El trono solo porta a Cristo en la cruz, sin más imágenes ni figuras en lo que es la conmemoración de la noche del amor fraterno. Paso sobrio donde los haya, refleja claramente el carácter sencillo y elegante de su hermandad, la de la Venerable y Muy Piadosa Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y del Cristo de la Paz.
Sus propios estatutos establecen que no haya ni siquiera una escolta de honor, ni representantes de la sociedad civil a modo de hermanos mayores honorarios. Es la norma, solo austeridad porque todo el foco debe estar puesto en Cristo crucificado, como símbolo de paz.
La Cofradía hacía su salida a las ocho y media de la tarde desde la Plaza Menéndez Pelayo. Los miembros de la Junta Joven de la hermandad ya habían hecho todos los preparativos desde por la mañana.
Lo primero fue trasladar la imagen desde la capilla al patio de la casa-hermandad. Allí se entroniza el Cristo y se procede a los adornos florales, claveles rojos y lirios morados. Alrededor de las ocho de la tarde, el trono era llevado por sus casi cien portadores hasta Menéndez Pelayo, frente a la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús.
Y desde allí dio comienzo la procesión, encabezada por su Cruz de Guía y su estandarte, que bajó por Ejército Español y cruzó desde la calle Cervantes hasta la Avenida Juan Carlos I, entrando en la Carrera Oficial sobre las nueve y media de la noche. Como capataz de trono José Luis García, auténtico alma mater de la cofradía.
Fue la procesión más corta de la jornada del Jueves Santo. Apenas si estuvo en la calle un par de horas y fue la primera en entrar en la Carrera Oficial, donde cientos y cientos de melillenses, deseosos de ver su Semana Santa en la calle, aguardaban curiosos.
El Cristo de la Paz cumplió con la tradición dos años después como si la pandemia nunca hubiese sucedido. Eso sí, acudió a su cita con una ciudad que esperaba largamente ese momento de emoción.