Hoy no será un gran día si es el miedo y no el civismo el que se impone a lo largo de la jornada. Los sindicatos, en ese discurso ambiguo y casi comprensivo con un presidente, Zapatero, que se declara forzado más que convencido para llevar a cabo la reforma laboral detonante del paro general de hoy, han recrudecido sus discursos en algunas de las grandes capitales españolas, sabedores que un fracaso de la convocatoria, tal cual se prevé, corre aún más en su contra que el intento por salvar el tipo a costa de la confusa llamada a la protesta contra el Gobierno socialista. A estas alturas todos estamos ya más que informados de la satrapía internacional que consigue determinar nuestras vidas mediante políticas globales que acaban maniatando a los gobiernos nacionales. La brutal crisis económica que ha recorrido los principales bastiones del llamado Primer Mundo y que ha contribuido a sumir en el peor de los retrocesos económicos a nuestro país, puso sobradamente de manifiesto el poder creciente del neoliberalismo y del culto al dinero como principal valor y objetivo a seguir.
Convocarnos en el día de hoy con un espíritu amplio a protestar contra esa política global, contra ‘la dictadura de los mercados’ tal cual dicen algunos de sus promotores, puede ser muy loable y gratificante, pero muy poco práctico y nada convincente para los muchos parados que ni podrán ejercer hoy su derecho al trabajo ni tampoco el derecho a la huelga. Los sindicatos, aislados y profesionalizados, asimilados cada vez más al antiguo sindicalismo vertical y empobrecidos por el sistema de liberados con opción vitalicia a ejercer el cargo, han hablado poco o nada de esos desheredados de casta amplia y abierta también a muchos de nosotros.
Ayer ya escribí de la huelga y es difícil no hacerlo de nuevo hoy, día ‘D’ para la convocatoria de un paro tan lejanamente anunciado como dormido durante el plácido verano que especialmente han disfrutado los principales mandamases de los sindicatos convocantes.
Casi como el verano, se ha pasado antes de coger carrerilla con el riesgo de quedarse en una burda y grotesca pose. El ambiente previo lo denuncia claramente y en Melilla más que ánimos a favor de la huelga lo que se desatan son críticas contra los convocantes que, en su ambigüedad calculada, parecen olvidar que la huelga finalmente puede ser más un test sindical que un pulso al Gobierno central del PSOE:
Calificada por anticipado de inútil, puesto que parece servir más de coartada al “progresista” Zapatero que a su fin lógico de paralizar una reforma laboral sin previsible marcha atrás, promete quedarse en un paripé que muchos de sus convocantes quisieran sirviese de bálsamo al propio Partido Socialista y a su inefable líder.
Y es que los sindicatos, como el grupo de partidos y asociaciones en la órbita de los residuos actuales de la izquierda española, lo que en realidad quieren es una huelga contra la derecha a pesar de su difícil encaje cuando la que Gobierno es la contradictoria izquierda del Partido Socialista.
Con esos mimbres, no es de extrañar que a la huelga le haya faltado fuelle desde que a principios de verano se anunciara su convocatoria. Ni entonces ni ahora se ha estructurado sobre ningún discurso claro, porque sus convocantes no tienen en verdad discurso alternativo frente al actual Gobierno de la Nación.
Los sindicatos parecen tan forzados como Zapatero con su reforma laboral a la hora de encarar esta huelga, y esto, lejos de excusarlos, lo que hace es demostrar su ineptitud e incapacidad en la misma medida que el actual presidente del Gobierno. No podemos olvidar que si España se ha visto obligada por la UE a adoptar drásticas medidas que recorten el desaforado gasto del Estado y la previsible insolvencia ante los acreedores de nuestra deuda pública, ha sido porque el actual presidente, con una política más efectista que coherente, ha desajustado hasta tal extremo nuestras arcas públicas que nuestro país se ha convertido en un grave riesgo para la economía y el sistema financiero del conjunto de los socios europeos.
Lo anterior no es nada nuevo, se nos había advertido por activa y pasiva. El comisario Almunia fue criticado por sus propios correligionarios del PSOE, al vaticinar en su papel como alto cargo de la UE lo que se nos venía encima de seguir por los mismos derroteros. Aún así, Zapatero no varió un ápice su política. Su lamento no es el de ningún pequeñín víctima del abuso de un gigante: Es la consecuencia de una política irresponsable que sin embargo acaban justificando más que criticando los propios convocantes de la huelga de hoy. Por eso, la huelga de hoy no convence a casi nadie.