Quizás permanezcamos siempre a prueba. Puede que el transcurrir de cualquiera se mantenga constante bajo la vida que testa. Las prioridades, que siempre fueron las mismas, se agudizan cuando los sobresaltos, buenos o no tan buenos, cobran presencia y protagonismo.
El nacimiento de una nueva vida en nuestro entorno, que abre los sentidos para ocupar el espacio propio ampliando sentimientos, preocupaciones y alegrías. Una enfermedad sobrevenida, la victoria o la pérdida, que alerta, a la que se combate y recuerda, también, de nuestra precariedad que nos exige y por la que se lucha o la rutina de un escenario social, asimismo político, que por momentos y con visos de perdurar, distorsiona y, sobre todo, pretende confundir.
Hechos que incitan a ese mecanismo innato de ignorar, como rechazo inmunológico, frente al cansino intento de dirigir opinión, verdad bajo sospecha y, más que nada, el apoyo a una ambición tan frecuente como mísera.
La creación de escenarios propicios para los fines, claros o inconfesables, tan frecuentes como vulgares, que la nueva comunicación potencia es, en realidad, una fábrica de rechazo. Y esto, más allá de quienes, por diferentes razones, gustan de la pertenencia incondicional al “rebaño” y se dirigen allá donde el grito les indique y por lo general con el chirriante altavoz del mal uso del dinero público y peor manoseado de las instituciones.
Ridículo y grave, también al fin y al cabo intrascendente por pertinaz, abundar en el presupuesto valor de la libertad de expresión, opinión y comunicación hilando pronunciamientos convencionales y cercenar cuando molesta la opinión del “otro”. Y así cuando lo verdaderamente importante vibra o peligra o simplemente poniendo en valor lo realmente necesario es cuando el índice de descreimiento se ve en su cuantía objetiva, y es alto. Hay quienes piensan, se autoconvencen, que su “histórica” singladura es la inspiración y ruta de un público, por lo general atónito, que solo palmea y en realidad parte de él, cuando vacía la mente. En competencia desde la reflexión, sólo ignora. Pero reconocerlo es de justicia, cuantos más disparos de arcabuz dislocado frecuenten la rutina, mayor será el reconocimiento que la vida nos pone de continuo a prueba y hace revaluar, si no es que se ha evaluado al alza siempre, lo imprescindible.