Quizá en los años 90 no era común ver a una niña cristiana participando en celebraciones judías, pero así fue como muchas infancias en Melilla descubrieron el universo del Liceo Sefardí: a través de amistades, de meriendas compartidas en Janucá o de canciones en hebreo entonadas con la naturalidad de quien vive lo diverso desde el afecto.
Más de tres décadas después, aquel Centro, que comenzó como Hispano-Israelí continúa siendo el único colegio judío privado de España, continúa su labor silenciosa pero vital: formar a las futuras generaciones de la comunidad sefardí no solo en conocimientos, sino en identidad, lengua y valores.
Un colegio que, como una madre, educa, protege y transmite.
Hoy, el Liceo Sefardí acoge a unos 70 alumnos desde Infantil hasta 6º de Primaria. Su estructura es sencilla, íntima, alejada del bullicio de los grandes centros educativos. Pero dentro, late con fuerza un modelo educativo dual que combina el currículo oficial del Ministerio con una formación judía completa. Cada jornada empieza con la tefilá, la oración, y continúa con las asignaturas troncales junto a las enseñanzas religiosas, la lengua hebrea y los valores del judaísmo.
“Desde el principio quisimos que fuera un colegio trilingüe, donde se impartan materias en español, en inglés y se estudie tanto religión como idioma hebreo. Es un modelo adversal cuyo objetivo es dar herramientas a estos jóvenes para que sepan desenvolverse mejor en la vida”, subraya Mordejay Guanich, presidente de Mem Guímel.
En el Liceo se celebran todas las festividades del calendario hebreo: Janucá, Pésaj, Rosh Hashaná... no solo como actos simbólicos, sino como vivencias integradas en el día a día escolar. La lengua hebrea se enseña desde Infantil, no como adorno, sino como lengua viva y raíz identitaria. Y aunque el ladino no forma parte del programa oficial, las costumbres sefardíes están presentes en canciones, cuentos, comidas y modos de estar.
Y es que, cada lección es también una forma de preservar el legado.
Las responsables educativas, Carolina Chocrón y Pilar Lloret, equilibran los dos mundos: Carolina desde el diseño del sistema formativo judío, Pilar desde la articulación con la normativa oficial. Ambas coinciden: “No hay dos ritmos distintos, sino un único modelo que convive desde la raíz”.
Más que un colegio: una comunidad en construcción
Ser un colegio privado con identidad religiosa hace que, por el momento, solo acudan niños de familias judías. Sin embargo, eso no impide que el Liceo participe en las actividades escolares organizadas por la ciudad y esté abierto a colaborar en todo lo que la infraestructura permita.
No obstante, y aunque las puertas están abiertas, algunas familias optan por escolarizar fuera del Centro. La dirección lo respeta, pero recuerda que este colegio no es solo una institución: es un espacio de transmisión cultural que ofrece un entorno de valores, lengua y fe compartida desde la infancia.
Una joya escondida en la ciudad
El Liceo Sefardí recoge el testigo de una escuela que fue mucho más que aulas y libros: el Talmud-Torá, semillero de saber y refugio para quienes más lo necesitaban. Con talleres de oficios, comida caliente y médicos voluntarios, aquel centro sembró esperanza en generaciones enteras. Ni siquiera la Guerra Civil logró apagar del todo su luz: resistió en sinagogas y espacios improvisados, hasta que en 1945 volvió a latir en su sede original. Hoy, con nuevo nombre y rostro, sigue siendo guardián de una memoria viva.
Y es que más allá de lo académico, educar es custodiar una herencia. Y en este pequeño colegio de 70 alumnos, esa herencia sigue viva, palabra a palabra, rezo a rezo, generación tras generación.
En mi opinión, no se debe confundir educación con adoctrinamiento.