Nos conocimos cuando yo era un zagal inquieto de octavo de la antigua E.G.B., en la Universidad de hoy allí, antiguamente la Escuela Normal de Prácticas. Creo que sería median-do los años 70 del pasado siglo.
Volvimos a coincidir en el colegio que te educó, ambos de profesores cuando empezaba la década de los 80 -tú, de Historia; yo, de Natación- durante un par de cursos.
El azar nos unió con la música de por medio a principios de los 90. La libertad del Jazz hermanó corazones inquietos recordando aquel ‘Moment’s Notice’, firmado por John Coltrane, o el ‘Georgia On My Mind’ de Hoagy Carmichael que, en cinta de cassette olvidada, te grabé diferentes versiones y porque entonces la vida era analógica.
Hicimos muchas cosas juntos, incluso hasta vimos bailar a la estatua de Isabel La Católica cerca de la UNED, una noche de aquel febrero oscuro en la ensoñada Melilla, lluvia de por medio y retraso de los aviones.
El año pasado presentamos mi libro sobre los Estándares Sonoros y teníamos aún ganas de volver a trabajar en un futuro próximo; pero de aquel futuro ya solo quedan las memorias, entre ellas, el prólogo de ese último, que ni siquiera me dio tiempo a comentarte que hicieras.
Ángel en el nombre, el que pormenorizó el olvido con su eterna novela reivindicando la multiculturalidad, con nuestro señero faro en portada como acertado norte. En cierto modo, un hombre bueno, de aquellos que refirió Platón en su Paideia: “esos que alcanzaron las virtudes cardinales y sabiduría a través del proceso educativo”. Precisamente fue éste el factor que le llevó a vivir una plena vida y justa con los demás, siendo muy respetado y querido por la comunidad.
Castro y Maestro al apellido, porque lo eras y no te olvido en lágrimas por tu singular corazonado afecto. Allí te esperan tus seres queridos, también el amigo Cifu, algo de Jazz y donde quiera que estés, nos encontraremos. Porque es definitivo destino, compañero.