El mes de noviembre que acabamos de despedir conmemoró el 25N, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
Según ONU Mujeres, la violencia contra las mujeres y niñas continúa siendo la violación de los derechos humanos más extendida de todo el mundo. Se estima que 736 millones de mujeres, casi una de cada tres, han sufrido violencia física o sexual por parte de la pareja, violencia sexual fuera de la pareja, o ambas formas, al menos una vez en su vida. Más de cuatro de cada cinco mujeres y niñas, el 86%, viven en países sin una sólida protección legal, o en países que no disponen fácilmente de los datos.
Ningún país está cerca de erradicar la violencia infligida por la pareja. Pese a la dimensión del problema y a estas tendencias preocupantes, los compromisos económicos para prevenir la violencia siguen siendo limitados. En consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, resulta fundamental invertir en la prevención de la violencia contra las mujeres y las niñas para lograr la igualdad de género de aquí a 2030. Violencia machista en el cine La violencia machista es un mecanismo de control vinculado a una construcción ideológica de las relaciones de género en el sistema de dominación patriarcal.
Según la investigadora Julia Cabrera Compoy, este sistema puede entenderse como imaginario social, generando un esquema capaz de establecer qué es real a partir de la (re)construcción de subjetividades que son asumidas como esenciales. El cine, gracias a su doble naturaleza, real e imaginaria, y a los procesos de proyección e identificación, es un dispositivo privilegiado para construir y reconstruir esos imaginarios. El cine español ha sido uno de los grandes aliados en cuanto a la representación de estas violencias, aunque, a menudo, ha generado el debate de si lo hacía desde un objetivo de denuncia y concienciación, fomentando la reflexión y la erradicación de estas violencias, o si ha perpetuado el sistema. Lo cierto es que el tabú, desde luego, lo ha roto. Tratándose de una de las problemáticas más arraigadas y silenciadas en nuestra sociedad, la violencia de género ha encontrado en el cine un espacio para visibilizarse.
A lo largo de las últimas décadas, el séptimo arte en España ha mostrado un compromiso creciente con este tema, abriendo el debate y explorando sus múltiples aristas. Desde relatos crudos como Te doy mis ojos (2003) hasta enfoques más sutiles como los de María (y los demás) (2016), la representación de este fenómeno ha evolucionado de la denuncia explícita a una introspección más compleja como se explica en la cinta Invisibles, de Gracia Querejeta del año 2020. Una película en la que se denuncia el edadismo contra las mujeres en los puestos de trabajo. La violencia invisible, la que mata día a día está presente más que nunca en nuestra sociedad y cuesta identificarla. Títulos como estos nos abrirán los ojos a muchas situaciones violentas a las que las mujeres nos enfrentamos día a día porque las palabras también matan.
Te doy mis ojos, de Icíar Bollaín
La película de la directora Icíar Bollaín relata la historia de Pilar (Laia Marull), una mujer que, una noche, escapa de su hogar en Toledo junto a su hijo pequeño, huyendo del ciclo de violencia que sufre a manos de su esposo, Antonio (Luis Tosar). La huida le lleva a buscar refugio en la casa de su hermana, una restauradora de arte independiente que vive junto a su pareja en el casco antiguo de la ciudad. En este nuevo espacio, Pilar intenta reconstruir su vida y sanar sus heridas mientras comienza a trabajar como recepcionista en una iglesia que alberga la célebre pintura El entierro del Conde de Orgaz, de El Greco. Sin embargo, la situación está lejos de resolverse. Antonio, incapaz de aceptar la pérdida de su familia, promete cambiar y recurre a la terapia para controlar su carácter violento.
A pesar de las advertencias y el escepticismo de su hermana, Pilar le concede una nueva oportunidad. Pero la historia toma un giro doloroso cuando, en un acto público de humillación, Antonio vuelve a demostrar su naturaleza posesiva e insegura. El final de Te doy mis ojos es deliberadamente ambiguo y sumamente crudo, dejando abiertas preguntas sobre la capacidad de Pilar para romper definitivamente el ciclo de violencia y sobre el destino que le depara a su familia. Tal como señalaba Bollaín, “la película no sólo relata la relación de Pilar y Antonio, sino también la influencia del entorno: una madre permisiva, una hermana que lucha por entender, un hijo que observa en silencio y una sociedad que carga con el peso de la complicidad y la indiferencia”.
Desde su estreno, Te doy mis ojos ha sido reconocida como una obra de gran valor en el ámbito cinematográfico y social, destacando tanto por su narrativa cruda y honesta, así como por el enfoque humano con el que retrata la violencia de género.
El contexto en que Bollaín presenta la historia no sólo pone de relieve las heridas físicas, sino las profundas marcas psicológicas que el abuso deja en sus víctimas. La película ha suscitado numerosos debates en el ámbito académico y en colectivos de apoyo a mujeres víctimas de violencia y se ha convertido en un recurso educativo clave para concienciar sobre la realidad de esta problemática.
En pleno 2024, más de dos décadas después de su lanzamiento, la obra sigue siendo relevante, recordándonos que el camino hacia la erradicación de la violencia doméstica aún tiene mucho por recorrer.
María (y los demás), de Nely Reguera
Esta película del 2016, protagonizada por Bárbara Lennie, utiliza un tono más íntimo para retratar las secuelas psicológicas del control emocional. Aunque la película no presenta violencia física, evidencia cómo el machismo puede limitar y condicionar la vida de las mujeres, ofreciendo una reflexión sobre las microviolencias cotidianas.
Invisibles, de Gracia Querejeta
Tres mujeres se reúnen todos los jueves para dar un paseo antes de acudir a sus puestos de trabajo. Tratan de contarse lo que les sucede o preocupa. A pesar de las diferencias y desencuentros, hay algo que une a estas protagonistas: la edad y el peso que sienten al saber que ya han recorrido prácticamente la mitad de sus vidas. Pero también les une la triste sensación de que el paso de los años las ha desplazado de su lugar para arrinconarlas en un sitio, en el que se sienten desubicadas y casi perdidas.
Con las prodigiosas interpretaciones de Emma Suárez, Adriana Ozores, Nathalie Poza y Blanca Portillo, esta cinta dirigida por Gracia Querejeta aborda temáticas como el acoso sexual, la discriminación por género y edad Todo ello plasmado de forma sutil e inteligente.
Todas y cada uno de estos estas películas deberían ser obligadas en los centros escolares para concienciar sobre una violencia que lejos de disminuir adopta otras formas ya sea digitales o a través de gestos, palabras o comentarios hirientes que la sociedad no debe permitir.