Yibran Azzammouri es un tipo emprendedor y ha creado un palacio, el ‘Palace’, un establecimiento dedicado a la hostelería en todas sus versiones. La gente como Yibran es admirable porque, con pocos años y lloviendo como llueve, decide hacerse nada más y nada menos que empresario y, además, en un sector que puebla de forma abundante el tejido productivo melillense.
Instalado en la calle de Carlos Ramírez de Arellano, muy bien rodeado de colaboradores y amigos, el señor Azzammouri sonríe a quien llega a la demarcación antes de preguntarle por la salud y, finalmente, por lo que quiere consumir, todo ello en ambiente propio para el chascarrillo, la conversación amable –nada de estridencias televisivas ni música a lo loco, y con faldas–, es decir, dejando que el día transcurra por el pacífico cauce de la convivencia y la conversación.
El lugar de Yibran no es la Medina de Marrakech pero se le parece. El artesonado de su techo y dinteles es una maravilla, se puede uno trasladar a la magia de las mil y una noches sin dificultad alguna. Artesonado árabe en estado puro que ha llegado a contagiar a sus fogones porque el cus-cus que ofrece Azzammouri es admirable, inolvidable, como los pinchos. Hay gente que opta por un pitufo con anchoas y hace bien porque está para quitarse uno el sombrero.
Y luego las rosquillas. A ver, uno piensa en la comida que más le gusta y Yibran dispone de rosquillas pequeñas, medianas y grandes para poner en su interior el alimento preferido. Calientes, frías o a medio camino, las rosquillas del ‘Palace’ son inigualables y, como el dueño lo sabe, no para de innovar y hacer crecer las modalidades para gran deleite de su exquisita clientela que no es poca.
No, porque al ‘Palace’ van funcionarios, trabajadores de la construcción y hasta periodistas. Y es que la oferta hostelera es importante pero la oferta del corazón es mejor. Cuando una persona llega a cualquier sitio y sabe que va a disfrutar sin duda alguna, la visita es inexcusable y en casa de Yibran el buen trato y la calidad del producto están garantizados.
El joven empresario hostelera es aficionado al deporte. No sería la primera vez que ofreciera una comida de gañote a algún deportivo melillense. Ya lo ha hecho. Digamos que la afición a la cosa deportiva le compromete más a la sociedad que le rodea. Es un comprometido con lo suyo y con los suyos. Por cierto, todavía no ha quitado la bandera nacional española que chincheteó cuando los de Del Bosque ganaron el Mundial de Sudáfrica. ¡Qué tipo!.