En el bullicio de los preparativos, entre túnicas recién planchadas, faroles que esperan su luz y tronos que aún descansan en la Casa de Hermandad, hay una certeza que todos comparten: El Humillado y la Piedad, no se explican, se sienten. Y ese sentimiento, profundo y compartido, tiene un protagonista que lo vive desde niño: Alejandro Domínguez, albacea procesional y vocal de Juventud de la Cofradía del Humillado y la Piedad.
Alejandro no recuerda una vida sin la Cofradía. “Desde los dos o tres años ya estaba por aquí. Toda mi infancia la he pasado en la Hermandad. Me viene de familia, de mis padres, vecinos… de estar siempre rodeado de este mundo”. Hoy, esa pasión infantil se ha transformado en compromiso adulto. Él es quien se encarga de organizar cada detalle del cortejo procesional. Cada incienso, cada estandarte, cada nazareno, forma parte de un engranaje delicado que culmina en ese momento exacto en que se abren las puertas y la procesión comienza a caminar.
Porque el Martes Santo no empieza cuando echa a andar el paso, sino muchos meses antes. “Los preparativos arrancan antes incluso de Navidad”, ha contado. Desde entonces, se planifican encargos, se reparan herramientas, se contacta con bandas, se diseñan nuevos estandartes. Todo con paciencia, mimo y mucha dedicación. “No puedes pedir una vara de estandarte quince días antes, son trabajos muy personalizados. Todo lleva su tiempo”.
Esa dedicación se vive cada tarde en la Casa de Hermandad, que estos días previos a Semana Santa abre de 18:00 a 21:30 de la noche. Allí se entregan túnicas, se venden pines, medallas y llaveros, y sobre todo, se respira Hermandad. “Nos turnamos entre los hermanos, pero procuramos que siempre haya más de una persona, para que se sienta el calor de la Cofradía”, ha explicado Alejandro.
Y ese calor se multiplica cuando llega el Martes Santo. La procesión se caracteriza por su sobriedad, su recogimiento, su respeto. “No es una procesión de silencio total, pero sí invita mucho a la reflexión, al recogimiento. Por los misterios que llevamos, por cómo se vive”. Un cortejo compuesto por unos 30-35 nazarenos, entre adultos y niños, y una docena de mantillas que, aunque no fijas, se suman cada año para aportar belleza y solemnidad.
Uno de los momentos más especiales para Alejandro es el desagravio al inicio de la procesión. Un instante solemne, íntimo, que da sentido a todo lo vivido durante los meses anteriores. “Es de esos momentos que te erizan la piel. Y luego la salida, la recogida… momentos complicados, pero preciosos”.
El Cristo del Humillado y la Virgen de la Piedad comparten trono y para sacarlos a la calle se necesita la fuerza y la fe de al menos 50 portadores. Este año, la cifra llega justita. “Para el Martes estamos rondando los 46-48, pero el Viernes tenemos más dificultad. Hay muchas procesiones en la calle y hay que repartirse”.
Las novedades de este año vienen en forma de estandartes: uno nuevo para el Cristo del Humillado, otro para la Piedad y además, una vara nueva. También se ha trabajado en mejorar la iluminación de la imagen, especialmente por su disposición sentada, que dificultaba una buena visualización.
Antes de que llegue ese esperado Martes Santo, la Cofradía celebrará otro momento muy especial: el besamanos al Cristo de las Cinco Llagas, el Viernes de Dolores, desde las nueve de la mañana. Una jornada de recogimiento y oración con dos cultos a las 11:00 horas y a las 19:30 horas, que preparan el corazón para lo que está por venir.
La procesión del Martes Santo está acompañada por la Banda de la Ciudad Autónoma de Melilla y el Viernes Santo por el Grupo de Capilla Orpheus, que aporta ese tono solemne y espiritual que caracteriza a la jornada.
Pero más allá de la música, los tronos o las túnicas, lo que Alejandro valora por encima de todo es el compañerismo entre hermanos. “Somos como una familia. Algunos vienen solo en Semana Santa, pero cuando están, se sienten parte del grupo. Aquí nadie se siente fuera”. De hecho, recalca algo importante: aunque la Cofradía tenga carácter castrense, no es exclusiva de militares. “Estamos totalmente abiertos a quien quiera unirse, sin importar su origen”.
Ese es también su mensaje para Melilla: “Que la gente no solo se quede fuera viendo, sino que se anime a participar, a acompañar a nuestros titulares. Y si no pueden procesionar, al menos que salgan a la calle, ya no solamente con el humillado, sino con el resto de hermandades y vivan esta tradición que no podemos dejar perder”.
Cuando se le pregunta qué siente al ver los pasos en la calle, su respuesta es clara: satisfacción. Por el trabajo hecho, por el esfuerzo compartido, por cada tarde en la Hermandad en la que se dejó un poco de sí mismo. “Dejas a tu familia, a tus amigos, otras actividades… pero todo merece la pena cuando ves a la imagen avanzar entre la gente”.
Y así, en medio del silencio solemne del Martes Santo, Alejandro y su cofradía hablan sin palabras. Con incienso, con cera, con devoción. Porque a veces, la fe no se grita: se camina en silencio, con el corazón encendido.