Quizás no sea estrictamente necesario ser cristiano para reconocer la simbología profunda y el mensaje nítido que la figura de Jesucristo representa. Igual da que se rece de una manera u otra, o no se rece, que se viva la religión de forma dispar, para comprender el legado de su experiencia. Legado cuya estructura habla de humildad, bondad, sacrificio y honestidad, antídotos para la vanidad, el egoísmo, la corrupción o la autocomplacencia.
La Semana Santa no es solo fe, es también recuerdo y humanidad. Recuerdo del momento cumbre de una creencia, el sacrificio y humanidad como ejemplo representativo de los valores que tantas veces violentados deben persistir en la persona y en la relación con sus semejantes, sean de la diversidad que sean. Desde las diferentes creencias, además del cristianismo, se valora, ensalza y respeta a quien encarna, más allá del liderazgo de una fe, los principios que caracterizan el alma humana; alguien que dio para no recibir, sino para redimir y embaucar con el ejemplo a cualquiera que mirándole quisiera encontrar la enseñanza de lo mejor del alma humana.
Si bien destaca el respeto. Respeto de practicantes o no, sobre la solemnidad y devoción ciertas y necesarias y al que no le son imprescindibles ciertos pulpitos inmerecidos que alejan de lo que más conmueve, el dialogo interior, y también cierta circunspección oficial, con frecuencia, hipócrita.
En ese limbo estacional, en el que las calles abocan al ruido, la música, a los olores y sabores de penitencia, a la fiesta como expresión popular y también al recogimiento; en ese espacio del calendario, que pasa del invierno al verano a través de una rebelde e incipiente primavera, llega el Triduo Pascual, remembranza de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, de un hombre en favor de la humanidad.
Coincidente con la Pascua Judía, el Pesaj, también de redención y expiación de todo un pueblo, la Semana Santa, el recuerdo intemporal del aquel hijo de Nazaret asienta el precepto de la sabiduría tranquila que lleva al buen poder desde la suave candencia de la sencillez y la compasión. Es una lección magistral cuajada de hitos y abonada de liturgia pero cuyo corazón palpita en el sentimiento interior. Un sentimiento que mueve y expresa, en la mayoría de los casos a una apariencia exterior que anida en la tradición y conmueve en la introspección.
De lo que precede, sucede y queda de la Semana Mayor, hito en el calendario de efemérides de nuestra sociedad; del júbilo, silencio, oración o ruego que emanan sobre todo del Via Crucis, recorrido sagrado pero sujeto a las dificultades de la existencia, el mensaje es un hombre, Jesucristo, que en el relato de su pasión donó luz perpetua frente las oscuridades de la vida.