Ha partido D. Ángel Castro, y con su marcha, se apaga una luz serena pero profunda que iluminó la vida universitaria, cultural y social de Melilla. Director del Centro Asociado de la UNED, profesor de corazón y escritor con voz propia, su ausencia deja una huella de silencio que sólo el recuerdo lleno de gratitud podrá ir suavizando.
D. Ángel no era solo una figura respetada; era, ante todo, un hombre bueno. Con una humildad sincera, con una inteligencia brillante pero sin arrogancia y con una sensibilidad extraordinaria hacia todo lo humano, construyó en torno a sí un espacio de confianza, de afecto y de sabiduría compartida.
Tuve la suerte inmensa de mantener con él una relación cercana. Hablábamos a menudo —de libros, de la vida, de la universidad, de la historia, de los pequeños detalles que, con él, siempre se convertían en cosas grandes—. En cada conversación me regalaba su tiempo, su escucha, su mirada limpia y reflexiva. Nunca juzgaba, nunca imponía. Acompañaba.
Conocí a Ángel Castro, D. Ángel, a través del comentario incesante de muchos de los que tuvieron el privilegio de ser sus alumnos en el colegio La Salle – El Carmen de nuestra ciudad. Todos coincidían en destacar su pasión vocacional por la enseñanza, su esmerada labora docente y su empatía con el alumno en la enseñanza de la historia.
Conocí a Angel Castro, D. Ángel,- también-, por el persistente comentario de muchos amigos comunes, algunos ya fallecidos, que destacaban su bonhomía, su talante abierto y amigable, y sus destacadas virtudes como persona de bien.
Conocí a D. Angel en su preciosa novela, El Porvenir del Olvido, —una delicada y conmovedora obra sobre la memoria sefardí—, la cual protagonizaba precisamente un judío sefardí de apellido Serfaty, aquello que él me recordó cuando nuestros caminos se cruzaron , y que no es solo testimonio de su talento literario, sino también de su compromiso con las raíces, con la historia y con las voces olvidadas. Ese libro, como él, es una joya silenciosa, una muestra de su pasión por lo invisible, por lo esencial.
Quienes tuvimos el honor de conocerle sabemos que se ha ido un intelectual discreto, un hombre de mirada cálida y paso tranquilo, de conversación profunda y espíritu siempre inquieto. Su vida fue una entrega generosa al conocimiento, a la educación y a la cultura, sin alardes, sin estridencias. Era de aquellos que, con enorme calidad humana, brillan por sí mismos , sin buscar el foco.
D. Ángel fue un defensor incansable del acceso universal al saber. Su dirección al frente de la UNED en Melilla fue mucho más que una labor académica: fue un ejercicio de humanidad, de abrir caminos, de acompañar a quienes más lo necesitaban. Escuchaba con atención, hablaba con afecto, enseñaba con sabiduría y vivía con un firme compromiso vocacional por hacer grande la UNED.
Su labor y persistente actitud creativa consolidó el Centro Asociado de la UNED en Melilla como un referente de la vida diaria cultural de nuestra ciudad , donde se sucedieron y alternaron sin descanso presentaciones de ediciones literarias, ciclos de conferencias, obras de teatro, espacios musicales, jornadas, exposiciones, cursos, debates y todo tipo de actividades de departamento de Extensión Universitaria, cuya alma matter y principal motor fue D. Angel Castro, en su persistente afán de proveer a Melilla de un espacio público cultural propio que él sabía que podía ofrecer. Y lo hizo verdaderamente bien.
Compartí muchas conversaciones, reflexiones e inquietudes sociales y culturales con él. Le hice llegar humildes propuestas que siempre acogió con mente abierta y entusiasmada. De su mano , acercamos a Melilla al Instituto Sueco de Cultura, a la Agencia de Cultura Magiar y a numerosas instituciones con las que conversamos y planeamos proyectos dispares, algunos de los cuales fructificaron y otros no y que, sin embargo, fueron igual de placenteros porque era, al fin y al cabo, una excusa para permanecer en contacto e imaginando más.
A su familia, a sus compañeros, a sus alumnos, a todos los que le quisimos: que el recuerdo de su vida comprometida sirva de consuelo ante su pérdida. Su marcha deja un silencio difícil de llenar, pero también una estela de humanismo y afecto que seguirá guiándonos. Porque hay personas cuya presencia no se borra con la ausencia, cuya voz permanece en lo que hicieron, en lo que dijeron, en lo que inspiraron. D. Ángel fue una de ellas.
Descanse en paz, D. Ángel Castro. Siempre presente en la memoria de los que lo conocimos.