Contar una historia con pausas. Pausas en el desarrollo. Pausas en el relato. Pausas en el descubrimiento de la intimidad y de la propia realidad que nos acompaña, a veces opaca, a veces violenta. Pausas en la estética. Contar una historia en la que, a pesar de la derrota, a pesar del ambiente hostil, del dolor y la soledad, la protagonista continúa adelante, como si de una historia del oeste se tratara; o, al menos, así lo considera su autor, Mohamed El Morabet, en su novela Ecos en la nieve, pues para el escritor su obra podría acercarse a un “new western”, donde “los héroes y las heroínas son los grandes derrotados, pero siguen hacia adelante”, representado por una imagen en la que esos protagonistas, al final, “aparecen en el paisaje de camino hacia el horizonte”.
Una estética que encierra un mensaje también, marcado por la soledad que envuelve todas las obras del autor, pues de una u otra forma está presente, y que en Ecos en la nieve se respira desde la primera página. Para el autor, la mujer acaba describiendo la actitud de “seguir hacia adelante”, pero, además, encierra la “necesidad de contar nuestras historias y encontrar a alguien que las escuche; y, aunque no nos escuchen, hay que contarlas”.
En esta novela, ecos en la lejanía se escuchan dentro de la soledad que acompaña la vida de la protagonista, una mujer embarazada que relata a su propio bebé la historia de su vida. “Esta mujer sufre la violencia, pero además de eso, necesita entenderla, necesita entender todas sus dimensiones”, resalta El Morabet. Una mujer que se levanta, se mira, observa su sufrimiento y transcurre por secretos, unos propios y otros que desconoce. “A medida que avanza el relato, avanza la historia, los va desentrañando, los va descubriendo, y eso le da elementos para entender su realidad, su pasado y sus futuros posibles”, explica el autor.
De ella no sabemos su nombre, pero su autor no la ha arrancado de su identidad. “He despojado a la novela de los nombres propios, de las referencias temporales, espaciales, pero la mujer tiene mucha identidad. La protagonista está muy bien caracterizada en la novela y más que despojarla de nombre, yo creo que le he otorgado la fuerza de la voz, la fuerza de poder contar su historia”, expresa El Morabet.
No existe tiempo, no existe espacio definido, acotado, reconocible; pero sí una interacción con el entorno que provoca una atmósfera donde la protagonista se tiene que desenvolver con sus dificultades y con su propia introspección. Una atmósfera donde la naturaleza adquiere cierto protagonismo, intencionado por el escritor, pues busca que “mientras a esa mujer le están pasando cosas; a su vez, están pasando cosas alrededor”. Allá por donde ella transita, la descripción acompaña sus movimientos, pero también todos esos elementos de la escena que la acompañan e intervienen. “Una declaración de principios éticos”, que el autor ha depositado en la “fuerza de la naturaleza”, la cual —reviviendo a Aristóteles— El Morabet recoge por su capacidad de definir, condicionar y determinar la vida de los seres humanos. “Es una historia en la que es casi imposible no depositar en ella una carga emocional y no empatizar con ella -rodeada de- una naturaleza casi hostil, inhóspita y cruel que contrapone eso”, profundiza el escritor.
Esta conjugación de elementos finalmente dio como resultado la novela. Una obra “pequeñita y sencilla” que narra la historia de “una mujer que se echa al monte, se sube a una montaña y luego huye y encuentra una choza donde se refugia”.
Aunque se trata de una novela, el estilo narrativo es poético. “Está pensada como un largo poema”, descubre El Morabet. Un tono y una forma que busca contraponer tres elementos, argumenta el autor: “Primero, el horror versus belleza; segundo, la violencia versus poesía; y, tercero, la búsqueda de la felicidad, con su derivación en la búsqueda de esa verdad”, de su propia historia vital, confrontada “con las resistencias que generan los entornos” por los que transcurre el relato y su propio desarrollo vital.
Sus pausas, sus puntos, sus frases escuetas cargadas de acción y omisión, crean una lectura entrecortada y descriptiva de una violencia subyacente que se aprecia a través del relato en cada pausa, a través de una voz narrativa fría, distante, que no juzga y casi amoral, que simplemente narra sin aproximación al juicio o a la interpretación. Durante el proceso creativo, El Morabet reconoce que no sólo importaba el “qué”, sino, sobre todo, el “cómo”. Se sometió a ejercicios de estilo por casi un año hasta encontrar una voz narrativa inspirada por textos teatrales como La lengua en pedazos, de Juan Mayorga, texto y representación que despertó la estética de cómo quería escribir su novela. De ello rescató esa voz neutral moralmente, mientras que la poesía se configuró como su “mapa” de inspiración, nutriendo el trasfondo estético de su novela.
El autor destaca la antología Rojo Dolor: Antología de mujeres poetas en torno al dolor, a través de la cual estableció una rutina de lectura diaria, leyendo tres poemas al día. Una actividad que requería su proceso creativo, pues “necesitaba esa energía de la poesía, sobre todo la poesía escrita por mujeres y en torno al cuerpo y al dolor, para empezar a escribir”, describe el autor.
Mohamed El Morabet nació en Alhucemas en 1983, aunque reside en Madrid desde 2002. Influenciado por la literatura española, Ecos en la nieve supone su tercera novela, tras El invierno de los jilgueros, editada en 2022, con la que ganó el XV Premio Málaga de Novela. Su estilo lo sitúa dentro de la literatura contemporánea escrita en español, a través de la cual aborda temáticas complejas sin concesiones.
Una vez más, la programación cultural de la UNED, a través del espacio La Casa de la Palabra, invita a la reflexión a partir de la presentación de Ecos en la nieve.








