En momentos inquietantes en el que las vicisitudes corren a velocidad crucero y por doquier la amenaza rusa se cierne, Europa extrema su blindaje al determinar rearmarse para desligarse de Estados Unidos en la vertiente de la Defensa. Y es que con el cambio de inquilino en el Despacho Oval, Donald Trump (1946-78 años), ha seccionado la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con relación al modus operandi de la guerra en Ucrania. De forma, que tras semanas de antipatía hacia Volodímir Zelenski (1978-47 años) y de aproximación a Moscú, Washington ha reanudado su puntal militar y de inteligencia a Kiev que había cortado de raíz.
El súbito vaivén de dirección en la política exterior norteamericana, pero esperado, ha desatado un seísmo en el Viejo Continente, unido al parecer apremiante de comenzar cuanto antes, lo que los analistas califican como la ‘era de rearme’. Me refiero a un Proyecto de Defensa convenido en una reunión extraordinaria (6/III/2025), en el que los Veintisiete Estados soberanos que forman la Unión Europea (UE), menos Hungría, con su primer ministro haciendo alarde de su desaprobación, Viktor Orbán (1963-61 años), se han comprometido a conservar la ayuda económica y militar a Kiev, en tanto se alcance una paz negociada que abarque los intereses de Ucrania.
Pero, en una aldea global palpitante por la reversión de las políticas americanas, cabría preguntarse: ¿hasta dónde se encamina este plan y cuál es el verdadero designio del rearme del bloque europeo? El debate está servido con las réplicas punzantes del mandatario americano y Vladímir Putin (1952-72 años) sacando los dientes, que lo interpreta como una militarización en toda regla contra la seguridad de Rusia.
Con estas connotaciones preliminares, una vez puesta en movimiento la fuerza motriz, ésta es difícil de parar y los efectos desencadenantes pueden ser del todo imprevisibles y digamos que azarosos. Como apunta literalmente el dicho popular que viene al dedillo para esta ocasión: “para quien tiene un martillo, el mundo se asemeja a un clavo”.
En otras palabras: la inducción de acogerse a los automatismos propios del uso de la fuerza aumenta, en menoscabo de las muchas suspicacias y la determinación pacífica de conflictos por el sendero diplomático.
Ni que decir tiene que el incremento exponencial en Defensa movilizará la línea roja de una galopada armamentística, que no puede resultar más que en perjuicio de las clases populares, conforme se agrande la proporción del PIB designado a esta materia a costa de otras esferas. Por mucho, que no pocos, se manifiesten optimistas en dominar esa carrera y romperle metafóricamente el espinazo a la Federación de Rusia, como si ello se tratase de recular al periodo inestable de la Historia que rotuló y caracterizó la Guerra Fría (1947-1991).
Adelantándome a lo que posteriormente fundamentaré, da la sensación de que los principales gobiernos están por los derroteros de proseguir con sus avatares de alianzas e inclinaciones diplomáticas. Sin inmiscuir, que la UE desafía uno de sus debates más trabajosos desde su constitución por aquel 1/XI/1993.
Moscú no ha tardado demasiado en responder y ha reaccionado declarando que responderá a la mención de reforzar su inversión en Defensa. En concreto, en lo que atañe a la macro inversión de 800.000 millones y exige que Londres y París se adentren en negociaciones de desarme nuclear. Y en opinión al pie de la letra de Dmitri Serguéievich Peskov (1967-57 años), portavoz del Kremlin: “vemos que la Unión Europea está debatiendo activamente la militarización y el desarrollo de su sector de defensa. Éste es un proceso que estamos observando de cerca, porque la UE está posicionando a Rusia como su principal adversario”.
Dicho esto, la proposición de la Comisión Europea que jornadas antes había puesto sobre la mesa su presidenta, Ursula von der Leyen (1958-66 años), ha tomado el mismo signo. Sin bien, todavía habrá de ir dándole su conformación a lo que se aquilata como una inversión monumental para tonificar la Defensa de los Veintisiete.
Haciendo un esfuerzo por sintetizar cifras que resultan imprescindibles recapitular, a pesar de que varios especialistas en Defensa han advertido que el dilema de la UE no es tanto el capital empleado, sino a qué se consigna, el meollo de la política y los medios de comunicación persiste concentrado en el añadido de los presupuestos.
Como reúne en su último Informe la Agencia de Defensa Europea (ADE), en el año 2023, los países miembros de la Unión dedicaron 279 mil millones de euros en Defensa. En paralelo, el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), en su Informe para el mismo año, Rusia dispuso 109 mil millones de dólares a Defensa. Tan solo el total del dinero empleado por la República Francesa y la República Federal de Alemania, respectivamente, (75.189 + 66.826 millones de dólares), correspondió nada más y nada menos, que 142.015 millones de dólares. O séase, 42 mil millones de dólares por encima de lo gastado por Rusia.
A lo anterior hay que añadir que desde la cruzada de acoso y derribo de Rusia hacia Ucrania, la UE ha abastecido importantes cuantías de armamento y apoyo logístico. Pero este conflicto sacó a la luz los antepechos para hacer crecer la producción de munición y armas dentro del bloque.
Recuérdese que en el primer trimestre de 2024, la Comisión Europea sugirió un Programa para la industria de Defensa, cuya meta residía en distribuir entre 2025 y 2027, 1.500 millones de euros con cargo al presupuesto de la Unión. Asimismo y a criterio de los expertos, este dinero debía inclinar la balanza junto a la Defensa, la tecnología y la industria, pero no es lo suficiente si se contrasta con los indispensables de inversión en el sector para la próxima década.
De lo expuesto hasta ahora, no han faltado la valoración de dirigentes y altos funcionarios, formulando algunas visiones con las que podría alcanzarse la enorme cuantía de fondos requeridos. Una de ellas radica en retornar al esfuerzo implementado tras la crisis epidemiológica y emitir deuda conjunta. Pero los países que priorizan la austeridad del gasto público y la estabilidad económica, se resisten al modelo de los distinguidos como eurobonos de Defensa y conciben otras opciones.
“Como apunta literalmente el dicho popular que viene al dedillo para esta ocasión con el ‘rearme de Europa’: para quien tiene un martillo, el mundo se asemeja a un clavo”
Como argumentan algunas voces, la financiación en la cota europea ha de ser vista de manera responsable. Los eurobonos no dejan de ser una posibilidad, pero también existen otras alternativas de las que dialogar. Actualmente se constatan diversos impedimentos para los inversores privados. De ahí, el menester de examinar el permisible protagonismo del Banco Europeo de Inversiones (BIE).
A criterio de pie de calle, el patrón de desembolsar más en Defensa fracciona a la ciudadanía europea. Igualmente se va requerir más dinero si los propósitos para las contribuciones de los estados de la OTAN aumentan de la predicción del 2% del PIB a alrededor del 3,5%. Entonces, la UE habría de recaudar en su totalidad unos 200.000 millones de euros al año.
Para ser más preciso en lo referido, tan solo Estonia, Letonia, Polonia y Grecia, invierten un 3% o más. En el caso de Alemania y Francia como las potencias principales de la Unión, han tocado techo en la diana del 2%. En cambio, otras economías de calado como la República Italiana y el Reino de España, aún no lo han alcanzado. Tampoco es una utopía que varios miembros se exhiben claramente neutrales y operan con limitaciones legales para adquirir armas o munición. Por ende, una estrategia más eurocéntrica podría originar una fisura en la Alianza Atlántica, si miembros como Estados Unidos o Reino Unido quedasen al margen de las nuevas adquisiciones. No cabe duda, de que la subida del objetivo del 2% para robustecer el contrafuerte europeo es una certeza, pero lo esencial es invertir más y de modo eficaz.
A día de hoy la UE se inclina por tomar medidas sin precedentes para enfrentar el potencial de la guerra. Nada más hay que observar que por vez primera cuenta entre sus filas con un comisario consagrado a la industria de Defensa y Espacio, Andrius Kubilius (1956-68 años). Aparte, la Unión trata de utilizar los activos congelados de Rusia para asistir a Ucrania, pero está por averiguar hasta qué punto se convienen las condiciones y la unidad para que la UE se convierta en una potencia militar mundial.
Llegados a este punto y como ya he señalado, el salto cualitativo es la declaración de intenciones del ‘Rearme de Europa’, que aunque despliega los visos de firme resolución política, no deja de suscitar algunas incertidumbres. Allende a desdibujar en la confusión a la UE con Europa, la demanda sin complejos al rearme hace imaginar que la vía para avalar la seguridad de los Veintisiete y compensar el orden de seguridad, se encuentra enlosado con presupuestos y armas para proveerse de ellas.
Un pensamiento que en cuanto se contrasta con lo que se desenvuelve a nivel nacional en los tiempos que avanzan, no solo deja en la orilla a los integrantes no militares de la seguridad, sino que hace no perder de vista el largo trayecto que todavía falta por explorar para que esos medios militares se hallen integrados en un armazón de mando y control de naturaleza civil.
Es sabido que en la UE no existe esa traza, por lo que sin cuestionar la conveniencia de contar con medios militares de disuasión y de último recurso para salvaguardar los genuinos intereses sin estar en manos de nadie, lo que habría de reivindicar es que esa voluntad denodada en el terreno militar, vaya asistido de otro para aportarnos los componentes políticos que den luz verde a una voz colectiva en la palestra internacional, con una entidad operativa para valerse de cada una de las herramientas que atesoran los Veintisiete al servicio de una razón común. Es, en resumen, desenvolvernos competentemente como un único Estado. Y este matiz no se ha percibido en el cónclave del Consejo Europeo.
Del mismo modo, sería engañoso dar por hecho de que la cantidad de 800.000 millones de euros ya se puede dar por cristalizada, cuando se trata de una cuestión vinculada a muchos aspectos imprevistos.
A primera vista parece ostensible que el grosor de esa aplicación incurrirá en determinaciones firmes de los gobiernos, si finalmente optan por exprimir la relajación resuelta de las reglas fiscales y las comodidades suplementarias del BEI. Pero aún con la mayor o menor tendencia de cada una de las administraciones a mantener el camino señalado, o séase, asumiendo a todas luces que se trata de pasar del 2% al 3,5% del PIB destinado a la Defensa para las postrimerías de esta década, la senda no puede ser la más indicada.
Es indiscutible que como corrobora el contexto presente tras diversos Planes de Desarrollo de Capacidades, por esa línea acaban por amplificarse las duplicidades en algunos espacios y permanecen sin zanjarse las carencias que tantas ocasiones se retratan. El conjunto de las capacidades de cada uno de los ejércitos de los Veintisiete no da como producto la fuerza de la suma.
Y ni mucho menos se trata de satisfacerse con optimizar el acoplamiento entre los distintos gobiernos. Claro, que se orienta a que el compromiso habría de materializarse apelando la reciprocidad del coste en el que haya que incidir, con fondos a merced de las peticiones comunitarias para revestir cuanto antes las lagunas habidas y encauzar el trabajo a efectuar con perspectivas a aminorar el rango de dependencia industrial de proveedores externos como es el caso de Estados Unidos.
A fin de cuentas, no parece que esta vaya a ser la elección extraída.
Lo que en comparación el presidente de Francia, Emmanuel Macron (1977-47 años), ha sugerido por televisión a sus compatriotas, comporta que la fórmula preponderante habrá de recaer en sacrificarse a fondo, acudiendo al ajuste de los gastos sociales para conseguir reforzarse armamentísticamente.
Un ejercicio de incuestionable coste electoral que puede apartar a muchos dirigentes y del que los círculos de la ultraderecha harán lo posible por extraer el máximo jugo. Sin desdeñar el tacto imperialista que maneja Putin para rescatar una zona de proyección propia, al menos en su proximidad europea más contigua, las decisiones del susodicho Consejo no clarifican los dilemas sobre la pretensión de la UE.
Es irrebatible que al dar voz y voto al objetivo del rearme de Europa, la independencia estratégica es inaccesible en el plazo de los cuatro años señalados por la presidenta de la Unión. Lo que conjetura aceptar que la sujeción de otros países se prolongará en el tiempo. Y esto sucederá aunque Macron disponga en definitiva por expandir la cobertura nuclear de su Force de Frappe al resto de miembros de la UE, compuesto por armamento nuclear aeronaval; o que la República de Polonia se aventure sin reservas por el desarrollo nuclear.
Aunque se dictaminara la conformidad de los Veintisiete para proveerse de los medios imprescindibles y responder a cualquier extremo de amenaza concebido por Rusia o cualquier otro actor, es consabido que no existe una industria de Defensa europea. Es más, como se diría alegóricamente, incluso con todo a favor, el elenco de empresas vigentes requerirían de varios años para estar a la altura de atender debidamente las demandas promovidas por los ejércitos.
Obviamente, superpuesto este entorno a Ucrania, denota que ni en el mejor de las circunstancias creíbles, es viable que la UE reemplace militarmente a Estados Unidos. Esto sitúa a Zelenski en una coyuntura embarazosa, al tener que admitir los términos implantados de común negociación entre Trump y Putin para alcanzar un acuerdo rotundamente perjudicial, ayudado por lo que solo puede considerarse como una confiscación y saqueo norteamericano para hacerse con el tesoro de las tierras raras ucranianas. Traducido de otro modo: un paisaje peliagudo que deja a Ucrania contra las cuerdas y a la Unión en una posición notoria de vulnerabilidad.
Luego puede afirmarse en esta disertación, que Trump ha hecho saltar por los aires el engranaje de la seguridad internacional. Principalmente, el sistema de defensa colectivo europeo, al replantearse empecinadamente la labor de Estados Unidos en la Alianza Atlántica y taxativamente en la guerra de Ucrania de la que ya se han rebasado los tres años desde su génesis.
El presidente estadounidense ya subrayó en su primer mandato en que los estados europeos arrastraban el lastre de no invertir lo bastante en su seguridad, dejando vislumbrar que Estados Unidos no las llevaba todas consigo de costear en mayor o menor medida, la seguridad de Europa.
Por supuesto, que las prolongaciones de la guerra conservan parte de su advenimiento en la disensión geopolítica entre Europa y Rusia por el control de Ucrania. El establecimiento territorial de este último país, al disociar Rusia de Occidente, origina que cualquier relevo en el poder resulte una cuestión delicada para el contrapeso europeo. Por esto, lo deseado desde la faceta geopolítica se halla en que Ucrania continúe como estado neutral sin asociarse ni ser parte de la OTAN ni de la Unión.
Y sin excluir las instigaciones incesantes de Rusia, el equilibrio de poder se agrietó aún más, con las operaciones que aspiraban que Ucrania se adhiriera como miembro pleno de la Alianza Atlántica y de la UE. No es baladí, que Trump crea que tanto Europa como Ucrania son autores de que comenzara la guerra, porque el mínimo resquicio de que Ucrania sea miembro pleno de la OTAN es inaplicable. Además, Trump especula que si los europeos tuvieran esto lo debidamente claro, posiblemente el conflicto bélico jamás habría detonado. Pero ni los dirigentes europeos, incluido Zelenski, están dispuestos a observar sus desaciertos y hacen hincapié en que el conflicto lo emprendió Rusia, quien es el causante del escenario reinante. Sin embargo, la pugna geopolítica de Ucrania no parece incumbirle a Trump, lo que ejemplifica el cariz de la política internacional de Estados Unidos frente a Europa y Rusia y naturalmente de cara a la geopolítica.
Trump ha repetido por activa y por pasiva, que a Estados Unidos lo retrae de Europa y Rusia un masa de agua inmensa y no se siente intimidado con la hipótesis de que Rusia acabe doblegando a Ucrania. O más fácil de apuntar: la guerra de Ucrania es un asunto único y exclusivo de Europa. Y como tal, reproduce una quiebra en cómo hoy se ha interpretado la geopolítica.
“El súbito vaivén de dirección en la política exterior norteamericana, pero esperado, ha desatado un seísmo en el Viejo Continente, unido al parecer apremiante de comenzar cuanto antes, lo que los analistas califican como la era de rearme”
Con lo cual, Washington no tiene interés en sufragar y sostener una guerra infructuosa con Rusia para defender a Europa y valora que los ciudadanos europeos, a diferencia con Estados Unidos, apenas pagan en seguridad. Esto revela que Trump contempla la guerra poco rentable y un derroche inútil del dinero americano. Y su mayor desasosiego pasa por rescatar lo perdido.
En base a lo anterior, la salida del conflicto es la firma de un acuerdo de paz. De lo contrario, Estados Unidos no piensa adjudicarse ninguna obligación frente a las derivaciones de los pros y contras de esta guerra. Pero en la mesa de negociación de paz Trump no ha contado ni con Europa ni con Ucrania, el país invadido y con su mapa sufriendo significativas alteraciones. Quedando demostrado que Estados Unidos le tolera a Rusia el estatus de superpotencia militar.
Simultáneamente, los contactos solapados de Trump con Putin y la proposición de un acuerdo de paz verosímil, son advertidos en medios políticos y de opinión en Europa y Ucrania con susceptibilidad, e incluso se palpa que el mandatario estadounidense está del lado ruso. La invitación de paz americana es entendida como una victoria engañosa de Putin y un fracaso para Europa y Ucrania, porque en última instancia el país hostigado no ingresará en la OTAN y saldrá con menos de lo que poseía antes de que se iniciase el conflicto bélico.
De lo indicado, Francia e Inglaterra han tomado la delantera para activar la plasmación de un sistema de defensa propio. Y en esta situación Alemania podría contraer un papel principal en materia de seguridad en Europa.
Vuelvo a insistir en la mínima cercanía, pero contraproducente de Trump con Putin, pudiendo propagar efectos colaterales en otros territorios del planeta. Desde la consumación de la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945) la seguridad de Alemania y por lo general de Europa, ha gravitado en Estados Unidos. Esto ha dejado que el país germano invirtiese a cuentagotas en armamento y, a su vez, no dispusiese de un ejército con operatividad autónoma.
Visto y no visto, tanto ni Europa ni Ucrania pueden suplir en un breve plazo de tiempo el apoyo y coraza militar de Estados Unidos, porque ambos no disponen de la capacidad militar para encabezar la guerra que se libra. Lo que sin ambages se descifra en el horizonte en invertir más en armamento e infraestructura. Ahora solo queda saber que estos gastos se vuelvan deslustrados e impopulares y no reciban el visto bueno por parte de los ciudadanos europeos.
En consecuencia, el rodaje armamentístico que ha impulsado Europa y su empeño de forjar un sistema de defensa autónomo, irremisiblemente reconfigurará el andamiaje internacional y reconsidera el protagonismo y la existencia de la Alianza Atlántica. El forcejeo sobre adaptar o congelar las normas fiscales, cobra brío entre los líderes de la Unión. Curiosamente, este rearme traza un vuelco copernicano en las preferencias y reglas de juego.
Si hace pocos meses las prioridades incidían, entre algunos, en la transición energética, las tierras raras, los automóviles chinos, los aranceles o la inteligencia artificial, se veía venir que afloraría como la espuma y cueste lo que cueste, el rearme a marcha forzada de Europa.
Por último, al cierre de estas líneas son numerosas la voces reiterando que los esfuerzos y las iniciativas del ‘Rearme de Europa’, han de ser similares a las que se confieren en tiempos de guerra e instan a intervenir con premura.