Opinión

Ramadán, Purim y Semana Santa (I). Visión islámica de algunos profetas bíblicos

Este mes de marzo de 2024 está siendo un mes muy enriquecedor tanto a nivel cultural como a nivel espiritual. La comunidad musulmana está inmersa en el Sagrado mes de Ramadán, la comunidad judía comienza la festividad del Purim el día 23 hasta el día 24 de marzo y la comunidad cristiana comienza la Semana Santa el día 24. Esto es lo que hace a Melilla diferente y grande tanto cultural como espiritualmente comparada con el resto de ciudades españolas e incluso podríamos decir de toda Europa. Esto solo pasa en Melilla, esto es lo que nos hace grandes como sociedad, este es nuestro legado por el cual todos juntos tenemos que luchar para que nada ni nadie lo rompa. Desde la comunidad islámica Imam Malik queremos tener este pequeño homenaje con las comunidades judías y cristianas. Será una serie de tres o cuatro artículos donde vamos a ver la visión islámica de tres profetas bíblicos que son unos referentes tanto para judíos, cristianos y musulmanes; estos son nuestro señor Abraham padre los Profetas. Nuestro Señor David y por último nuestra Señora la Virgen María y su hijo nuestro señor el Mesías, el Ungido Jesús hijo de María.
Genealogía de David: David hijo de Isaí, hijo de Obed, hijo de Booz, hijo de Salmón, hijo de Nahason, hijo de Aminadab, hijo de Aram, hijo de Hesrón, hijo de Fares, hijo de Judá, hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham.
Genealogía de Jesús: Jesús hijo de María, de Helí, de Matat, de Leví, de Melkí, de Janaí, de José, de Matatías, de Amós, de Naúm, de Eslí, de Nangaí, de Maaz, de Matatías, de Semeín, de Josec, de Yodá, de Joanán, de Resá, de Zorobabel, de Salatiel, de Nerí, de Melki, de Addí, de Cosán, de Elmadan, de Er, de Eliezer, de Jorín, de Matat, de Leví, de Simeón, de Judá, de José, de Jonan, de Eliakin, de Meleá, de Menná, de Matatá, de Natán, de DAVID, de Jese, de Obed, de Booz, de Salá, de Naasón, de Aminadab, de Admin, de Arní, de Esrón, de Fares, de Judá, de Jacob, de Isaac, de Abraham.
Genealogía de Muhammad: Muhammad hijo de Abdullah, hijo de Abdulmutalib, hijo de Hashim, hijo de Abdu Manaf, hijo de Kusaí, hijo de Kilab, hijo de Murrah, hijo de Ka´b, hijo de Lu´ai, hijo de Galib, hijo de Fihr, hijo de Malik, hijo de An-Nadr, hijo de Kinanah, hijo de Juzaimah, hijo de Mudrikah, hijo de Ilias, hijo de Mudar, hijo de Nizar, hijo de Madd, hijo de Adnan, hijo de Ismael, hijo de Abraham. Nuestro señor Abraham
Abraham nació en una ciudad situada al sur del valle del Éufrates llamada Ur, en el actual Iraq. Su padre, Azar, era uno de los ancianos de su pueblo, y todo el mundo le tenía un gran respeto. Era además un hábil artesano, y a menudo tallaba las estatuas de los dioses que los hombres adoraban. Abraham había sido bendecido por Dios desde la infancia con gran inteligencia y sabiduría. Ya desde niño no podía comprender cómo su padre podía tallar una estatua con sus propias manos y llamarla “dios”. Esta idea le confundía y le hacía pensar día y noche. Abraham veía como los sacerdotes dirigían al pueblo en las plegarias que llevaban a cabo en los templos, pidiendo a las ­estatuas de los dioses que les ayudaran en sus necesidades y les concedieran sus deseos.
Dios quiso mostrarle a Abraham el Reino de los Cielos y de la Tierra, así que hizo que subiera a un monte muy alto, para ver mejor las estrellas que brillaban en el cielo oscuro. Algunos hombres adoraban a los astros y decían que ellos eran los dioses a los que había que adorar y temer.
Abraham examinó las estrellas, y vio cómo aparecían y luego desaparecían. Salió la luna, redonda y luminosa, pero Abraham vio que cambiaba de aspecto, y que finalmente también desaparecía. Después salió el sol, ardiente y tan brillante que no se le podía mirar directamente. Pero conforme avanzaba el día, parecía que iba perdiendo su intensidad, y finalmente desapareció detrás del horizonte. Abraham pensó: “Las estrellas, la luna y el sol son muy hermosos, pero cambian y desaparecen. No pueden ser Dios el Creador de todo, que nunca cambia, y que permanece para siempre”. Finalmente, un día le preguntó a su padre: “¿Acaso no eres tú quien hace estas estatuas con sus propias manos? ¿Cómo pueden luego adorarlas y pedirles ayuda? Las estatuas no pueden oír ni comprender nada…”
En el Corán este dialogo entre Abraham y su padre viene de la siguiente manera: “Dijo a su padre: Padre mío, ¿Por qué adoras lo que ni oye ni ve ni te sirve de nada? Padre, me ha llegado un conocimiento que no te ha llegado a ti. Sígueme y te guiaré por una recta vía. Padre, no adores a Satán, pues en verdad Satán es rebelde contra el Infinitamente Misericordioso. Padre, temo que te llegue un castigo del Infinitamente Misericordioso y seas de los que acompañes a Satán. (19:42-45)
Al ver que no podía convencer a su padre, Abraham se volvió hacia los habitantes de la ciudad, tratando de que se dieran cuenta de su error. Pero Abraham veía que la mayoría de su pueblo seguía sin creer. Entonces decidió pasar a la acción. Estaba cerca el día en que en la ciudad donde Abraham vivía se celebraba una gran fiesta. Para celebrarla, la gente se reunía fuera de la ciudad. Abraham espero a que todo el mundo hubiera salido, y así, sin que nadie le viera, entró en el templo, llevando una gran hacha en la mano. Le cortó la cabeza a una de las estatuas y destruyó las otras, dejando sin tocar únicamente la mayor de todas, en la que colgó su hacha. Cuando la fiesta acabó, la gente regresó a la ciudad y se dirigió al templo. Cuando vieron lo que había ocurrido, inmediatamente pensaron en Abraham. Le mandaron llamar, y cuando estuvo presente le preguntaron: “¿Eres tú, Abraham quien ha hecho esto con nuestras divinidades? Él dijo: No, ha sido esta estatua, la mayor de ellas. Preguntadle, si es que puede hablar. (Corán 21: 62-63). Las palabras de Abraham les dejaron confundidos. Ellos sabían bien que las estatuas construidas de maderas y piedras, no podían hablar. Furiosos, le contestaron: “Tú sabes que no hablan. Entonces Abraham les preguntó: ¿Es que adoráis en lugar de Dios, lo que en nada os puede beneficiar ni perjudicar? ¡Lejos de mí vosotros y lo que adoráis en lugar de Dios! ¿Es que no pensáis? (Corán 21: 65-67).
No supieron qué contestarle, pero sabían que el autor de la destrucción de las estatuas no podía haber sido otra más que Abraham. Así que decidieron castigarlo arrojándolo a un fuego. Excavaron un inmenso agujero en el suelo, y durante días la gente de la ciudad trajo leña para quemar a Abraham en él. Encendieron un gigantesco fuego, tan grande y tan ardiente, que cuando quisieron arrojar a Abraham, no pudieron acercarse, a causa del calor que emitía. Entre tanto, el ángel Gabriel se le apareció y le preguntó: “Abraham, ¿Qué deseas? El Profeta respondió: “De ti nada”. Quería decir con ello que sólo necesitaba de Dios, no de ninguna otra criatura, por muy poderosa que fuera. Colocaron a Abraham en un mecanismo, le ataron las manos y los pies, y desde él le arrojaron al agujero ardiente. Todo el mundo se congregó para ver cómo se quemaba vivo aquel que se había atrevido a destruir las estatuas de los dioses. El fuego ardió durante muchas horas. Cuando por fin se extinguió, pudieron ver a Abraham en medio de la gran hoguera, sentado, tranquilo, sano y salvo. Las caras y las ropas de los que estaban alrededor del fuego estaban negras por el humo y chamuscadas por el terrible calor que salía del pozo ardiente. Sin embargo, el rostro de nuestro Señor Abraham brillaba con la luz y la gracia de Dios. Sus ropas estaban intactas, como si el fuego ni siquiera le hubiera tocado. Únicamente las cuerdas con las que habían atado sus manos y sus pies se habían quemado, liberando a Abraham de sus ligaduras. Dios había dicho al fuego: “Fuego, sé frio y no dañes a Abraham” (Corán 21:69”. El fuego, como la criatura de Dios que es, se sometió a Su Orden y no quemó a nuestro Señor Abraham. Durante el tiempo que ardió Abraham alabó y glorificó a Dios, con un corazón tranquilo, lleno de amor por Él. No sentía angustia, miedo ni preocupación. No había nada en su corazón más que la presencia de Dios.
La noticia de como Abraham se había librado del fuego llegó a oídos de Nimrod, el tiránico rey a quien todos temían. Nimrod mandó llamar a Abraham, y le preguntó cómo era ese dios al que él adoraba y que le había salvado del fuego. Abraham le dijo: “Mi Dios es quien da la vida y la quita”. Entonces, el arrogante NImrod respondió: “Yo también doy la vida y la quito”. Se refería a que podía mandar matar a cualquier persona del reino que quisiera, o dejarla libre y perdonarle la vida. Entonces Abraham le dijo: “Dios trae el sol desde el oriente, tráelo tú desde el Occidente” (Corán 2:258). El rey no pudo contestar a eso, y dejó a Abraham que se marchara. Pero el Profeta de Dios se había dado cuenta de que su pueblo jamás aceptaría la verdad, así que se dispuso a abandonar el país en el que había nacido. Una mujer de su pueblo llamada Sara, y su sobrino Lot, al que Dios también haría un profeta, fueron las únicas personas que creyeron en él. Abraham se casó con Sara y, junto con Lot, abandonaron el país. Durante muchos años los tres vivieron como nómadas, llevando sus rebaños de acá para allá. Abraham y su familia atravesaron los lugares que hoy llamamos Siria, Palestina y Egipto. En este último país gobernaba un tirano. Alguien informó a este gobernante que había llegado a sus tierras un hombre acompañado de una mujer muy bella. Así que el tirano mando llamar a Abraham y le preguntó: ¿Quién es esa mujer de la que he oído hablar? “es mi hermana”, le respondió Abraham. Cuando regresó donde estaba Sara, le dijo: “Sara en esta tierra no hay más creyentes que nosotros. El tirano que manda en este lugar me ha preguntado por ti y le he dicho que eras mi hermana. No me contradigas. El tirano pidió ver a Sara, y ésta fue conducida ante él. Cuando la vio, intentó abrazarla, pero al hacerlo su brazo se quedó inmóvil, agarrotado. Al no saber que hacer, dijo: “Sara pide a Dios que devuelva el movimiento de mi brazo y prometo que no te hare nada”. Sara lo hizo, y el brazo del tirano volvió a la normalidad. Pero, rompiendo su promesa, intentó agarrarla una vez más. Y de nuevo el brazo quedó rígido, sin que pudiera moverlo. Pidió de nuevo: “Sara pide a Dios por mí, y te prometo que no te haré daño”. Sara pidió de nuevo a Dios por él, y el brazo volvió a recuperar su movilidad. Entonces el tirano, asustado, llamó a sus guardias y les dijo: “¿A quién me habéis traído? No es un ser humano, sino un demonio”. El tirano egipcio le regalo a Sara una sirvienta del país, llamada Agar.
Paso el tiempo y Abraham y Sara no tenían hijos. Sara era ya muy mayor, así que le sugirió a Abraham que tomara como esposa a Agar. Abraham y Agar se casaron y tuvieron un hijo al que llamaron Ismael. Años más tarde, Dios recompenso a Sara por su paciencia y su fe, y le concedió un hijo, al que llamaron Isaac. Cuando esto ocurrió Sara ya era una anciana, y había perdido la esperanza de tener un hijo. El anuncio de Isaac fue del siguiente modo: Dios envió a la tierra a tres ángeles Gabriel (Yibril en árabe), Rafael (Israfil) y Miguel (Mikail). Tomaron forma humana y fueron al lugar donde vivían Abraham y Sara. En cuanto les vio, Abraham se levantó y les saludó, ofreciéndoles su hospitalidad. Les hizo sentarse y mando a sus sirvientes que mataran un ternero bien cebado. Después le dijo a Sara: “Han venido tres extranjeros a quienes no conozco. Prepara el ternero que he sacrificado para que coman y repongan sus fuerzas”. Cuando el ternero hubo estado listo, Abraham les pidió a sus invitados que comieran, y para animarles a hacerlo, el mismo comenzó a comer. Pero al levantar los ojos del plato, vio que los tres extraños invitados no comían. Abraham sintió miedo ¿no coméis?, les preguntó. Pero los ángeles no le contestaron. El temor de Abraham aumentó. Pero los ángeles podían leer sus pensamientos, y uno de ellos le dijo: “No temas profeta de Dios. Somos ángeles y nosotros no comemos”. Entonces llamaron a Sara y le anunciaron el nacimiento de Isaac. Aunque Sara era ya una anciana de blancos cabellos, nada hay imposible para Dios, e Isaac vino al mundo. Muchos años más tarde, Isaac tendría un hijo llamado Jacob. Dios reveló a Abraham y a Sara que tanto Ismael, como Isaac, como Jacob serían Profetas.
No una sino dos grandes naciones habían de remontar su linaje a Abraham. Dos grandes naciones, esto es, dos poderes guiados, dos instrumentos al servicio de la Voluntad del Cielo, porque Dios no promete como bendición algo profano, ni existe ante Dios más grandeza que la grandeza en el Espíritu. Abraham fue así la fuente de dos corrientes espirituales, que no debían fluir juntas, sino cada una en su cauce. Dos corrientes espirituales, dos mundos para Dios; dos círculos, y por lo tanto dos centros. Abraham padre los Profetas símbolo de sumisión, de, entrega y sacrificio, la fuente de la que emanan las dos fuentes religiosas, por un lado, la judeo-cristiana con Isaac como enlace hasta Abraham y por otro la musulmana con Ismael como enlace hasta Abraham. La pregunta que nos hacemos es ¿Cómo puede haber gente que haga un llamamiento al odio en nombre de Dios cuando todas nuestras religiones están conectadas entre sí por vínculos familiares? La religión es paz lo contrario nada tiene que ver con Dios ni con el camino de los Profetas y Enviados.
Deseamos a la comunidad judía un feliz Purim. “Purim Sameaj”.
Deseamos a la comunidad cristiana una feliz Semana Santa y un feliz día de Pascuas. “Beatus Paschae”
Deseamos a la comunidad musulmana un feliz y bendecido mes de Ramadán. “Ramadán Mubarakum Said”
Continuara Dios mediante con la historia de nuestro Señor David que la paz sea con él.

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El Faro

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