El conflicto bélico de Ucrania franquea uno de sus momentos más imperceptibles, difusos e indefinidos. Mientras los norteamericanos resaltan que las fuerzas ucranianas han recuperado el 50% de los territorios ocupados por Rusia, el Kremlin hace hincapié en que la confrontación de Kiev se ha malogrado estrepitosamente. En verdad, la guerra agranda su onda expansiva de acción con el Mar Negro de por medio, un lugar crucial para Rusia y Occidente, como nuevo espacio en un enfrentamiento cruzado.
A pesar de los muchos estruendos en cuanto a las críticas estadounidenses, la línea del frente de guerra no parece haber cambiado demasiado desde que Ucrania impulsara su contraofensiva. Al menos en lo que atañe a tierra firme, porque en este momento se ha desatado la alarma de que el Mar Negro se constituya en un tramo de exclusión aérea y marítima por las intimidaciones de ambos contrincantes de hundir o abatir cualquier buque o aeronave aparentemente hostil que atraviese la cuenca marina.
Las acometidas rusas ya están asestando duros golpes contra infraestructuras portuarias, silos de cereales y depósitos ucranianos como prueban los bombardeos prolongados perpetrados en Odesa y a orillas del río Danubio, junto a su desembocadura en el Mar Negro, mientras que las sacudidas ucranianas han derribado almacenes de combustible en la Península de Crimea. Pero, a día de hoy, todo aquello que se desentraña en la guerra, es un auténtico entresijo de rumbos e itinerarios de comercio entre Europa y Asia, porque la hegemonía del Mar Negro representa poner pie y medio en Europa Oriental, el Cáucaso y una parte definida de Oriente Medio.
Y es que, por su contigüidad a la cuenca del Mar Caspio con sus explotaciones de gas y petróleo afines en volumen a los del Golfo Pérsico, hacen más provechoso este territorio, hasta ahora acechados por Rusia, Turquía y diversos estados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aunque Moscú en todo momento compitió por transformarlo en su feudo particular. En otras palabras: el Mar Negro se convierte en el influjo natural de Rusia divisando diligentemente la cuenca del Mediterráneo, además de ser el punto de partida para sus hidrocarburos desde el puerto de Novorossiisk, su punta de lanza para Oriente Próximo y Siria, uno de los ejes sobre el Cáucaso, fundamentalmente, contra Georgia y en primera posición contra la Alianza Atlántica hacia los Balcanes, los valiosos estrechos del Bósforo y los Dardanelos inspeccionados por Turquía y hacia el mismo Mediterráneo.
Rusia reconoce el Mediterráneo como una esfera supeditada por la OTAN, de ahí que sea tan esencial su protagonismo en el Mar Negro, principalmente, en la Península de Crimea y en su puerto avanzado de Sebastopol, para desde allí agrandar su gravitación en Libia, Líbano, Siria, Egipto, Chipre e incluso Turquía, miembro de la Alianza Atlántica, pero con lazos expansivos con Moscú y con la llave para que las flotas rusas puedan alcanzar el Este del Mediterráneo. Este ha sido el deseo de Moscú: el acceso a aguas cálidas, esto es, a profundidades meridionales, ya fuera en orientación al Mediterráneo o al Océano Índico. El primer gran paso aconteció en 1783, cuando Catalina II de Rusia (1729-1796) se superpuso la Península de Crimea en manos otomanas.
Durante la Guerra Fría (1947-1991) la Unión Soviética dominaba el Mar Negro, de manera que llegó a designársele como “el lago ruso”, a pesar de la pertenencia de Turquía a la OTAN desde 1952. Posteriormente, el desmoronamiento de la URSS y la distensión de la OTAN a Rumanía y Bulgaria, antiguos integrantes del sovietizado Pacto de Varsovia, trajo consigo al Mar Negro, si cabe, mayor atracción occidental y vigorizó la actuación turca en la zona, particularmente, como andamiaje hacia el Asia Central exsoviético y los ricos recursos energéticos del Mar Caspio.
De ahí, que en 2008 la OTAN declarase a Georgia y Ucrania su disposición de apoyar sus serias pretensiones de ensamblarse a la Alianza. Y por eso mismo, en ese año Rusia peyorativamente apisonó militarmente a Georgia y se empezaron a dar los primeros indicios intuitivos para la guerra que se libra en Ucrania.
De este modo, la geopolítica de los oleoductos submarinos, como Bakú-Ceihan, desde Azerbaiyán a Turquía, hizo acentuar el alcance del lecho marino del Mar Negro y realzó el menester de apoderarse de la mayor cantidad potencial de localidades costeras. Como es sabido, la invasión de Ucrania por Rusia y la ocupación de las regiones de Donetsk, Lugansk, Zaporiya y Jerson, le quitó la espinilla clavada a Kiev de la mayor parte de su costa en el Mar Negro. Queda claro, por qué la región de Odesa es tan importante y lo será más aún, si Rusia no acaba abandonando los territorios ocupados.
“En la actualidad demasiados intereses colisionan en estas aguas por momentos tenebrosas, entre el Viejo Continente y Asia, donde Rusia está dispuesta a asestar un duro golpe a quién se entrometa en su camino”
El punto preferente que ha embalado la inquietud en esta región ha sido la determinación de Rusia de no renovar el acuerdo para la exportación sin riesgo de los cereales ucranianos por el Mar Negro. Inminentemente, tras una arremetida ucraniana al puente de Kerch, que enlaza Crimea con el litoral ruso, comenzaron a desencadenarse los bombardeos sobre Odesa y otras metrópolis costeras ucranianas. El propósito era desmantelar sus infraestructuras portuarias y obstaculizar la salida al mar.
Al mismo tiempo, Moscú culpa a Occidente de tener doble rasero y de requerir la libre salida de los cereales ucranianos mientras entorpece el envío del grano ruso por medio de las sanciones asignadas. El presidente ruso, Vladímir Putin (1952-70 años), no tuvo pelos en la lengua para manifestar que en realidad los favorecidos de esa exportación de grano ucraniano eran “las grandes empresas estadounidenses y europeas que exportaban y revendían cereales desde Ucrania”. Recuérdese al respecto, que España es uno de esos estados afectados por la interrupción del acuerdo de exportación de cereales ucranianos, no porque la totalidad del grano sea utilizado en los hogares españoles, sino porque desde aquí se reexporta a otras demarcaciones.
No obstante, hay mucho más en juego de lo que pueda parecer y en estos instantes en los que afloran las fluctuaciones en Occidente entre el ocasional preparativo de la vía hacia las posibles negociaciones de paz, o la admisión de que la guerra se alargará en demasía en el tiempo, Rusia parece estar resuelta a que los efectos y dificultades de la contienda sobresalten algo más a Occidente.
Tal vez, estas sean las consecuencias de que en las últimas jornadas se hayan producido fuertes bombardeos rusos a base de misiles de crucero y drones contra silos de grano, depósitos de combustible e instalaciones portuarias de Odesa, válvula de escape de Ucrania al Mar Negro y puerto predilecto en la comarca. Su hipotético desplome o destrucción dejaría a Kiev sin su principal canal de mercancías de cara al exterior. No es frívolo que, en una imprevista adhesión de Ucrania en la OTAN, Odesa sería uno de los puntales simbólicos de la estrategia de la Alianza hacia Rusia.
Un área tradicionalmente rusófona con anterioridad a que Moscú se anexionara la Península de Crimea en 2014. Y es que, el Kremlin persistentemente ha considerado dicha urbe y sus alrededores como objetivo indispensable para la rehabilitación del espacio con esencia rusa de la desarticulada Unión Soviética.
Si permanece el apremio ruso sobre Odesa o se pretendiera hacerse con ella desde que se inició la conflagración, la contraofensiva ucraniana se vería comprometida a un nuevo vuelco sobre el terreno y a aplacar el empuje existente en Zaporiyia y Donetsk contra las posiciones rusas. Intimidación que tampoco alcanza una magnitud desmedida, dados los exiguos avances ucranianos en esos sesgos.
Incluso Ucrania sostiene que logró recuperar dieciséis kilómetros cuadrados del territorio ocupado por Rusia y ciento noventa y dos kilómetros cuadrados desde que se lanzó la contraofensiva. Por eso, las últimas menciones del secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken (1962-61 años), producen cuanto menos indiferencia, si no incredulidad.
Ucrania “ya ha recuperado cerca del 50% de lo que le fue arrebatado inicialmente”, ratificó Blinken a la cadena de televisión estadounidense CNN, en una sorprendente confirmación que parece más bien encaminada al público norteamericano. O posiblemente, esconda la pretensión de Washington de confeccionar un extraño triunfo ucraniano que demuestre sin muchos ademanes la cesión de territorio, y así se desatasque el atajo hacia la negociación de un alto el fuego.
Otras revelaciones de Blinken en esa audiencia precisaron más la agitación americana, fundamentalmente, cuando testificó que la guerra se está enredando demasiado. “Aún estamos en los primeros días de la contraofensiva. Es duro”, expuso. Blinken no dio su brazo a torcer que el contraataque ucraniano “no se desarrollará en una o dos semanas” ni mucho menos. “Creo que aún quedan varios meses”, asentó.
En cambio, el presidente ruso, tras reunirse con su homólogo bielorruso, Alexander Lukashenko (1954-68 años), fue más incisivo en sus palabras altisonantes. “Hay una contraofensiva ucraniana, pero ha fracasado”, indicó literalmente Putin.
Pero, por si casualidad alguien en Estados Unidos estuviera valorando o tanteando esa coyuntura de “paz por territorios” para solventar la crisis de Ucrania mirando a sus comicios presidenciales de 2024, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski (1978-45 años), dejó perfectamente claro que su ejército está por la labor de reconquistar hasta el último metro ocupado por Rusia. “No hay alternativa a la completa liberación de nuestra tierra y a la defensa de nuestros valores”, escribió tajantemente Zelenski a través de Twitter.
Llegados hasta aquí, Rusia había ido declinando su valía económica, política y militar en numerosos estados ribereños del Mar Negro; la toma de Crimea procuró enmendar este escenario. Lo cierto es que el Kremlin ha desplegado otro grupo de misiles en la Península, a colofón de un programa de rearme a largo plazo que pretende garantizar que operacionalmente el Mar Negro le esté asignado exclusivamente.
“El oso no pedirá permiso a nadie”, este sería el emblema manejado por Putin en un encuentro del Valdai Discussion Club, para mostrar años atrás que Rusia no exploraría en absoluto el permiso de nadie a la hora de ver satisfechos sus intereses nacionales y los de su pueblo. Palabras que fueron emitidas pocos meses después de la anexión rusa de la Península de Crimea. El proceso de cambio de gobierno se emprendió y las tropas se habían congregado al nuevo territorio anexo, impidiendo cualquier evidencia de interposición ucraniana para reconquistar su terreno.
Años más tarde, la movilización de la Península prosigue su trazado por parte de la Federación de Rusia. Así, se interpretaba el despliegue de un nuevo sistema de defensa en Crimea, una maniobra fundamentada por Moscú como medida para salvaguardar el espacio aéreo sobre los límites fronterizos entre Rusia y Ucrania, al igual que para hacer frente a la incesante celeridad amenazadora en la frontera, aflorada sobre todo por la aparición de la OTAN.
Desde la ocupación de Crimea, el Kremlin se ha empeñado en un programa de rearme a largo plazo para obtener una extensión que frene la llegada de otras fuerzas a la región. Este sector reduciría la libertad de maniobra tanto aérea como por tierra a probables invasores. Junto con otros sistemas de misiles en Armenia y Krasnodar y otras esferas, se implanta una zona anti-acceso verdaderamente extensa.
En base a lo anterior, el asentamiento de sistemas de defensa avanzados, el reajuste de los radares, la innovación de la Flota del Mar Negro y el desenvolvimiento de aviones de combate, son algunas de las iniciativas conformadas para plasmar esa zona de bloqueo de cara a cualquier anticipación exterior.
En los próximos años se proyecta incorporar a esa Flota seis submarinos de ataque y seis buques de superficie que podrían operar más allá de Mar Negro, respaldando incluso las operaciones militares en Siria.
Dicho esto, es preciso retroceder en el tiempo para valorar en su justa medida que la ampliación de las tropas de la OTAN y como no, de su presencia en los países colindantes con Rusia, es contemplado por ésta como una seria amenaza a su seguridad. Estados como Polonia, donde por aquel entonces la OTAN activó cerca de 3.500 soldados y otros como Letonia, Estonia, Lituania, Bulgaria, Rumanía y Hungría ven ineludible el despliegue ante el entorno acaecido en Ucrania y los ejercicios militares rusos muy próximos a sus fronteras. Un claro ejemplo de ello es el Zapad-2017, un conjunto de ejercicios militares como ingrediente ante la disuasión estratégica que se llevaron a cabo simultáneamente por las tropas rusas y bielorrusas, en el Óblast de Kaliningrado y a lo largo de la franja norte adyacente con los territorios de la OTAN.
Como ya he señalado a lo largo de estas líneas, Rusia ha ido perdiendo fuelle económico, político y militar desde los inicios de siglo sobre los espacios que delimitan con el Mar Negro. Así, en Georgia en 2004 y en Ucrania en 2005, respectivamente, presidentes más vinculados a Rusia fueron reemplazados por otros más prooccidentales. Conjuntamente, Rumanía y Bulgaria habían pasado a ser miembros de la OTAN, mientras Georgia y Ucrania se afanaban en ello.
Evaluando que este contexto no era el más idóneo para sus intereses, Rusia optó por hacer todo lo que estuviese en sus manos para imposibilitar que Georgia y Ucrania se convirtiesen en miembros de la OTAN. Al mismo tiempo que desenvolvía pericias tácticas para apartar al resto de estados de la proyección de esta organización. Con la invasión de Georgia en 2008, el Kremlin exhibía determinación y osadía de reducir a la OTAN, conservando un importante predominio militar en varias regiones. Lo mismo ocurrió en Ucrania tras la desaparición del expresidente Víctor Yanukóvich (1950-73 años), cuando Rusia invadió Crimea en 2014. De esta manera, afianzaba el control sobre la base naval de su Flota del Mar Negro ubicada en Sebastopol. También apoyó militarmente a los separatistas prorrusos en la guerra de Este de Ucrania, perturbando el país.
Entretanto, en otros estados adyacentes con el Mar Negro, Rusia ha procedido de manera diferente. En el caso de Rumanía y Bulgaria, los únicos territorios ribereños que son miembros de la Unión Europea (UE), el peso ruso domina en el apoyo a las fuerzas políticas prorrusas y en el plantel de fuertes relaciones en el componente de negocios. Si bien, Rumanía es otra de las comarcas que disponen un desafío a la política exterior rusa, correspondido a su impulso en el fundamento de la presencia de la OTAN en el Mar Negro.
En el caso concreto de Turquía, que en contraste con diversos de los países aludidos no fue parte de la antigua URSS ni del bloque soviético, el Kremlin siempre ha alentado el autoritarismo puesto por la administración de Recep Tayyip Erdogan (1954-69 años), buscando sustancialmente dos objetivos cardinales.
“La hegemonía del Mar Negro representa poner pie y medio en Europa Oriental, el Cáucaso y una parte definida de Oriente Medio”
Primero, desligar a Turquía lo máximo posible de la OTAN, a la que pertenece casi desde sus orígenes y, segundo, reforzar sea como sea su amistad con el actor que opera la inspección sobre los estrechos del Bósforo y de los Dardanelos, los cuales conforman el acceso al Mar Mediterráneo.
Si por cualquier eventualidad a Turquía le diese por taponar los estrechos, la armada rusa quedaría a merced del aislamiento sin poder practicar su influencia más allá del Mar Negro. Ello podría suceder en el infundado supuesto de que Turquía y Rusia se hallasen enfrentadas en un conflicto. De cualquier manera, siendo la segunda potencia más pujante de la demarcación, Turquía se convertiría en una clara amenaza para las tropas rusas apartadas. Por otro lado, el engarce con Turquía presenta numerosas aristas de crucial importancia para Moscú: ejemplo de ello es la disconformidad que subsiste sobre el conflicto de Siria, donde Turquía se contrapone al régimen de Bashar Háfez al-Ássad (1965-57 años), mientras que Rusia le asiste. En definitiva, Rusia trata de apuntalar su influencia y dominio sobre el Mar Negro, debido primordialmente a una serie de peculiaridades de capital trascendencia.
Digamos que las aguas del Mar Negro son un punto estratégico vital, ya que habilita el acceso a los diversos territorios divisorios; pero, máximamente, hay que hacer especial hincapié en el control sobre los puertos y las rutas comerciales que facilitarían el poder de trabar el comercio y los suministros energéticos. No olvidemos que estamos refiriéndonos a un espacio sesgado por multitud de tuberías de transporte de energía. Y por último, podría hacer caer la balanza extraordinariamente en unas regiones que comparten una historia común con Rusia, quebrantando su nexo con la OTAN.
En consecuencia, desde que Rusia finiquitó al acuerdo de cereales con Ucrania, ambos países han ampliado sus ataques a los barcos en el Mar Negro y se ha visto acrecentado el riesgo de la escalada bélica. Rusia ha bombardeado con mayor insistencia los puertos ucranianos y amenazado a los buques de carga. A su vez, Ucrania declaró seis puertos en la costa rusa del Mar Negro como áreas de peligro y enseñó las uñas con irrupciones de represalia contra petroleros, cargueros e infraestructuras portuarias.
Como puerta de acceso a los mercados del resto del planeta, el Mar Negro posee una enorme envergadura estratégica y económica tanto para Rusia como para Ucrania. Pero otros estados con litorales en estas aguas, en particular, miembros de la OTAN como Bulgaria, Rumanía y Turquía, también lo tienen.
Como ya se ha expuesto, durante el Imperio Ruso y subsiguientemente en la época soviética, el Mar Negro constituyó el flanco sur. A pesar de todo, continúa siendo una especie de trampolín desde el que Moscú despliega su proyección tanto en el Mediterráneo como en el Medio Oriente, el Norte de África y el Sur de Europa. Al igual que le acerca a demarcaciones más alejadas y donde está activo como Siria y Libia, que aloja una base naval en Tartús. Sin duda, su pieza central en la región es su Flota que ha tenido su sede en Sebastopol. Incorporada por Rusia en 2014, este alojamiento tiene un valor diferenciado para Moscú como puerto de aguas profundas que puede ser destinado con miras militares.
La ambición del Kremlin por sujetar la supremacía sobre la región del Mar Negro, ha sido justificada por cuantiosos conflictos regionales premeditadamente en los últimos años. Y como resultado de su empecinamiento sobre estas aguas, Rusia controla alrededor de un tercio de la costa, a pesar de ostentar únicamente el 10%, según el derecho internacional.
Sin inmiscuir, que el Mar Negro es infinitamente elemental para la política comercial del Kremlin, porque Rusia exporta una proporción específica de cereales, fertilizantes y otros efectos por medio de sus puertos. La conveniencia de esta ruta comercial se ha visto multiplicada en poco tiempo, porque ofrece el paso a países que no han suscrito las sanciones occidentales contra Rusia. Pero, si cabe, el Mar Negro es todavía más importante para Ucrania, porque en períodos de paz más del 50% de sus exportaciones transitaban por Odesa.
Mientras Rusia y Ucrania no cesan en su lucha particular por las rutas comerciales Norte-Sur, el encadenamiento Este-Oeste se vuelve cada vez más transcendental para la UE, que aglutina a dos Estados miembros en la costa del Mar Negro, como son Bulgaria y Rumanía. Y conforme la Unión intenta desligarse del petróleo y el gas ruso, los estados productores de Cáucaso son cada vez más imprescindibles.
Finalmente, para la Alianza Atlántica es difícil enmascarar los fuertes vínculos en cuanto a la seguridad en la región del Mar Negro, ya que se ensambla con el Mar de Mármara por el Estrecho del Bósforo y con el Mar Egeo por el Estrecho de los Dardanelos, cruciales para el reconocimiento y posterior verificación del transporte marítimo. Amén, que en la actualidad demasiados intereses colisionan en estas aguas por momentos tenebrosas, entre el Viejo Continente y Asia, donde Rusia está dispuesta a asestar un duro golpe a quién se entrometa en su camino.