de Rusia contra Ucrania ha devuelto una guerra de alta intensidad en Europa. Tras décadas de gasto insuficiente, debemos invertir más en defensa y hacerlo conjuntamente y mejor” (elDiario.es 5/III/2024) y, por último, Margarita Robles (1956-67 años), ministra de Defensa de España, “la amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente” (La Vanguardia, 17/III/2024). Y cómo colofón a este repertorio de valoraciones, hay que considerar el titular en primera página correspondiente a El País fechado el 3/III/2024: “Europa se prepara ya para un escenario de guerra”.
Dicho esto, el contexto histórico desde la esfera política es totalmente distinto al del siglo anterior. En este momento la ebullición armada junto a la guerra no se pueden calificar con los mismos parámetros en que sucedieron vicisitudes como la Revolución de Rusia (08-III-1917/16-VI-1923), o el Tercer Reich de Alemania (30-I-1933/8-V-1945); la Guerra Civil Española (17-VII-1936/1-IV-1939) o la Revolución Cubana (26-VII-1953/1-I-1959), o las cuantiosas rivalidades y acometimientos por la independencia frente a las potencias coloniales.
El espectro geopolítico es otro y además, en el contorno del pensamiento político, desde aquellas coyunturas se han desencadenado cambios profundos, a los que han de sumarse los trazados transformadores de los movimientos feministas y ecologistas y las investigaciones por la paz.
Igualmente, los diversos análisis que han examinado los movimientos de izquierdas que eligieron la vía de la violencia extrema y la guerra para erigir sociedades más equilibradas; observaciones que deducen que en los casos en que aquellos movimientos lograron el poder, se confundieron al optar por la violencia sobre las disidencias, suprimiendo con ello la ocasión de que resultara una sociedad liberada.
Tanto ayer como hoy, somos conscientes que las prolongaciones de la guerra es la más execrable de las escapatorias para tratar de remediar los cuestionamientos sociales y políticos, por el terrorífico sufrimiento que producen a las poblaciones que la padecen. Entendemos que las guerras pueden prevenirse operando sobre las fuentes que las causan; que las mutaciones sociales se han de llevar a cabo mediante mayorías que obtengan el influjo que las haga viables; y que la izquierda no puede desistir al racionalismo, universalismo y mejoramiento científico como herramientas de cimentación de sociedades más íntegras.
Una política de progreso que se distinga como tal, debe desprestigiar a aquellas otras sociedades mal nominadas socialistas y peor designadas comunistas, porque en ellas prevalece la dominación y la explotación patriarcal sobre las mujeres; al igual que se arrinconó la libertad de expresión y en nombre del progreso se materializó una expoliación de acoso y derribo sobre la naturaleza con el mismo desacierto y magnitud que lo ejercieron las políticas de derechas.
Vuelvo a insistir, una política de progreso que desee serlo a de hacer frente al crecimiento de las entidades del capitalismo global que persisten con el aprovechamiento sin límites de los recursos terrestres. Unas corporaciones que de la mano de las administraciones que las resguardan, no titubean a la hora de recurrir a la fuerza militar para el control o represión de las urbes que se oponen. Algo que ha promovido el incremento del militarismo como en ningún otro tiempo se había derivado, como lo justifica el ascenso del coste militar, el armamentístico y cómo no, el belicismo.
Este último que como tendencia se impone como modus operandi de los estados del capitalismo, para impulsar su dominio sobre los cada vez más insignificantes recursos y persistir con su patrón identificado por la deshumanización.
Un belicismo embardunado con la agresividad que prospera en las sociedades capitales del Norte global y por el que median numerosos líderes políticos europeos, como lo confirma la acentuación apresurada de la inversión militar emplazando a construir una economía de guerra frente a la Rusia de Putin y sus aliados. Una política fatua que salpica a una nueva Guerra Fría y que podría desatar un conflicto mundial con el atenuante de convertirse en nuclear.
En esta simbiosis entre crisis política, social y medioambiental que ocasiona múltiples violencias, una política que se califique de izquierdas debería recapacitar sobre las repercusiones negativas del militarismo que proyecta que sus valores hagan caer la balanza sobre el poder civil, con la intención de que los conflictos obtengan su resolución mediante el automatismo de la fuerza armada.
Y en este aspecto, transitar hacia la disminución del gasto militar y armamentístico, o lo que es igual, formular el desarme con la aspiración de establecer un contrapeso en seguridad a nivel regional, persiguiendo un mínimo denominador común en el ámbito militar que facilite una seguridad compartida en los engarces entre los estados. Algo que aguarda Naciones Unidas por medio de sus diversas peticiones de desarme, consignadas a salvar la competición armamentística entre actores contendientes y así impedir futuros laberintos.
El mejor sendero para sembrar convivencia y paz es emprender procesos de seguridad común entre estados que proporcionen la confianza mutua, el respeto a la soberanía, la cooperación y el apoyo mutuo para obtener una seguridad compartida. Y en sentido inverso, objetar las políticas de símil unilaterales, de confrontación y de afán de dominación.
Un acceso hacia la convivencia que sirva para reemplazar las sociedades competitivas y patriarcales por otras donde se priorice la participación ciudadana que disminuya las desigualdades sociales y subsista en paz con la naturaleza. Por el contrario, no merecen calificarse de izquierdas aquellas políticas que insisten en agigantar la fuerza militar para adquirir una sociedad más justa y pacífica.
Llegados a este punto, puede decirse que la economía de guerra que se impone en el Viejo Continente e inducida por los dirigentes para aparentemente aliviar al gobierno de Ucrania frente al envite belicoso de Rusia, marcha en sentido opuesto a lo que realmente sugiere Naciones Unidas. Esto es el diálogo de paz que lleve a un alto el fuego. Algo que debe gestionarse por la línea diplomática y ser una obligación moral para cualquier mandatario, si son, como proclaman, admiradores de la paz. Amén, que en Europa se expande un pulso enraizado de confrontación que empuja a un mayor enfrentamiento con Rusia.
Una agresividad por la que discriminan la mayoría de los líderes políticos, como lo muestran sus afirmaciones belicistas, más el monumental aumento del coste militar en compra de armamentos, comprendida la modernización de armas nucleares como ocurre precisamente en Reino Unido y Francia.
Cualquier complejidad bélica lamentablemente confluye en pérdidas de vidas humanas e inflige un enorme sufrimiento. Sin duda, son las principales secuelas de esa crueldad, pero no las únicas, porque causa enormes impactos como la devastación de las infraestructuras y el quebranto económico que recrudecen y alargan dichos indicios hacia otras generaciones. Además, apenas suele rotularse lo que entrevé de desolación en el entorno natural. Sean cuales sean, las guerras implican una hecatombe para quienes in situ las digieren. Y mucho menos, éstas de ningún modo son casualidades venidas de accidentes, porque responden a tensiones que trascienden de desacuerdos y discrepancias que se tornan díscolas.
En cierta manera, tienen mucho que decir con la tentativa de salvaguardar las prerrogativas de un modo de vida explícito, con los antagonismos que aparecen de la forma en que se constituyen las sociedades y la circunstancia de que la industria de las armas se interprete como un filón de negocio y una parcela estratégica con la articulación de la economía.
Estados Unidos, potencia principal económica y punto referencial de la democracia, es una economía notoriamente militarizada, tanto por lo que caracteriza a su industria militar y el coste de defensa en el PIB, como por ser la nación preferente en facturar armas. La guerra en Ucrania y la librada entre el Estado de Israel y la organización política y paramilitar palestina, Hamás, han fulminado las cotizaciones en bolsa de sus compañías de armas y han encaramado sus exportaciones hasta el 42%. Aunque Estados Unidos negocia armas a cientos de países, es Europa Occidental su consumidor fundamental, absorbiendo el 72% de sus envíos.
Tal vez, en un intervalo en el que su superioridad geopolítica se está entreviendo debatida, Estados Unidos replica a este cartel indeterminado robusteciendo su protagonismo como distribuidor de armamento, lo que le otorga dar un salto a la economía y enderezar bajo su paraguas a Europa.
En atención a los datos divulgados por el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo, también conocido como SIPRI, la sangría militar global se incrementó en 2023 en el 6,8%, la mayor subida en los últimos quince años, hasta abarcar un volumen de 2,4 billones de dólares. Cifra insólita cuando una parte considerable del mundo soporta importantes insuficiencias básicas y el globo enfrenta un desafío ecológico sin precedentes. Y como telón de fondo, nos atinamos ante el dilema de la supremacía norteamericana y la manifestación de una nueva geoeconomía, como ciencia que investiga los visos espaciales y económicos de los recursos naturales, escoltada por una competitividad geopolítica multipolar.
"Nos encontramos ante un cuadro nebuloso que asesta su ramalazo hacia un universo multipolar con cada vez menos multilateralismo y como resultante de la consolidación de diversos bloques económicos"
De este modo, se contornea un nuevo mapa geopolítico: primero, la concordancia de alicientes estratégicos entre actores asiáticos reaviva la agudeza cómplice entre Rusia, China, Corea del Norte e Irán y, segundo, circunscribiendo este engranaje de regímenes orientales se alumbra otra afinidad de estados en torno a dos focos expresos, el del Atlántico Norte con Estados Unidos y sus socios de la Alianza Atlántica y la Unión; y el de Asia-Pacífico, con naciones como Corea del Sur, Filipinas, Japón y Australia. Con la singularidad de no ser bloques herméticos, pero destapan la tensa lucha que va resultando entre dos indicativos del capitalismo que compiten a más no poder por el liderazgo e ilustran la brecha de la economía mundial.
Luego, nos encontramos ante un cuadro nebuloso que asesta su ramalazo hacia un universo multipolar con cada vez menos multilateralismo y como resultante de la consolidación de diversos bloques económicos. El apogeo económico de China y sus irrupciones en América Latina y África, ha causado intranquilidad en Washington dando carta de naturaleza a la rigidez geopolítica presente.
Estos entresijos se producen en conflictos armados del Este de Europa, llámese Ucrania; o en Oriente Medio, como Siria, Irak, Irán, Líbano y Gaza y, por último, África. Sin soslayar, la probabilidad del comienzo de otro frente en Asia-Pacífico en lo que atañe a las fricciones in crescendo entre Filipinas y China, más la materia taiwanesa y los despechos habidos con la nuclearizada Corea del Norte.
Un atolladero alarmante en el que ninguno declara desear la guerra, pero en el que todos, sin inmiscuir a nadie, se apresta para ella, proveyéndose hasta las crestas y en cuyas realidades nadie consigue hacerse con el mando de los hechos, porque cualquier mínimo desliz de cómputo o suposición, podría originar escaladas y conflictos de efectos impredecibles. Lógicamente, complementar esta predisposición siniestra encamina a Europa a una praxis de militarización inquietante, como verifica la posición del Ejecutivo Comunitario de cara al conflicto en Ucrania.
Por ende y en base a lo anterior, durante el último lustro se han establecido la Dirección General de Industria de Defensa y Espacio (DEFIS) y el Fondo Europeo de Defensa (EDF), donde se supedita la defensa y la seguridad con el designio climático. Como del mismo modo, se han militarizado los límites fronterizos a través de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (FRONTEX) e implantado el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz (FEAP) para el adiestramiento y equipamiento de la fuerzas militares acomodadas externamente de la UE. En paralelo, se ha proyectado esa corriente en la Estrategia para una Unión de la Seguridad, que formula el propósito incontestable de la defensa y el 5/III/2024 con la exposición de la Comisión Europea de la Estrategia Industrial de Defensa, conllevando una contribución de 1.500 millones de euros para el Programa Europeo de Industria de Defensa, disponiendo un vínculo entre las medidas de emergencia a corto plazo.
En consecuencia, los costes de Defensa, una resolución propia de los Estados miembros, se han embalado en la mayoría de los estados bajo el reproche de alcanzar el guarismo milagroso del 2% del PIB de cada una de las economías europeas. Un porcentaje que probablemente ha sido conseguido e incluso sobrepasado, dada la cortina de humo que reina en el balance del gasto militar.
A pesar de las muchas divergencias, la rúbrica del 2% continúa empuñándose en el relato arrojadizo para acudir a la entelequia de un inexistente déficit de inversión en Defensa, cuyo origen radicaría en la aparente fisura entre las cifras oficiales del gasto existente y el aludido 2%. Un aumento del coste que de producirse en el rehabilitado marco de austeridad fiscal que actualmente se respalda, entrañaría recortes en otras partidas del presupuesto público o una intensificación del endeudamiento de los países miembros de la UE. Queda claro, que la escalada armamentística en un entorno de paulatina desmembración y disputa por la hegemonía dentro del capitalismo global, no es la respuesta apropiada.