Vuelvo, una vez más, a esta página de opinión de ‘El Faro’ que se me muestra hoy abigarrada de ideas en las que bucear y profundizar después de tan tormentoso verano e intenso mes de septiembre, lleno de mil batallas, adobado como siempre por la polémica irresoluta sobre el Día de Melilla o de Estopiñán y especialmente marinado con toques agrios por las secuelas del intenso verano de conflictos fronterizos con el Marruecos cercano. Podría escribir de muchas cosas, demasiadas, pero me voy a ceñir a la pura actualidad de la convocatoria de huelga prevista para mañana miércoles.
El cuerpo y las circunstancias me animan a secundar esa huelga, pero la razón y los argumentos de los convocantes me desaniman inmediatamente. Digo esto porque la convocatoria se está realizando de tal modo que, al final, sí o sí, triunfe o no la protesta, es decir sea o no secundada por los españoles, acabará siendo, tal cual se está planteando, un éxito para el mismo Gobierno contra el que supuestamente debería celebrarse.
Según se desprende de la consignas en curso, la huelga no se convoca contra la vergonzosa e inútil reforma laboral promovida por el Gobierno socialista, sino contra las políticas de los gobiernos neoliberales europeos, es decir, que se celebra contra cualquiera menos contra el actual Gobierno de la Nación. Es más, algunos del los más furibundos defensores del zapaterismo vigente, como los artistas de la ceja, dicen que se convoca contra las políticas de todos los gobiernos locales y autonómicos de nuestro país y, en especial, contra el de Esperanza Aguirre.
En conclusión, que la merecida huelga general que debería servir de castigo y reprimenda a la irresponsable política de Zapatero, puede acabar convertida en un balón de oxigeno para el atrevido presidente que dejó crecer bárbaramente el déficit público en beneficio de unas supuestas políticas sociales cuyo fin no ha sido otro que el de promover el incremento del paro hasta récords históricos.
La ambigüedad con que se están lanzando las consignas para la huelga de mañana y la situación precaria de unos sindicatos incapaces de adaptarse a los nuevos tiempos y excesivamente subyugados al mismo partido contra el que supuestamente debería dirigirse la protesta, no permiten augurar un gran seguimiento entre los ciudadanos.
La propia imagen que ofrecía ayer la caravana automovilística de Comisiones, con no más de cinco vehículos en su cola cuando se aprestaba a entrar en la Avenida, daba cuenta de que la convocatoria o no se está tomando con excesivo entusiasmo o no es capaz siquiera de movilizar a los muchos liberados de los llamados sindicatos de clase.
Entre la población, más que opiniones a favor de la protesta lo que ando escuchando son mensajes de incertidumbre ante lo que pueda pasar o acaben por permitir los llamados piquetes informativos y sindicales. “Si me dejan, abriré y, si no, dejaremos el pedido para el jueves”, comentaba ayer un tendero a una clienta en respuesta al encargo.
Como no puede ser de otro modo en un país democrático como el nuestro, hay que respetar y proteger el derecho a la huelga, pero también el de aquellos que libremente no quieran sumarse, y me temo que habrá muchos que, como yo, acaben haciendo lo contrario de lo que el cuerpo y el ánimo nos pide, porque lo intolerable es apoyar una convocatoria que al final no sirva de severo rapapolvo al Gobierno Zapatero sino por el contrario de balón de oxigeno a ese mismo Gobierno, frente a una Europa neoliberal que, según los mismos sindicatos convocantes, está atenazando al mismo Zapatero.
La sensación de minoría de edad, de falta de capacidad e insolvencia que deriva de ese discurso es tan demoledora como el escepticismo que se contagia entre los ciudadanos, cada vez más asqueados de la política profesional al uso y menos convencidos de la fuerza inherente al movimiento civil en toda sociedad democrática.
Lo dicho, la huelga de mañana está cargada de razones, pero no contra el gobierno de Esperanza Aguirre, ni contra las políticas neoliberales en general sino especial y exclusivamente contra la de un Gobierno, el del PSOE, que ha hecho de su progresismo una ocasión para el despilfarro y un caldo de cultivo del paro y el empobrecimiento general del conjunto del país.
La huelga sólo tiene sentido si se celebra claramente con ese mensaje, pero desvirtuarla, como se está permitiendo o haciendo incluso por los mismos convocantes, no hace otra cosa más que desanimar a los ciudadanos que, no en vano, ya barruntan a priori que no va a servir de nada, porque de nada sirve lo que nace frustrado, sin norte y sin un mensaje claro.