EN febrero de 2004, el periodista Santiago González publicó su obra ‘Palabra de Vasco’ en la que describía, de manera nítida y comprensible, el uso del lenguaje por parte del nacionalismo vasco a fin de que su imaginario colectivo, a base de repetición, se hiciese aceptable para el común de la ciudadanía no nacionalista.
Esa utilización confusa y ambigua del lenguaje comienza por la propia denominación del Partido Nacionalista Vasco como “nacionalista”, pretendiendo, con ello, dar cuerpo a una presunta confrontación entre naciones, de igual a igual. En propiedad, sólo cabría denominarlo como “separatista” o “independentista”, ya que, mediante actuaciones perseverantes en el tiempo, a la par que contumaces, el objetivo final perseguido por el Partido Nacionalista Vasco no es el de la defensa de los derechos de una nación frente a otra, de la que, de hecho, el País vasco forma parte, sino el de la separación o independencia de una parte de la nación española del conjunto de la misma. Este objetivo se plasmó en el denominado Plan Ibarretxe, al que, al menos, hay que reconocerle la honestidad de pretender materializarlo mediante el uso de los recursos legales disponibles, no consiguiendo su aprobación, pero el objetivo, obviamente, subsiste.
En palabras del ex Presidente Garaikoetxea en los años 80, “la independencia para un nacionalista vasco es como la luna para un poeta: sabe que nunca conseguirá alcanzarla pero no deja de soñar con ella”.
De igual manera, durante años, se ha venido denominando al Grupo Parlamentario del Partido Nacionalista Vasco como el “Grupo Vasco”, atribuyéndosele una exclusividad de la representación de los vascos, que, obviamente, no le correspondía. Curiosamente, han perdido este carácter de representación exclusiva, con la constitución de otro Grupo independentista vasco, de carácter más radical, que es el de EH Bildu. Continúa siendo una falacia atribuirles a los dos la representación de los vascos ya que, lógicamente, hay representantes (vascos o no) en el Congreso de los Diputados, elegidos por ciudadanos del País Vasco (vascos o no), que no forman parte de ninguno de los dos Grupos.
Esta técnica de ideologización del lenguaje no ha desaparecido en ningún momento, pero en ciertas ocasiones se pone de manifiesto con renovada energía, tal y como ha sucedido esta semana al debatir en el Congreso de los Diputados el trato dispensado por el Gobierno a las víctimas del terrorismo con la estrategia de acercamiento continuado de presos de la banda terrorista ETA a cárceles próximas al País Vasco.
Nuevamente, en la tribuna del Congreso de los Diputados, se ha vuelto a emplear, por parte de la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurúa Arzallus, el término de “el conflicto” para referirse a un presunto desencuentro sin resolver entre dos sociedades, la vasca y el conjunto de la española.
Con la utilización de ese término, pretende darse una justificación a las actuaciones de personas condenadas por asesinatos, extorsiones, chantajes, como si el asesinato de inocentes pudiese, nunca jamás, encontrar algún tipo de justificación.
No existe conflicto alguno entre vascos y resto de españoles, como pretenden hacernos creer, a base de repetirlo, los que sí han protagonizado un conflicto político con el resto de los españoles (vascos y no vascos) por su dificultad personal para asumir su identidad española. Ese, en todo caso, es “su” conflicto psicológico personal, no el de la generalidad de los españoles.
También ha hablado, lógicamente la misma portavoz, de los “presos vascos”, como si hubiera alguien preso en las cárceles españolas por llevar boina, por tocar el txistu o por jugar a la pelota, vasca, por supuesto. Los presos de la banda terrorista ETA, no todos ellos vascos, están en las cárceles por condenas impuestas por los tribunales como consecuencia de hechos criminales que van desde los asesinatos más indiscriminados y sangrientos hasta los secuestros, extorsiones, chantajes y amenazas de más variada índole, recorriendo prácticamente todo el espectro de la actividad criminal.
De igual manera, hay presos vascos en las cárceles españolas, que lo están por delitos comunes, en absoluto relacionados con la causa independentista vasca. Para los independentistas, en el marco de su utilización del lenguaje con fines ideológicos, estos presos no deben de ser vascos.
Como es sobradamente conocido, la causa independentista catalana, se ha abonado a esta suerte de utilización del lenguaje con fines ideológicos mediante la aplicación del término “presos políticos” a una serie de políticos, que, en el ejercicio de sus funciones, llevaron a cabo actuaciones contrarias a derecho y por lo tanto valoradas y juzgadas en el ámbito de la Administración de Justicia, con el resultado de la imposición de condenas de prisión, que se encuentran cumpliendo.
También se ha aplicado el término “exiliados” (personas que son expulsados de un territorio o que abandonan su patria, normalmente por razones políticas) para denominar a responsables políticos que no son otra cosa más que fugitivos de la justicia ya que se encuentran reclamados por los tribunales para responder a determinados delitos de los que, legalmente, se les acusa. Cuando superen el trámite de comparecencia ante la justicia y asunción de sus responsabilidades, podrán acceder a la condición de exiliados, si es su voluntad. Mientras tanto, no son más que fugitivos perseguidos por la Justicia.
Es conveniente mantenerse prevenido y perseverante al objeto de que un determinado uso del lenguaje no acabe colándonos una ideología en contra de nuestros intereses individuales o colectivos.