Marruecos se la ha jugado a Pedro Sánchez por enésima vez. La carta extemporánea enviada por el Gobierno marroquí a Bruselas para quejarse de que el vicepresidente de la Comisión, Margaritis Schinas, hable de las ciudades autónomas como frontera sur de Europa y de España y, de paso, soltar que Melilla y Ceuta ya no son ciudades 'ocupadas' como le dijeron a la ONU, sino directamente marroquíes, ha sido el toque de gracia. En plena campaña electoral Rabat asestó un golpe duro a un gobierno especialmente débil después de que Bildu, uno de sus socios preferentes, incluyera a etarras con y sin delitos de sangre, en sus listas. Es lo que tiene el fuego amigo: también mata.
Hay cosas que España no olvida y una de ellas es el daño que hizo el terrorismo a nuestra democracia, a nuestras familias y a nuestro país. Y en ese contexto de rabia nacional, va Marruecos y se salta el acuerdo que tenía con Pedro Sánchez de no mencionar la cuerda en la casa del ahorcado y se atribuye la paternidad de unas ciudades autónomas que no son, no han sido ni quieren ser marroquíes. Podría haber sido un escándalo nacional, pero resulta que la afrenta de Marruecos no ha encontrado en Madrid, ni en Melilla a ningún político que reniegue de ese discurso 'apropiativo', muy a lo Cristóbal Colón, cuando descubrió las Américas y declaró españolas las tierras de ultramar. De eso hace 531 años, más o menos, lo que significa que esos métodos están ya bastante trasnochados.
Evidentemente, Marruecos busca hundir a Pedro Sánchez, y normalizar el discurso reivindicativo que pone en cuestión nuestra soberanía nacional. Podría ser por la amistad que une al emérito con Mohamed VI; podría incluso ser porque no le perdonan a Sánchez que auxiliara a Brahim Ghali durante la pandemia del coronavirus y podría ser, también porque Rabat se siente con derecho a manosear la política interna de nuestro país porque haga lo que haga nadie pone pie en pared a un conflicto que está yendo demasiado lejos. Motivos para traicionar, siempre sobran.
Mientras Marruecos nos clavaba una puñalada en Europa, paralelamente abría la frontera para hacer una prueba piloto en la aduana de Beni Enzar en ambos sentidos, como si no supiéramos que eso es posible porque se ha hecho en Melilla durante más de medio siglo sin tanta foto ni tanta parafernalia.
Aquí en Melilla ya no nos engañan. Sabemos que nuestro vecino no nos quiere bien y que hará todo lo que pueda y más en nombre de la idea mesiánica del Gran Marruecos, ese concepto abstracto que impresiona en el mapa, pero impresiona más cuando empieza la Operación Paso del Estrecho y las carreteras de Europa se llenan de migrantes de vuelta a una casa que solo visitan en vacaciones porque durante el resto del año tienen que vivir y trabajar fuera de su país para hacer algo muy elemental en esta vida: comer para cumplir con el deber de todo ser humano de seguir vivo.
En medio de esta guerra sucia, los melillenses nos sentimos profundamente abandonados. Hace unos días, por ejemplo, cerró la tienda Gom, de la calle Ejército Español. Llevaba más de 25 años abierta en esa esquina con Castelar. Es uno de más de los muchos comercios de barrio, de toda la vida de Melilla, que no pueden hacerle frente al deterioro de nuestra economía.
Aquí entran los millones con la misma facilidad con que se esfuman y por eso es entendible que la gente haya apoyado con los ojos cerrados el regreso de Juan José Imbroda y su equipo de siempre.
Desde esta misma columna comentamos en una ocasión que si Imbroda estaba seguro de que iba a conseguir la mayoría absoluta, haría una lista electoral con los mismos con los que se presentó en 2019. Y así ha sido. Y con ellos, con sus incondicionales, volverá a gobernar en Melilla porque así lo han querido los votantes de todos los distritos de la ciudad, excepto el IV y V; tradicionales feudos de CpM.
Los de Coalición están desaparecidos. Han sufrido una debacle electoral que doy por hecho que se esperaban, quizás en menor proporción, mucho antes de que estallara el caso del voto por correo. Sabían que el viento no soplaba a su favor porque ninguna de sus grandes promesas se habían materializado por más que nos contaran una y otra vez que habían cumplido el 99,99% de su programa electoral. Ni isla en el mar; ni aeropuerto internacional; ni barco gratis a Málaga; ni parque acuático en San Lorenzo; ni retirada de los depósitos de Cabrerizas; ni agua las 24 horas...
Con todo el dinero que nos hemos dejado en taxis gratis, meriendas gratis y pampaneo gratis, podíamos haber arreglado al menos una de esas casas del Rastro que un día de estos se vendrá abajo y dejará atrapados dentro a todos sus habitantes, que no tienen para comer, mucho menos para comprar ladrillos.
En fin, Melilla ha votado cambio y bienvenido sea el cambio si es para bien. Es lo que tiene la democracia, la posibilidad de una alternancia en el poder que pone a cada uno en su sitio. Nadie se puede agarrar al sillón si le damos a la gente la posibilidad de votar libremente cada cuatro años.
Creo que CpM tiene que plantearse muchas cosas, entre ellas su razón de ser. El carácter mesiánico de Mustafa Aberchán le cegó durante la campaña. Una vez salpicado, criticado y asaeteado debió apartarse de su candidata. Pero es evidente que no logró hacer esa lectura que requería de menos prejuicios y más humildad.
Cuando te dan hasta en el carnet de identidad, como ha ocurrido con Aberchán, creer que se es el profeta, no ayuda. Imponer la foto de la candidata con un político detenido por supuesta compra de votos tampoco ayuda. Hay que saber cuándo toca recogerse y me temo que ha llegado la hora de hacerlo.
Marruecos, entre tanto, sigue comiendo palomitas, mientras disfruta del espectáculo del voto por correo en Melilla. La sordidez de lo ocurrido ha retratado la calidad democrática de esta ciudad. ¿Para qué mantener dentro de Europa un rincón del mundo en el que no se respetan los derechos y para votar hay que llenar las calles de policías?
Lo que sucede, conviene. Hacía falta hundirse en el lodo para empezar de cero. Nada, absolutamente, nada, volverá a ser como antes.