La Tierra ha sufrido a lo largo de los miles de años de su existencia múltiples variaciones, viéndose habitada por seres vivos de distintas especies que, de una u otra manera, y, para bien o para mal, la han ido deformando. Y entre ellas, por antonomasia, el ser humano ha sido quien la ha dominado de principio a fin, porque su inteligencia redunda a la de cualquier otro animal; pero, asimismo, su potencial demoledor no podría equiparase a ninguna otra especie en millones de años.
El hombre, es el único ser vivo que ha puesto a su libre albedrío cada uno de los recursos en su aspiración por industrializarse, predisponiendo que a diestro y siniestro utilice todo lo que tiene a su alcance, sin inquietarle el futuro de las generaciones que están por llegar.
Sin lugar a dudas, el calentamiento del sistema climático es la prueba irrefutable del perjuicio ocasionado, justificando los incrementos contemplados del promedio mundial de la temperatura del aire y los océanos, o el deshielo extensivo de nieves y hielos, o el ascenso del nivel del mar. Y por si no fuese suficiente, en los continentes y en la mayoría de los océanos, se confirman los daños desfavorables a los sistemas naturales por las alteraciones del clima regional.
Además, numerosas especies están en peligro de extinción porque no consiguen adecuarse a los vaivenes climáticos del medio ambiente. Esto mismo acontece con el ser humano, ya que las perturbaciones inducen a fenómenos como huracanes, inundaciones y olas de calor, que traen aparejado problemas en la salud.
En esta misma tesitura, se sabe con convicción que el promotor primordial de los cambios producidos son las emisiones emitidas de CO2 a la atmósfera que el hombre reproduce en sus actividades diarias, especialmente, en la combustión de hidrocarburos. Actualmente y por algunos años más, es la base de la industrialización. No obstante, los automatismos descomedidos de estas fuentes no renovables han inducido a su reducción, y, por lo tanto, se haya ante el menester de indagar otros fines de energías que reemplacen al petróleo.
Queda claro, que el homo sapiens, es el único culpable que se ha excedido en la inercia disparatada de los recursos, por lo que impera la necesidad de averiguar otras vías de energía, como la premura de invertir el giro climático global que gravemente nos está deteriorando.
“Nadie queda inmune a las impresiones y residuos que nos deja el cambio climático; cómo, del mismo modo, valga la redundancia, nadie es inmune a la crisis epidemiológica del SARS-CoV-2, consciente que el cambio climático podría socavar los esfuerzos de su erradicación”
En paralelo a lo expuesto inicialmente, la ciencia ha demostrado con creces que el calentamiento global repercutirá en la salud de los seres humanos: desde la degradación de la calidad del aire y el empobrecimiento del suministro de comida y agua, hasta la acentuación de las cotas de alérgenos y eventos climáticos catastróficos, soportaremos infinidad de obstáculos para la salud en el curso de la vida. Si bien, el cambio climático es una amenaza real, no es algo que resulte nuevo de entrever y que tampoco sea algo novedoso: transiciones en las temperaturas, sequías o huracanes y así, un larguísimo etcétera.
Afortunadamente, el trabajo inmediato puede influir para impedir lo peor de este impacto. Sin embargo, sus temibles resultados inquietan a los seres vivos, porque muchas de las conclusiones del calentamiento global incurren claramente en la salud. De hecho, como ratifica la Organización Mundial de la Salud, por sus siglas, OMS, únicamente por la contaminación atmosférica, cada año se dan unos siete millones de fallecimientos. Pero, ¿en algún instante nos hemos interpelado o simplemente hemos caído en la cuenta, cómo hemos enfilado a la Tierra en esta dinámica?
Por esta razón, la OMS, ha puesto en movimiento sus alarmas para izar la bandera contra la inacción corroborada en no pocos Gobiernos, porque la apatía influye directamente en la calidad del aire, o en el acceso al agua potable, en la elaboración de alimentos y en la viabilidad de disponer de una vivienda digna.
Y no ya sólo hay que referirse a las anteriores materias: la vuelta de tuerca en las precipitaciones y su imponente inestabilidad, hace que, a medio plazo, comience a mermar el agua dulce con los inconvenientes seguidos que conduciría a la sed generalizada, la ausencia de alimentos, las dificultades de higiene y, por supuesto, las afecciones. Obviamente, para aminorar las secuelas del calentamiento global es de obligado cumplimiento, estar al tanto en lo que verdaderamente lo induce y desenvolverse conjuntamente para que sus derivaciones no sigan agrandándose.
A decir verdad, la Organización de Naciones Unidas, abreviado, ONU, hace hincapié en la conmoción humana, porque es nuestra actividad la que influye en sobremanera sobre la amplificación de los gases de efecto invernadero, como la deforestación, o la praxis de cultivos improcedentes que, a su vez, emanan en la quema de combustibles fósiles hasta generar dióxido de carbono, perjudicando negativamente sobre la capa de ozono; o la poda de árboles que fractura el equilibrio del planeta al imposibilitar que estos transformen el dióxido de carbono en oxígeno; o el empleo de químicos que debido a componentes como el óxido de nitrógeno, destruye mortalmente el suelo.
Ni que decir tiene, que, ante la tesis del calentamiento climático, la ONU, lo reflexiona como uno de los grandes desafíos, debido a que sus ramificaciones son variadas y sobresaltan en sobremanera con transformaciones en los patrones meteorológicos, como las inundaciones fluviales con desbordamiento de ríos, torrentes o ramblas.
Con estas connotaciones preliminares, ningún estado es inexpugnable al calentamiento global y su rastro negativo se evidencia cualitativa y cuantitativamente en la salud de las personas o en la producción alimentaria, por poner algún ejemplo.
Luego, cabría preguntarse: ¿tal vez, estaríamos lejos de esta realidad?
A las contrariedades provenientes de la contaminación, la OMS previene que el calentamiento global instará a que enfermedades infecciosas como el cólera, la malaria o el dengue se irradien por muchas más zonas.
Para este asunto hay que remitirse: primero, a la evolución en los ciclos de vida de los insectos que son portadores de estos trastornos y, segundo, a los giros en el ambiente. Y ante ello, los científicos coinciden en que un escenario más húmedo y cálido empeorará la presencia de estas enfermedades, extendiéndose con más desenvoltura, debido a que estos animales permanecerán en un espectro de estados más amplios y con la subida de las temperaturas, lograrán períodos de reproducción muchísimos más largos.
El calor extremado hace que se acrecienten las dolencias cardiovasculares y que surjan más complicaciones respiratorias como alergias o asma, fruto de la contaminación atmosférica de las urbes. Valorándose que la incidencia de personas que sobrellevan estas indisposiciones que supera los trescientos millones, se agrande ampliamente en los próximos años.
Entre algunos de los males pueden subrayarse el asma, los infortunios por el uso de agua en mal estado, el paludismo, la malnutrición o el estrés térmico o hipotermia. Comenzando por el asma, el aumento de las temperaturas modifica drásticamente los niveles y la dosificación estacional de las moléculas aéreas naturales, como el polen; segundo, las infecciones derivadas de la explotación hídrica por organismos patógenos, hace irremisiblemente poner en riesgo la salud e higiene, agigantando el auge de diarreas, perdiendo líquido y electrolitos que comporta la deshidratación; tercero, el paludismo demuestra que, si para llegar materialmente hasta el agua es inevitable trasladarse, cargarla y almacenarla, la amenaza de su contaminación o la probabilidad de convertirse en un enjambre de mosquitos se acrecienta.
Cuarto, con la penuria de nutrientes, las oscilaciones en el ciclo de lluvias y arideces impera en los cultivos y adolece la inseguridad alimentaria. Y quinto, el estrés térmico o hipotermia, se desencadena por los balanceos meteorológicos incisivos en un corto espacio de tiempo.
Ante las cuestiones preocupantes que causan el cambio climático sobre la salud, la OMS traza una línea de acción que contenga un refuerzo de los sistemas sanitarios de cada estado. De modo, que estén capacitados para acondicionar los distintos carices que manda el calentamiento global y atenuar las debilidades y fortalezas de cada sistema. Asimismo, y como no podía ser otra manera, sugiere que es crucial regular las entidades de la ONU, para que la salud no pierda su protagonismo en las reuniones futuras. Aun así, resalta que la sensibilización es la llave maestra y que las tareas individuales marcan un enorme contraste.
Presupongamos durante unos segundos, si nos aclimatásemos a hacer uso del transporte público o, mejor aún, marchar a pie o en bicicleta, ayudaríamos a simplificar los cuatro millones de defunciones que mueve la contaminación atmosférica.
Con la progresión de las temperaturas, los advenimientos meteorológicos extremos se tornan más repetitivos y violentos. Casi mil millones de individuos pobres y de los que menos han conllevado al cambio climático, les cuesta más alimentar a sus familias. Una meteorología difícil de pronosticar y unas estaciones remisas están alternando lo que los agricultoras podrían labrar, los precios de los alimentos están excediéndose, mientras que la calidad se quiebra.
Sobraría mencionar en esta disertación, que cada jornada existen millones de personas que luchan anónimamente contra el cambio climático, tomando medidas como la adaptación al clima errante de Sudamérica, hasta una forma más eficaz de cocinar en Europa. Como suele ocurrir, las labores insignificantes de muchos, determinan una diferenciación más poderosa que una única gran acción.
Yendo a hechos concretos, la revista médica británica ‘The Lancet’ publicada semanalmente por ‘The Lancet Publishing Group’, ha editado un estudio a través de cuarenta y cuatro indicadores en el que revela que, si se persiste en la cantidad de emisiones de carbono, facilitando el calentamiento global y el consiguiente aumento de temperaturas, expone literalmente que “la vida de cada niño nacido se verá profundamente afectada por la crisis climática. Sin una intervención acelerada, esta nueva era llegará a definir la salud de las personas en cada etapa de sus vidas”.
El cambio climático inquieta a la salud desde flancos indeterminados: en un universo más cálido habrá una multiplicidad de enfermedades, muertes prematuras por desastres naturales como incendios y olas de calor y, comprensiblemente, más dilemas en la salud mental. Y es que, los seres humanos se verán repercutidos, pero los más sensibles serán los niños y longevos, además de los individuos con una salud vulnerable y aquellos en situación de pobreza.
En atención al Informe y sin ser alarmista, si el mundo no toma medidas resueltas para aplacar las emisiones de carbono, nos encaminamos a una hecatombe. Sabedor que la crisis climática es terrible, ‘The Lancet’ halla algunos cauces para no perder la esperanza. Por ejemplo, la República de China, por antonomasia, el emisor de carbono, comprime su dependencia del carbón para generar electricidad; en el Viejo Continente, entre 2015 y 2016, se corrigieron los niveles de contaminación del aire y, a nivel mundial, la puesta en escena de automóviles eléctricos se ha acentuado.
“Queda claro, que el homo sapiens, es el único culpable que se ha excedido en la inercia disparatada de los recursos, por lo que impera la necesidad de averiguar otras vías de energía, como la premura de invertir el giro climático global que gravemente nos está deteriorando”
Por otra parte, el 50% de las naciones afirman disponer de planes y evaluaciones de riesgos para continuar remando en la misma dirección. Es preciso reincidir que la salud está acorralada por el cambio climático, proyectando que dañe los pulmones, el corazón y afectando a cualquier otro órgano vital.
A decir verdad, en 2016, se cuantificaron 2,9 millones de fallecimientos vinculados con el incremento de la contaminación.
Conforme crecen las temperaturas, se incrementan los resquicios para la propagación de una enfermedad determinada. Fijémonos en el año 2018, donde las temperaturas ya eran más que satisfactorias para la transmisión de un tipo de bacteria en la infección de heridas.
En paralelo, las olas de calor producidas por la crisis climática se han vuelto más amplias y reiteradas, pudiendo ensancharse el riesgo de muerte de una persona. Los bebés, niños, mujeres en estado de gestación y el colectivo de mayores, son característicamente más frágiles a este prototipo de rompecabezas. Aquí, no pasan desapercibidos el golpe de calor, la hipertermia y el agotamiento por el calor. No hay que olvidar, que los incendios forestales arrasaron entre 2001 y 2014, respectivamente, y la amenaza subsiste percutiendo.
En nuestros días, el 77% de los territorios ha visto una ampliación en los guarismos de sujetos expuestos a los incendios forestales. Las eventualidades para la salud de estos incendios, además de la muerte y los desplazamientos, se atinan en respirar contaminantes del aire, engrosando las enfermedades cardíacas y pulmonares y las asociadas a ellas.
A resultas de todo ello, el calentamiento global es uno de los retos a los que está enfrentada la humanidad. Entre estos gases, el más candente por sus emanaciones y volumen de emisión es el CO2, multiplicándose por los países industrializados y los hábitos nefastos en el consumo de energía. Y como respuesta a esta emergencia ha aparecido el ‘Protocolo de Kioto’ (11/XII/1997), posicionándose como una alternativa y marco de acción para empequeñecer las emisiones de gases de efecto invernadero. Este Acuerdo internacional es apreciado teóricamente como la fórmula económicamente más válida para reducir las emisiones del vapor de agua, o el dióxido de carbono, como el más preocupante y producto de las actividades antropogénicas, o el metano, el óxido nitroso y, por último, el ozono.
En resumidas cuentas, ajustándome a la definición literal de las Naciones Unidas, “el cambio climático hace referencia a los cambios a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos. Estos cambios pueden ser naturales, pero desde el siglo XIX, las actividades humanas han sido el principal motor del cambio climático, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas, lo que produce gases que atrapan el calor”. Y, como tal, la escala de amenazas potenciales en la salud y la vida que trastorna el calentamiento global, en ningún tiempo antes había sido tan absoluto.
Una concienciación sana ha de desplegarse mirando al calentamiento global, afianzándose con una reglamentación que imponga el descenso de la contaminación autora del 80% para el año 2050. Por supuesto, el sistema nacional y local de salubridad pública ha de proyectarse para que las comunidades se preparen ante los riesgos inminentes interrelacionados con el cambio climático.
En otras palabras: más extintos por las olas de calor, o mayor simplicidad para la circulación de enfermedades infecciosas vinculadas históricamente a los climas tropicales; o menos provecho de los cultivos; o más población comprometida a los incendios forestales, e incluso, más horas de trabajo por las temperaturas abrasadoras.
Recuérdese al respecto, que hace cinco años se rubricó el ‘Acuerdo de París’ (22/IV/206), intentando encajar el cambio climático en unos límites tolerables. Y para ello, se difundió el primer Informe ‘The Lancet Countdown’, que formaliza un rastreo de la salud y el cambio climático. Pero, por encima de todo, últimamente, los indicadores de los impactos sanitarios han seguido decayendo.
Una de las variables intervinientes incumbe a la mortalidad debida a las elevadas temperaturas. Como inicialmente se ha señalado, en los últimos veinte años se constata una subida del 53,7% en la mortandad afín con el calor en personas mayores de 65 años, alcanzando la suma de 296.000 óbitos en 2018.
Estas muertes sucedieron al Este de China, el Norte de la República de la India, el Estado del Japón y Europa Central. Y en España, los mayores que perecieron por el calor fueron 3.160.
Otra de las variables que manejan los científicos es el adecuado a la transmisión de enfermedades infecciosas como las ya citadas y producidas por la bacteria del género Vibrio en agua salada. Y cómo consta en el análisis, las condiciones climáticas capaces para su espacio, por doquier, se están desarrollando.
En el caso concreto de España, las coyunturas necesarias para la propagación del dengue por medio del mosquito Aedes, ha subido un 46%, se si confronta con la extensión comprendida entre 2014-2018 con 1945-1950. El resumen igualmente apunta a una disminución considerable en el rendimiento de los cultivos: “Se prevén graves consecuencias para las poblaciones que padecen inseguridad alimentaria”.
Una de las aclaraciones más incontrastables corresponde a la baja del tiempo de crecimiento de los cultivos. También, los investigadores mantienen que en 2019 la duración de la fase de crecimiento se desplomó un 8,8% para el maíz, un 6,2% para la soja y un 3,3% para el trigo, en comparación con la media del período comprendido entre 1981-2010. Según fundamentan los científicos, entraña que los cultivos fructifican demasiado pronto, lo que transfiere a rendimientos menores.
Al ceñirme al fuego que se extiende sin control en terreno forestal o silvestre, afectando a combustibles vegetales, flora y fauna, 128 estados han sufrido “un aumento en la exposición de su población a incendios forestales desde principios de la década del 2000”. Precisamente, uno de los territorios que ha experimentado esta ampliación es Estados Unidos, aguantando una ola de fuegos catastrófica.
Juntamente, el estudio desenmascara que entre 145 y 565 millones de individuos afrontan la inquietud del nivel del mar, que inevitablemente determinaría desplazamientos y migraciones.
Los autores insisten en los quebrantos económicos que las anomalías meteorológicas extremas emparentadas al cambio climático producen. Para ser más preciso, véase el declive en la productividad unida a estos eventos que van al alza.
Y cómo otros tantos Organismos Internacionales, el documento insta en la obligación de ligar la recuperación económica de la pandemia y la lucha contra el cambio climático. Como especifica el Informe: “2021 presenta una oportunidad para corregir el rumbo”. Pero, ante todo propone al pie de la letra, que la “ventana de oportunidad es pequeña” y si la réplica al COVID-19 no se asocia llanamente “con las estrategias nacionales de cambio climático”, el mundo “no podrá cumplir con sus compromisos del Acuerdo de París y se dañará la salud y los sistemas sanitarios”.
A tenor de lo interpretado, si los alicientes para la recuperación económica priorizan los combustibles fósiles, se formarán “efectos secundarios no deseados”. Porque, al igual que los mismos combustibles favorecen el cambio climático, ayudan a la contaminación del aire. Y sus implicaciones serán de distinta índole e intensidad para cada nación, pendiendo de su situación particular.
Finalmente, nadie queda inmune a las impresiones y residuos que nos deja el cambio climático; cómo, del mismo modo, valga la redundancia, nadie es inmune a la crisis epidemiológica del SARS-CoV-2, consciente que el cambio climático podría socavar los esfuerzos de su erradicación.