Ayer, sobre mi mesa, encontré la pesadez del tiempo... esa pesadez monótona, que los relojes de arena deshoran en los recuerdos.
Las realidades, quedan aparcadas;
los nuevos pregoneros, proscritos;
en el cajón del invierno,
tres mil papeles escritos.
La pluma trazó su ritmo,
en un marasmo de aconteceres diversos:
malos, algunos de ellos;
otros, casualmente, imprevistos;
también los hubo... buenos,
indiferentes, festivos,
próximos, apasionados,
y, a veces...
incluso, sin sentido.
Quedan fechas que no se olvidan...
sea, por demasiado amargas,
o, por ser luces de vida,
o recuperar un sueño...
alejado en los días,
evocando una mirada...
Las palabras se desvanecen...
en la etérea existencia,
¡tan efímera!,
¡tan casquivana!,
¡tan de indolencia!
¡tan soñadora de nadas!
Las palabras se pierden,
rompiendo el frío de la escarcha.
Es difícil escribir...
casi imposible...
cuando acucia la prisa,
y las ideas revolotean inquietas,
locuelas, imprecisas;
como hojas aireadas a barlovento,
como viraje de timón,
como velero a la deriva,
navegando a trasaire...
al cero de los momentos.
EL LÍMITE DE LOS LATIDOS.
La arena es el límite de los latidos...
y los reflejos lunares;
su tez de rubio desierto,
se ha de trocar en sombra parda...
al abrazarla la noche.
Merodea la calma...
entre la tierra y el mar,
vislumbrando horizontes que se pierden
en la profunda oscuridad de las aguas.
Al borde, la ciudad pausada,
lindando el camino festonado,
su paseo de farolas encendidas,
el rodar de los coches en paralelo,
las viviendas de los bloques, las palmeras.
En el fondo, las luces de los barcos,
en un balanceo continuo...
sobre el crepúsculo negro.
Al compás de la benévola brisa,
como una alfombra de burbujas rotas,
las inagotables ondas rizadas...
se deslizan, irisando la bahía.
El silencio se extiende inconcreto,
rozando los sueños, que se duermen...
en el aire que levantan los vuelos...
de las altivas gaviotas azules.
Un sosiego de contrapié redondo
se alza en la majestad del cielo,
cerrando los últimos resquicios
de la pasada claridad de la tarde.
Desde la oteidad de la alta ventana,
la imaginación de abiertos ojos,
deja su queda mirada...
en la bella realidad que le circunda.