Frente a la visceralidad con la que algunos pretenden imponer la propia forma de entender la realidad al adversario político, el Partido Popular enarbola la bandera del culto a la libertad, aquella “libertad sin ira” que hiciera célebre el grupo Jarcha en los años de la transición.
Mucho se ha hablado esta semana del traslado de la sede de la dirección nacional del Partido Popular. Se le ha dado tanto relieve mediático que parecía tratarse de la acción fundamental elegida por el Presidente Casado y el Comité Ejecutivo Nacional para llevar a cabo una revisión de la estrategia del partido. El Partido Popular trabaja de manera constante en el perfeccionamiento del diseño de su propuesta al pueblo español como alternativa a la deriva radical y totalitaria por la que nos conduce el actual gobierno de coalición social-comunista.
Desde mi punto de vista, el eje vertebrador del discurso del Presidente Casado tras el Comité Ejecutivo Nacional del pasado martes no fue el cambio de la sede sino, muy por el contrario, la identificación del Partido Popular como “el partido de la cabeza y el corazón, no de las vísceras. De los hombres y mujeres que ni gritan ni tienen miedo”, tal y como él mismo expresó literalmente.
También manifestó que “somos esa mayoría que habla con moderación, opina con sentido común y busca un país mejor. El partido de los que creemos en el patriotismo constitucional, el de una patria en la que caben todos, también los que no la quieren”.
Cierto es que anunció algunas actuaciones como las del cambio de sede o la de la creación de un nuevo departamento, que velará por el cumplimiento estricto de la normativa, pero lo esencial de su mensaje se centró en la consolidación de la propuesta a los españoles. Esta propuesta comenzó a configurarse en las primarias en las que fue elegido como Presidente del Partido en verano de 2018 y verá un hito relevante en la celebración de una convención este próximo otoño, también anunciada este pasado martes.
El propósito último es hacer crecer al Partido Popular dando la batalla a la fractura secesionista, a la disolución socialista y a la involución populista. Es curioso que, de todo ello, lo único que parece haber llamado la atención de los medios de comunicación es el proyecto de cambio de ubicación de la sede.
Frente a la visceralidad con la que algunos pretenden imponer la propia forma de entender la realidad al adversario político, el Partido Popular enarbola la bandera del culto a la libertad, aquella “libertad sin ira” que hiciera célebre el grupo Jarcha en los años de la transición. “Dicen los viejos que en este país hubo una guerra, que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas”, decía la canción. Hoy nos encontramos ante otros actores políticos, no tan viejos, sino bastante más jóvenes, pero igualmente obsesionados por la existencia de las dos Españas y del culto al rencor de sus viejas deudas.
Así nos encontramos con miembros del Gobierno y de una de las formaciones políticas que lo componen, que cuestionan un día sí y otro también todos y cada uno de los grandes acuerdos a los que llegamos en la transición todos los españoles, de manera transversal, en aras de una mayor concordia, tales como nuestra forma de Estado como Monarquía Parlamentaria o el equilibrio y control recíproco existente entre los tres poderes del Estado (Legislativo, Ejecutivo y Judicial) o el ejercicio de la libertad de expresión.
Al hilo de este último derecho fundamental, se han llegado a promover o respaldar alteraciones del orden público con graves consecuencias materiales e importantes lesiones personales por pretender la exculpación de un individuo que, como ha quedado judicialmente acreditado, ha utilizado su derecho para emitir incitaciones al odio y proponer acciones violentas contra quien le ha parecido oportuno en función de sus propias ideas. Este respaldo a las actuaciones contra las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado es particularmente grave cuando quien lo protagoniza forma parte del Gobierno o de los partidos que lo componen, aunque no se siente en el Consejo de Ministros, como es el caso del Portavoz de Unidas Podemos en el Congreso, el Sr. Echenique, que públicamente se ha posicionado a favor de los violentos.
Otro asunto que también ha llamado la atención durante la semana que finaliza ha sido el de la benevolencia con la que se ha valorado por parte de algunos la actuación de los dos responsables políticos, pertenecientes a las dos fuerzas mayoritarias en el gobierno de la ciudad, que protagonizaron la constitución de una trama delictiva que perseguía el intercambio de votos electorales en un proceso de elecciones generales por promesas de obtención de un empleo temporal a ciudadanos en situación de vulnerabilidad económica y social. Y ha llamado la atención, porque esta benevolencia contribuye a banalizar la importancia de unos hechos que, en democracia, deben ser considerados de extrema gravedad, pues, al fin y al cabo se trata de alterar la definición de la voluntad popular por medios ilícitos. Nada hay más serio y más digno de protección en una democracia que la expresión de la voluntad popular. Frente a todo ello, cabeza y corazón.
Si hablamos de un partido en el que caben todos, ¿por qué en el PP de Melilla ocurre todo lo contrario?¿Si la dirección nacional sabe por qué el PP perdió la gobernabilidad en la Ciudad Autónoma, a qué viene permitir tanto desprecio y desaire de los actuales dirigentes? En la ciudad no se reconoce al Partido Popular del que el Sr. diputado habla en su artículo, ese que enarbola la bandera del culto a la libertad sin ira. No, al menos hasta que no haya un cambio. Y el cambio debe ser importante sin necesidad de cambiar la ubicación de la Sede. Saludos.