Diego, el quiosquero, ese hombre que abre cada día su establecimiento para vender noticias, justo las que horas antes los periodistas locales y nacionales han redactado para los ciudadanos. Pero una cosa es vender papel y otra es vender comunicación, o por mejor decir, comunicarse con el cliente, ofrecerle hospitalidad y cercanía e incluso comentar alguna información en tono crítico, para eso es único. Ese es el Diego del barrio de los Pintores.
Sí, hombre sí. El barrio que colinda entre la avenida de la Duquesa de la Victoria y la calle de Querol, rematada por la plaza de Velázquez –entiéndase, el pintor– y la avenida del General Aizpuru se llama el barrio de los Pintores porque en su seno se ubican calles como las de Españoleto, Goya o Fortuny, entre otras. Además, por allá sigue trabajando a diario un grandísimo pintor melillense, don Eduardo Morillas. Qué amigo, qué grandísimo ser humano, qué artista. Un beso, Francis.
Bueno, Diego abre su quiosco a primera hora, cuando llegan los primeros ejemplares de la prensa melillenses. Diego se echa un pitillo al coleto y va saludando al vecindario y a sus incondicionales siempre con una sonrisa y un chascarrillo, él es así. El negocio no va mal ni mucho menos pero, acaso, a Diego le interesa más el contacto diario con el ser humano, con ese mismo ser humano que, años ha, le hacía compañía en el carrillo de la calle de Luis de Sotomayor.
Pero no sólo de periódicos vive el hombre, sino –cómo no– algún refresquito, algún juguetillo para los más imberbes, la fotocopia del carné de identidad y lo que haga falta, porque en el quiosco de Diego, como en el mar, no hay límites. Televisión Melilla (TVM) se acerca de vez en cuando al sitio de Diego para leer a los telespectadores los titulares de la prensa diaria y el hombre recibe a los periodistas con los brazos abiertos. Si es que no sabe hacerlo de otra forma.
Decimos de vez en cuando que lo bonito de la prensa de papel es leerla junto al primer café con tostada y churros de la mañana. Hay ciudadanos que no pueden o no quieren echar mano del periódico a tan insolente hora, pero siempre tienen la oportunidad de asistir al relato de los periodistas de TVM, realizado desde los dominios de Diego, esa casa que sienta sus reales junto a la agencia de viajes y la farmacia de Paco. Es una zona bonita; sería más guapa si los polis cuidaran un poco el comportamiento de determinada gente aficionada a la droga que puebla la preciosa alameda de la Duquesa de la Victoria. ¿Alameda?, no son álamos, son ficus, ya lo sé, pero queda bien en el artículo.
Diego tiene un versátil grupo de tertulianos. No proclamaré nombres porque estoy amenazado de tortura, pero la tertulia es una delicia libre, fresca y sin prejuicios y cada cual mama diferente leche, no se crean que son concarnetarios. Se sientan los parlamentarios, antes se han cogido una fresquísima Amstel y prendido el pico de un pitillo y, a partir de entonces, puede pasar de todo, siempre en tono de afabilidad.
Es la magia del entorno de un quiosquero con denominación de origen, don Diego.